LOS TÓPICOS EN LA NOVELA
Se ha discutido mucho, a través de la historia de la literatura acerca de la originalidad de la obra literaria. Todos confirman que la originalidad no radica en los temas tratados sino en la manera d presentarlos, de recrearlos. La teoría estructuralista insiste en sostener que no existe forma y contenido por separado (significante y significado) sino un todo integrado indisoluble. La originalidad en una obra consistiría en "lo nuevo" en "lo viejo", la particular visión de los fenómenos, las cosas, los hechos. Así para iguales fenómenos existirían tantas maneras de enfrentarse a ellas (casi) como personas. Cada escritor estaría (teóricamente) en capacidad potencial de mirar, representar, recrear, mostrar los mundos privados (particulares) de forma distinta. El lenguaje posibilita formas particulares de signar los objetos y de interrelacionarlos y si la obra es producto de un lenguaje polisémico debe ser única y si es de alta calidad literaria su grado de concreción deberá ser óptimo.
A pesar de que la modernidad ha traído consigo nuevos problemas al hombre y sobre todo nuevas formas de enfocarlos, lo cierto es que existen algo así como universales temáticos. Temas que por pertenecer al hombre y estar ligados a su misma esencia y circunstancialidad le son muy caros y forman parte fundamental de su constitución existencial. Así tenemos temas como la muerte, el más allá, el amor,, la vida, la existencia, los sueños, los viajes, la ambición, los celos, la avaricia (vicios y virtudes en general), el trabajo, la división social (ricos y pobres), las guerras, las guerrillas, la corrupción, la prostitución, que han sido tratados por pensadores, historiadores, científicos de toda naturaleza y desde luego por los novelistas. La novela, como género no es la excepción y menos tratándose de temas íntimamente ligados al hombre. Cada una de las formas artísticas ha desarrollado esta temática de manera distinta y con elementos también diferentes. Trataremos de encontrar las formas más corrientes que ha empleadla novela para enfrentarse a estos universales que llamamos tópico.
1. El viaje
Podríamos definirlo de manera simple como el traslado de un sujeto u objeto animado o inanimado de un lugar A a Otro B con la posibilidad o no del regreso. Reseñar el tratamiento del viaje: físico, temporal, psicológico, en el sueño, etc., en la literatura, sobre todo en las novelas, es imposible. Solo nos basta señalar algunos famosos por su universalidad.
Desde la antigüedad los escritores escogieron los viajes como motivos importantes de sus obras. La Odisea de Homero, La Eneida de Virgilio, La Divina Comedia (1307) de Dante, Los pasos perdidos de Alejo Carpentier y El viaje a la semilla, El Ulises (1922) de Joyce, Los viajes de Julio Verne, Persiles y Sigismunda de Cervantes, El Quijote de la Mancha del mismo autor, Peñas Arriba (1895) José María Pereda, etc. ¿Y los viajes en el tiempo, como En busca del tiempo perdido (1913-1927) de Prousdt o los viajes interiores en novelas como Mientras agonizo de William Faulkner, Vamos a Panamá (1997) de Rodolfo Arias Formoso que utiliza el viaje físico y el psicológico, etc.
Casi no se encuentra una novela que evite los viajes. Forman parte de ellas. Existen viajes a lugares exóticos, al más allá, a los bosques, alrededor del mundo, por una casa, por un túnel, por el tiempo, hacia el futuro, hacia el pasado, en bus, en tren, a pie, etc.
Podemos no obstante distinguir dos especies de viajes:
a. Los físicos. No importa el sujeto.
b. Los subjetivos. Es un traslado de un estado a otro, interior, imaginario, sufrido. Es simbólico. Si se quiere irracional o con una racionalidad diferente a la tradicional.
c. Temporales: al pasado o al futuro.
Debemos agregar a estas definiciones o limitaciones tres elementos más para completar el esquema: el tiempo, el espacio y los personajes y tendremos los elementos fundamentales constitutivos de la narración, los ejes sobre los cuales recaen el peso de la enunciación y sus implicaciones, antes descritos.
La vida misma se ha definido como un viaje. Nace, crece, se desarrolla y muere. En este proceso el hombre vive un tiempo y lo hace en un espacio físico. La novela que toma como materia prima la privacidad del hombre, su aventura no podía escapar a estas categorías.
