LA VEROSIMILITUD EN LA NOVELA
Recordemos que ya Aristóteles decía que "no es obra de poeta relatar hechos que sucedieron, sino lo que puede suceder, esto es lo que es posible según la verosimilitud o la necesidad". Así lo posible y lo verosímil se constituyen, desde la antigüedad, en conceptos importantes de las poéticas y de los escritores.
Todorov, en la poética decía que la literatura se somete a dos tipos de leyes, las leyes del discurso literario y las leyes de la realidad que representa una imagen. La novela es ficción, como hemos reiteradamente afirmado, y no se deja someter a pruebas de verdad científica fuera de ella misma. No es ni falsa ni verdadera. Lo verosímil somete a la obra a leyes poéticas: reglas y postulados del género. Algunas ya expuestas aquí.
De este modo existe un verosímil en toda obra literaria configurado por la obra misma. Pos sus leyes internas y que los lectores confrontan a veces con la realidad externa. Es su derecho pero ello es incorrecto.
El sujeto de la enunciación a través del narrador y las voces protagónicas, configura un mundo privado con sus propias leyes. En la novela tradicional se hablaría de una lógica causal unívoca, uno a uno y lineal, logocéntrica, geocéntrica, mientras que en la novela contemporánea, llamada por nosotros polifónica se rompería con el paradigma anterior para crear una lógica correlacional, del carnaval, del arcoiris, de la plurivalencia, dialógica, de uno a varios, llena de matices. Desaparece de la novela el punto de vista único, la causalidad lineal el blanco opuesto al negro como los únicos ejes del conocimientos personajes estereotipados, preconcebidos, para dar entrada a la contradicción, la ambigüedad, la duda, la incertidumbre a las preguntas más que a las respuestas.
Desde el inicio de la literatura los escritores han tenido forzadamente un verosímil que estructura sus obras, un código que establece las reglas del juego y permite la convivencia y así se crearon las poéticas que explicaban y describían las obras enmarcadas en ese paradigma. Pero poco a poco el verosímil, las reglas internas fueron cambiando y se llegó a cambios cualitativos capaces de formar paradigmas nuevos, muchas veces opuestos al viejo y con más innovaciones aunque siempre con residuos importantes de lo viejo. Solo a partir de estructuras viejas se pueden crear las nuevas. Es una especie de evolución como en los seres vivos. Los escritores violentan los códigos y crean otros, son revolucionarios que buscan y anhelan la libertad en la expresión y procuran escapar a las camisas de fuerza que imponen las normas, sobre todo si son de afuera. Pero lo posible y el verosímil de una obra es su propia decisión y obedece a la propia intención del autor. En su ambicionada libertad crea su propio verosímil y no debe traicionarlo en la misma obra porque esto sí sería censurable. Por ejemplo si decide que los animales en su novela deben hablar como los humanos, no podría negarle esa posibilidad a uno de ellos a no ser que esté justificado, por ejemplo que sea mudo. La misma obra cera su propio verosímil.
De lo anterior nace un postulado importante:
Toda obra literaria (y pienso que de arte) tiene su propio verosímil. Lo que no hace que éste sea parecido o semejante a otros verosímiles de obras diferentes o que asuma algunas normas y otras no. Lo importante es que siempre habrá en la obra un verosímil propio de ella.
El lector social cuando lee una obra verifica las leyes de ellas con su propia experiencia, con su propio verosímil y esto le permite decodificar el significante de la obra literaria. Pero pensar que de esta confrontación debe salir una mimesis aristotélica, como imitación burda de la realidad y no como una creación, una visión privada de esa realidad, es un acto incorrecto. De este modo debemos establecer, por lo menos, dos tipos diferentes de verosímil. El del escritor que lo plasma en la obra y que es el verdadero, el único que tiene sentido por pertenecer a ella y darle significado y el del lector social que depende de la realidad en que se desenvuelve, sus propios contextos, su conocimiento de las leyes poéticas, su gusto literario, etc. Si por ejemplo aplicáramos a una obra, o la sometiéramos al verosímil de nuestros días cuando ella fue escrita en el siglo diecinueve, los resultados serían sencillamente desastrosos. El Quijote de la Mancha tiene validez universal pero la verosimilitud pertenece al siglo dieciséis y no a nuestros días. Muchos la critican desde perspectivas actuales y no sobre el verosímil del momento en que fue escrita y su propio verosímil como obra. Son las leyes linternas, las normas, su código el que impera en la obra y no los del lector. Si don Quijote ve castillos y caballeros donde Sancho no, esa es la ley de la obra y punto. Si don Quijote ve en Aldonza Lorenzo la Bella Dulcinea, y Sancho una simple moza que huele a cebolla, ese es el verosímil de la novela. Ahora bien si de pronto don Quijote, sin sufrir cambios racionales en el desarrollo de la novela psicológicos, ve de igual manera que Sancho, entonces el autor está violando el verosímil de la novela. No hay que buscar en la novela lo que a mí me gustaría encontrar sino lo que ella realmente ofrece. Si eso me agrada está bien pero si no encuentro lo que busco, no por eso la novela deja de ser literaria o debo valorarla con calificación baja.