Los viajes en la antigüedad sirvieron a los escritores para establecer la comunicación con los lectores sociales. Servían para traer noticias (novela) nuevas, a los ciudadanos que no tenían la posibilidad de viajar por tierras extrañas y encontrar las maravillas que los viajeros contaban. Los viajes abrieron la virtualidad de múltiples cosas. Así conocer mundos desconocidos por las mayorías, establecer contacto con pueblos de costumbres diferentes, obtener nuevos conocimientos, realizar las más variadas hazañas. No en vano las novelas de aventuras estaban llenas de viajes, de hazañas, de naufragios, de personajes que se daban por muertos y luego aparecían contando maravillosas aventuras. Este es el nacimiento de la narración. Sería redundar en lo mismo si recordamos Los cuentos de Canterbury, las famosas romerías religiosas que posibilitaron bellísimas colecciones de cuentos, las andanzas de don Quijote por la tierra manchega, y los héroes de los cuentos populares que salían expresamente a "rodar mundos" en busca de aventuras como signo de iniciación y formación. Las novelas de caballerías, a pesar de diferenciarse de las de aventuras, en cuanto a este aspecto, son parecidas. No se deben olvidar las cruzadas a los lugares santos en busca del Santo Grial y las posibilidades de contar lo que hacían o veían. No de otra manera nacieron enamorica, las crónicas de indias, escritas en su mayoría por viajeros a estas tierras.
En la literatura nacional se ha explotado ese tópico de diferente manera. Hay novelas donde los campesinos viajan a la ciudad. Las hay donde la joven campesina viene a la ciudad y es prostituida. Desde novelas como Abnegación (1901) de Joaquín García Monge, pasando por Conchita (1904) de Juan Garita, Ese que llaman pueblo (1942) de Fabián Dobles, El hijo del gamonal (1901) de Claudio González Rucavado, Los leños vivientes (1962) de Fabián Dobles y en alguna manera Bajo el límpido azul de tu cielo de Álvaro Dobles, hasta las más actuales como Vamos para Panamá ( 1997) de Rodolfo Arias Formoso, nos insertan en el tópico de los viajes, unos físicos, otros psicológicos y algunos mixtos. Y el viaje del hijo del rico hacendado que llegaba a Costa Rica, después de pasar vacaciones en Europa o realizar estudios en ese continente, viajar al campo y enamorar a la incauta campesina, o a la bella prima, como en El primo (1905) de Cardona Valverde o las más recientes como El pasado es un extraño país (2000) de Daniel Gallegos Troyo, Más allá del Parismina (2000) de Carmen Naranjo que viaja por toda la zona atlántica en busca de su prometida, para citar solo dos, abundan en nuestras letras.
Los viajes al campo de personajes de la ciudad de clase adinerada, enfrentaron dos mentalidades distintas, dos visiones de mundo, dos espacios contrarios en muchos aspectos, uno sincero, hospitalario, reservado, campesino, pobre, bondadoso y desprendido, ingenuo, incauto, mientras el otro, el citadino, engañoso, astuto, desleal, veleidoso, pícaro, vicioso, malvado, embustero, traidor. Los escritores explotaron esto casi hasta los años sesenta. Las novelas se extasiaron en cacerías, paseos, viajes en tren a Puntarenas (puerto del Pacífico), costumbres folklore, aventuras amorosas, "cogidas de café", baños en los ríos, festividades religiosas, turnos, bodas (éstas también en la ciudad). Los escritores de la época aprovecharon los viajes para escribir la vida de los campesinos y sus costumbres y a la inversa, cuando eran los campesinos los que llegaban a la ciudad a prostituirse. Algunos mientras tanto escribieron novelas desarrolladas específicamente en la ciudad, sobre todo en San José. En las últimas generaciones es la ciudad y su degradación el sujeto de estas novelas: Los Peor (1995) de Fernando Contreras, Única mirando el mar (1993), del mismo autor, Cruz de olvido (1999) de Carlos Cortés Zúñiga, El más violento paraíso (2001) de Alexander Obando, etc.
La literatura nacional también explotó aunque en menor grado los viajes subjetivos, sobre todo en los novelistas más cercanos a nuestros días. La ruta de su evasión (1948) de Yolanda Oreamuno Unger, Noche en vela (1964) de Rima de Valbona, La estación que sigue al verano (1969) de Julieta Pinto González, Responso por el niño Juan Manuel (1968) de Carmen Naranjo Coto, Murámonos Federico (1973) de Joaquín Gutiérrez Mantel, entre muchas otras, explotan este tópico.
2. El triángulo amoroso
Este tópico de la novela se podría definir, tal y como lo hace Max Jiménez en su diseño de novela Unos Fantoches (1928): un personaje A tiene una relación amorosa con B y otro C establece nexos amorosos con A o con B. Sea porque un personaje es engañado, por ingenuidad, ambición, falsa educación o desenfreno pasional, no importa cuál sea la causa, lo cierto es que una relación positiva se ve obstruida, imposibilitada en su desarrollo normal y culminación, por un personaje astuto, taimado, negativo. Es algo así como la puesta en prueba de unos valores. El personaje cuyos valores no sean claros, positivos, fracasa, a pesar de ser inocente, como sucede con los enfrentamientos entre campesinas buenas y citadinos malos en la literatura tradicional costarricense. En ella se refleja una problemática social y al hombre humilde (o la mujer), víctima del inescrupuloso y vicioso joven de la ciudad o extranjero.
El tema amoroso ha tenido un gran tratamiento en la novela. De hecho algunos aseguran que con él nació el género novelístico. Muchos escritores se preocuparon por señalar la importancia de este tópico temático pero se cuidaron de caer en la sensiblería, en el chantaje sentimental, en la estructura de consolación, propio de la novela por entregas, la folletinesca. De esta forma podríamos afirmar que este tópico dio dos tendencias generales de escritores: los que cultivaron y lo cultivan, el género folletinesco, de estructura sinosoidal (unión, separación, ad infinitum) y los que trataron el tema amoroso en forma cuidadosa, como una problemática importante del ser humano.
Otro aspecto observable es que para algunos escritores, sus obras serían fundamentalmente de amor, tal es el caso de la novela Madame Bovary (1857) de Flaubert o El amante de Lady Chattrerley (1928) de D. H. Lawrence, pero para otros el tema amoroso sería algo así como un relleno, un barniz, un pretexto para otros fines. Esta ha sido la manera como más se ha tratado en la literatura costarricense.
El la literatura costarricense tenemos gran variedad de novelas que utilizaron como estructura de la historia novelesca el triángulo amoroso, unas, las más, de forma simple y otras, doble. La lista es larga Misterio (1888) de Manuel Argüello Mora, Conchita (1904) de Juan Garita, Hijas del campo (1900) y Abnegación (1901) de Joaquín García Monge, El Primo (1905) de Cardona Valverde, El árbol enfermo de Carlos Gagini (1918), Unos Fantoches (1928) de Max Jiménez Huete, El resplandor del ocaso (1918) de Francisco Soler, Lágrimas de acero (1929) y Tú, la imposible de José Marín Cañas, Elvira (1940) de Moisés Vincenzi, Aparta de tus ojos de Ma. del Socorro González de Tinoco, Orlando el enamorado (1965) de Alberto Cañas Escalante, Eugenio, un idilio de amor (1973) de Rafael Merino, etc.
En estas novelas el tema amoroso puede ser lo determinante como en las de Marín Cañas, pero existen otras que sirve de pretexto para describir, mostrar costumbres, lugares, personajes etc. del pueblo y la ciudad costarricenses, pero no por ello dejan de ser novelas típicamente amorosas y de corte sentimental, generalmente se dirigen a las mujeres (Destinatario con sexo) y educarlas en lo sentimental para que no fracasaran en el amor, por eso se tornan ejemplares y los autores en consejeros sentimentales. El algunas novelas cuando la mujer era mancillada (la campesina sobre todo), y el "valiente" huía de la escena, aparecía el hombre bueno, noble, pobre pero honrado y se hacía cargo de ella y restituía el orden moral puesto en duda.