Otra distinción que debe tenerse en cuenta es que cada obra tiene su propio verosímil, sus propias leyes y éstas pueden o no parecerse a las leyes naturales, físicas. De esta manera se define, como lo dijimos antes, lo maravilloso, lo extraño y lo fantástico. Los niños no se sorprenden de que en un cuento de hadas los animales hablen como los humanos, ellos aceptan las leyes poéticas, sin confrontarlas con la realidad físico en que viven. Este aspecto que a simple vista pareciera insignificante, cobra importancia en obras donde su misma significación depende de este juego y esta aceptación universal.
En la literatura costarricense, desde sus albores, hasta nuestros días, la "crítica" y los escritores mantuvieron un verosímil que de una u otra forma codificó tanto las creaciones que imposibilitó la evolución normal, de nuestra literatura por un largo tiempo. El apego a un realismo a ultranza, a una visión casi como fotostática de la realidad inmediata, la mimesis sin modificación, dentro de lo que eso pueda ser posible, impidieron la inventiva, los cambios, la revolución, la libertad expresiva, fue una camisa de fuerza que encadenó a los escritores a un realismo simplista, doctrinario, moralista, educativo, programado, convencional. Por ello debemos esperar hasta nuestros días, con autores de la generación de 1956, llamada del irrealismo, para encontrarnos con autores como Carmen Naranjo Coto, y otros que violentaron esos verosímiles atemporales para abrirse camino al lado y la altura de la literatura hispanoamericana vigente en otros países.
Muchos escritores, sobre todo los de corte tradicional suelen incurrir en violaciones del verosímil dentro de sus mismas obras. Sabemos que en la novelística tradicional el retrato del personaje, físico y moral, suele darse al inicio de ella por el sujeto de la enunciación. Desde el principio lo definían, lo codificaban de bueno o malo y bajo esa programación se encadenaban todos los acontecimientos siguientes. Su conducta debería obedecer a esa disposición, sino existiera una razón imposible de evadir y se justificara una conducta contraria a lo dispuesto. Pero sucede en muchas de las obras que el personaje actúa contrario a ese verosímil para justificar una acción de un personaje secundario. En el relato de Joaquín Gutiérrez Mantel, Cocorí (1947), sucede con alguna frecuencia. Por ejemplo la mamá Drusila se codifica por su conducta, trabajadora, sin educación, realista, casi sin imaginación y todo lo contrario a una mujer soñadora. Cuando Cocorí le pregunta ¿por qué las rosas siendo tan lindas duran tan poco, mientras animales tan feos como la tortuga viven tanto tiempo?, ella no le da ninguna importancia y se limita a contestar con la mayor indiferencia ¿qué preguntas? Al final después de que regresa Cocorí a su casa encuentra la ramita de rosa sembrada y con retoños. Es una violación al verosímil y lo mismo sucede cuando regresa a su casa después de salir tras la respuesta y encontrarse con la bocaracá. Sin esperar la respuesta decide regresar a su casa como si supiera que la madre había plantado la rama de rosa. No sucede la narración de acorde con los planteamientos iniciales y los cambios en los personajes más parecieran manipulados por el autor sin percatarse que violentaba su propio verosímil.
El papel del lector consiste en leer la obra, describirla, decodificarla, tratar de entenderla, disfrutarla y si lo desea valorarla, pero nunca enjuiciarla con sus propios prejuicios y valores y desde luego con su verosímil.
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Benedicto Víquez Guzmán