Ahora bien en algunas novelas el tema amoroso es solo un relleno, un pretexto para plantear otra problemática. Estas novelas son más ricas, mejor elaboradas y de más calidad literaria, es el caso de Hijas del campo (1900) de García Monge, La propia (1911), un relato de Manuel González Zeledón (Magón), La caída del Águila (1920) de Carlos Gagini, Pedro Arnáez (1942) de Marín Cañas, El crimen de Alberto Lobo (1928) de Gonzalo Chacón Trejos, etc. En esta novelas el tema amoroso huelga un papel secundario ya que las novelas tienen como eje central otros aspectos,, por ejemplo los políticos, sociales, históricos y el tratamiento amoroso es solo accidental, es como un caramelo en medio del hambre. Tiene una función de apoyo que obedece a la vieja opinión educativa de enseñar divirtiendo.
El naturalismo en América Latina, explotó el tema amoroso para denunciar la desigualdad social y una sociedad degradada, viciosa. Santa (1903) del mejicano Federico Gamboa, es una campesina que una vez seducida y engañada por un policía, se traslada a la ciudad y comienza una vida de prostitución. De igual manera con las diferencias del caso ocurre en novelas como Juana Lucero (1900) de Augusto D'Halmar, Nacha Regules de Manuel Gálvez y en Costa Rica Hijas del campo (1900) de García Monge, Ese que llaman pueblo (1942)de Fabián Dobles R., para solo citar dos. Es el naturalismo que se da a conocer a través de la novela de prostitución, hijas de Naná (1877) y otras de Emile Zolá.
En resumen, el triángulo amoroso, simple o doble, ha sido utilizado por la literatura universal siempre y la costarricense no es la excepción. El marido engañado o la mujer ofendida seguirá siendo tema importante para el novelista. La familia y la degradación de ella a través del adulterio es tierra fértil para crear sus obras sobre este aspecto o medio para plantear otros de mayor envergadura. El éxito que alcanzan las llamadas novelas o culebrones en la televisión es muestra de que no han desaparecido y que ese tipo de novelas alcanza lectores y hoy televidentes en cantidades asombrosas.
LOS TÓPICOS EN LA NOVELA
Se ha discutido mucho, a través de la historia de la literatura acerca de la originalidad de la obra literaria. Todos confirman que la originalidad no radica en los temas tratados sino en la manera d presentarlos, de recrearlos. La teoría estructuralista insiste en sostener que no existe forma y contenido por separado (significante y significado) sino un todo integrado indisoluble. La originalidad en una obra consistiría en "lo nuevo" en "lo viejo", la particular visión de los fenómenos, las cosas, los hechos. Así para iguales fenómenos existirían tantas maneras de enfrentarse a ellas (casi) como personas. Cada escritor estaría (teóricamente) en capacidad potencial de mirar, representar, recrear, mostrar los mundos privados (particulares) de forma distinta. El lenguaje posibilita formas particulares de signar los objetos y de interrelacionarlos y si la obra es producto de un lenguaje polisémico debe ser única y si es de alta calidad literaria su grado de concreción deberá ser óptimo.
A pesar de que la modernidad ha traído consigo nuevos problemas al hombre y sobre todo nuevas formas de enfocarlos, lo cierto es que existen algo así como universales temáticos. Temas que por pertenecer al hombre y estar ligados a su misma esencia y circunstancialidad le son muy caros y forman parte fundamental de su constitución existencial. Así tenemos temas como la muerte, el más allá, el amor,, la vida, la existencia, los sueños, los viajes, la ambición, los celos, la avaricia (vicios y virtudes en general), el trabajo, la división social (ricos y pobres), las guerras, las guerrillas, la corrupción, la prostitución, que han sido tratados por pensadores, historiadores, científicos de toda naturaleza y desde luego por los novelistas. La novela, como género no es la excepción y menos tratándose de temas íntimamente ligados al hombre. Cada una de las formas artísticas ha desarrollado esta temática de manera distinta y con elementos también diferentes. Trataremos de encontrar las formas más corrientes que ha empleadla novela para enfrentarse a estos universales que llamamos tópico.
1. El viaje
Podríamos definirlo de manera simple como el traslado de un sujeto u objeto animado o inanimado de un lugar A a Otro B con la posibilidad o no del regreso. Reseñar el tratamiento del viaje: físico, temporal, psicológico, en el sueño, etc., en la literatura, sobre todo en las novelas, es imposible. Solo nos basta señalar algunos famosos por su universalidad.
Desde la antigüedad los escritores escogieron los viajes como motivos importantes de sus obras. La Odisea de Homero, La Eneida de Virgilio, La Divina Comedia (1307) de Dante, Los pasos perdidos de Alejo Carpentier y El viaje a la semilla, El Ulises (1922) de Joyce, Los viajes de Julio Verne, Persiles y Sigismunda de Cervantes, El Quijote de la Mancha del mismo autor, Peñas Arriba (1895) José María Pereda, etc. ¿Y los viajes en el tiempo, como En busca del tiempo perdido (1913-1927) de Prousdt o los viajes interiores en novelas como Mientras agonizo de William Faulkner, Vamos a Panamá (1997) de Rodolfo Arias Formoso que utiliza el viaje físico y el psicológico, etc.
Casi no se encuentra una novela que evite los viajes. Forman parte de ellas. Existen viajes a lugares exóticos, al más allá, a los bosques, alrededor del mundo, por una casa, por un túnel, por el tiempo, hacia el futuro, hacia el pasado, en bus, en tren, a pie, etc.
Podemos no obstante distinguir dos especies de viajes:
a. Los físicos. No importa el sujeto.
b. Los subjetivos. Es un traslado de un estado a otro, interior, imaginario, sufrido. Es simbólico. Si se quiere irracional o con una racionalidad diferente a la tradicional.
c. Temporales: al pasado o al futuro.
Debemos agregar a estas definiciones o limitaciones tres elementos más para completar el esquema: el tiempo, el espacio y los personajes y tendremos los elementos fundamentales constitutivos de la narración, los ejes sobre los cuales recaen el peso de la enunciación y sus implicaciones, antes descritos.
La vida misma se ha definido como un viaje. Nace, crece, se desarrolla y muere. En este proceso el hombre vive un tiempo y lo hace en un espacio físico. La novela que toma como materia prima la privacidad del hombre, su aventura no podía escapar a estas categorías.
Los viajes en la antigüedad sirvieron a los escritores para establecer la comunicación con los lectores sociales. Servían para traer noticias (novela) nuevas, a los ciudadanos que no tenían la posibilidad de viajar por tierras extrañas y encontrar las maravillas que los viajeros contaban. Los viajes abrieron la virtualidad de múltiples cosas. Así conocer mundos desconocidos por las mayorías, establecer contacto con pueblos de costumbres diferentes, obtener nuevos conocimientos, realizar las más variadas hazañas. No en vano las novelas de aventuras estaban llenas de viajes, de hazañas, de naufragios, de personajes que se daban por muertos y luego aparecían contando maravillosas aventuras. Este es el nacimiento de la narración. Sería redundar en lo mismo si recordamos Los cuentos de Canterbury, las famosas romerías religiosas que posibilitaron bellísimas colecciones de cuentos, las andanzas de don Quijote por la tierra manchega, y los héroes de los cuentos populares que salían expresamente a "rodar mundos" en busca de aventuras como signo de iniciación y formación. Las novelas de caballerías, a pesar de diferenciarse de las de aventuras, en cuanto a este aspecto, son parecidas. No se deben olvidar las cruzadas a los lugares santos en busca del Santo Grial y las posibilidades de contar lo que hacían o veían. No de otra manera nacieron enamorica, las crónicas de indias, escritas en su mayoría por viajeros a estas tierras.
En la literatura nacional se ha explotado ese tópico de diferente manera. Hay novelas donde los campesinos viajan a la ciudad. Las hay donde la joven campesina viene a la ciudad y es prostituida. Desde novelas como Abnegación (1901) de Joaquín García Monge, pasando por Conchita (1904) de Juan Garita, Ese que llaman pueblo (1942) de Fabián Dobles, El hijo del gamonal (1901) de Claudio González Rucavado, Los leños vivientes (1962) de Fabián Dobles y en alguna manera Bajo el límpido azul de tu cielo de Álvaro Dobles, hasta las más actuales como Vamos para Panamá ( 1997) de Rodolfo Arias Formoso, nos insertan en el tópico de los viajes, unos físicos, otros psicológicos y algunos mixtos. Y el viaje del hijo del rico hacendado que llegaba a Costa Rica, después de pasar vacaciones en Europa o realizar estudios en ese continente, viajar al campo y enamorar a la incauta campesina, o a la bella prima, como en El primo (1905) de Cardona Valverde o las más recientes como El pasado es un extraño país (2000) de Daniel Gallegos Troyo, Más allá del Parismina (2000) de Carmen Naranjo que viaja por toda la zona atlántica en busca de su prometida, para citar solo dos, abundan en nuestras letras.
Los viajes al campo de personajes de la ciudad de clase adinerada, enfrentaron dos mentalidades distintas, dos visiones de mundo, dos espacios contrarios en muchos aspectos, uno sincero, hospitalario, reservado, campesino, pobre, bondadoso y desprendido, ingenuo, incauto, mientras el otro, el citadino, engañoso, astuto, desleal, veleidoso, pícaro, vicioso, malvado, embustero, traidor. Los escritores explotaron esto casi hasta los años sesenta. Las novelas se extasiaron en cacerías, paseos, viajes en tren a Puntarenas (puerto del Pacífico), costumbres folklore, aventuras amorosas, "cogidas de café", baños en los ríos, festividades religiosas, turnos, bodas (éstas también en la ciudad). Los escritores de la época aprovecharon los viajes para escribir la vida de los campesinos y sus costumbres y a la inversa, cuando eran los campesinos los que llegaban a la ciudad a prostituirse. Algunos mientras tanto escribieron novelas desarrolladas específicamente en la ciudad, sobre todo en San José. En las últimas generaciones es la ciudad y su degradación el sujeto de estas novelas: Los Peor (1995) de Fernando Contreras, Única mirando el mar (1993), del mismo autor, Cruz de olvido (1999) de Carlos Cortés Zúñiga, El más violento paraíso (2001) de Alexander Obando, etc.
La literatura nacional también explotó aunque en menor grado los viajes subjetivos, sobre todo en los novelistas más cercanos a nuestros días. La ruta de su evasión (1948) de Yolanda Oreamuno Unger, Noche en vela (1964) de Rima de Valbona, La estación que sigue al verano (1969) de Julieta Pinto González, Responso por el niño Juan Manuel (1968) de Carmen Naranjo Coto, Murámonos Federico (1973) de Joaquín Gutiérrez Mantel, entre muchas otras, explotan este tópico.
2. El triángulo amoroso
Este tópico de la novela se podría definir, tal y como lo hace Max Jiménez en su diseño de novela Unos Fantoches (1928): un personaje A tiene una relación amorosa con B y otro C establece nexos amorosos con A o con B. Sea porque un personaje es engañado, por ingenuidad, ambición, falsa educación o desenfreno pasional, no importa cuál sea la causa, lo cierto es que una relación positiva se ve obstruida, imposibilitada en su desarrollo normal y culminación, por un personaje astuto, taimado, negativo. Es algo así como la puesta en prueba de unos valores. El personaje cuyos valores no sean claros, positivos, fracasa, a pesar de ser inocente, como sucede con los enfrentamientos entre campesinas buenas y citadinos malos en la literatura tradicional costarricense. En ella se refleja una problemática social y al hombre humilde (o la mujer), víctima del inescrupuloso y vicioso joven de la ciudad o extranjero.
El tema amoroso ha tenido un gran tratamiento en la novela. De hecho algunos aseguran que con él nació el género novelístico. Muchos escritores se preocuparon por señalar la importancia de este tópico temático pero se cuidaron de caer en la sensiblería, en el chantaje sentimental, en la estructura de consolación, propio de la novela por entregas, la folletinesca. De esta forma podríamos afirmar que este tópico dio dos tendencias generales de escritores: los que cultivaron y lo cultivan, el género folletinesco, de estructura sinosoidal (unión, separación, ad infinitum) y los que trataron el tema amoroso en forma cuidadosa, como una problemática importante del ser humano.
Otro aspecto observable es que para algunos escritores, sus obras serían fundamentalmente de amor, tal es el caso de la novela Madame Bovary (1857) de Flaubert o El amante de Lady Chattrerley (1928) de D. H. Lawrence, pero para otros el tema amoroso sería algo así como un relleno, un barniz, un pretexto para otros fines. Esta ha sido la manera como más se ha tratado en la literatura costarricense.
El la literatura costarricense tenemos gran variedad de novelas que utilizaron como estructura de la historia novelesca el triángulo amoroso, unas, las más, de forma simple y otras, doble. La lista es larga Misterio (1888) de Manuel Argüello Mora, Conchita (1904) de Juan Garita, Hijas del campo (1900) y Abnegación (1901) de Joaquín García Monge, El Primo (1905) de Cardona Valverde, El árbol enfermo de Carlos Gagini (1918), Unos Fantoches (1928) de Max Jiménez Huete, El resplandor del ocaso (1918) de Francisco Soler, Lágrimas de acero (1929) y Tú, la imposible de José Marín Cañas, Elvira (1940) de Moisés Vincenzi, Aparta de tus ojos de Ma. del Socorro González de Tinoco, Orlando el enamorado (1965) de Alberto Cañas Escalante, Eugenio, un idilio de amor (1973) de Rafael Merino, etc.
En estas novelas el tema amoroso puede ser lo determinante como en las de Marín Cañas, pero existen otras que sirve de pretexto para describir, mostrar costumbres, lugares, personajes etc. del pueblo y la ciudad costarricenses, pero no por ello dejan de ser novelas típicamente amorosas y de corte sentimental, generalmente se dirigen a las mujeres (Destinatario con sexo) y educarlas en lo sentimental para que no fracasaran en el amor, por eso se tornan ejemplares y los autores en consejeros sentimentales. El algunas novelas cuando la mujer era mancillada (la campesina sobre todo), y el "valiente" huía de la escena, aparecía el hombre bueno, noble, pobre pero honrado y se hacía cargo de ella y restituía el orden moral puesto en duda.
Ahora bien en algunas novelas el tema amoroso es solo un relleno, un pretexto para plantear otra problemática. Estas novelas son más ricas, mejor elaboradas y de más calidad literaria, es el caso de Hijas del campo (1900) de García Monge, La propia (1911), un relato de Manuel González Zeledón (Magón), La caída del Águila (1920) de Carlos Gagini, Pedro Arnáez (1942) de Marín Cañas, El crimen de Alberto Lobo (1928) de Gonzalo Chacón Trejos, etc. En esta novelas el tema amoroso huelga un papel secundario ya que las novelas tienen como eje central otros aspectos,, por ejemplo los políticos, sociales, históricos y el tratamiento amoroso es solo accidental, es como un caramelo en medio del hambre. Tiene una función de apoyo que obedece a la vieja opinión educativa de enseñar divirtiendo.
El naturalismo en América Latina, explotó el tema amoroso para denunciar la desigualdad social y una sociedad degradada, viciosa. Santa (1903) del mejicano Federico Gamboa, es una campesina que una vez seducida y engañada por un policía, se traslada a la ciudad y comienza una vida de prostitución. De igual manera con las diferencias del caso ocurre en novelas como Juana Lucero (1900) de Augusto D'Halmar, Nacha Regules de Manuel Gálvez y en Costa Rica Hijas del campo (1900) de García Monge, Ese que llaman pueblo (1942)de Fabián Dobles R., para solo citar dos. Es el naturalismo que se da a conocer a través de la novela de prostitución, hijas de Naná (1877) y otras de Emile Zolá.
En resumen, el triángulo amoroso, simple o doble, ha sido utilizado por la literatura universal siempre y la costarricense no es la excepción. El marido engañado o la mujer ofendida seguirá siendo tema importante para el novelista. La familia y la degradación de ella a través del adulterio es tierra fértil para crear sus obras sobre este aspecto o medio para plantear otros de mayor envergadura. El éxito que alcanzan las llamadas novelas o culebrones en la televisión es muestra de que no han desaparecido y que ese tipo de novelas alcanza lectores y hoy televidentes en cantidades asombrosas.
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Gracias por su comentario, Nelson, ese es nuestro objetivo.
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Benedicto Víquez Guzmán
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