QUINCE DUNCAN MOODIE
(1940)
Quince Duncan Moodie nació el 5 de Diciembre de 1940, en San José. Fue su madre Eunice Duncan Moodie. Su niñez la pasó en una población ferrocarrilera, llamada Estrada, cerca de Limón. Ahí realizó sus primeros estudios en la escuela de ese lugar y la escuela nocturna Ricardo Jiménez. Después de haber ganado el sexto año se trasladó a San José y realizó los estudios secundarios en el Liceo Costa Rica.
Su inclinación por las letras comenzó con la publicación del libro de cuentos Una canción en la madrugada (1970). Cinco años después publicó Hombres curtidos (1975), su segunda novela.
También es coautor con Carlos Meléndez en el libro ensayístico El negro en Costa Rica, publicado en 1972.
Fue miembro del Consejo directivo de
Ha recibido gran cantidad de premios por sus obras literarias: Primer escritor, hijo del cantón de Matina, en 1971, Premio Nacional de novela Aquileo Echeverría por su novela Final de Calle y mención honorífica por la colección de cuentos titulada Tierra de abril.
Ha representado a Costa Rica en gran cantidad de Congresos en el exterior. El último fue en Francia en 1997. Actualmente trabaja como profesor e investigador en el Instituto de Estudios Latinoamericanos de
LO QUE HA ESCRITO QUINCE DUNCAN MOODIE
NOVELA
1. Los cuatro espejos: 1973
2. Hombres Curtidos: 1975
3. La paz del pueblo: 1978
4. Final de calle: 1979
5. Kimbo: 1989
6. Un mensaje de Rosa: 2006
CUENTO
1. El pozo y una carta: 1969
2. Una canción en la madrugada: 1970
3. Bronce, reto a su piel, ídolos: 1970
4. Los cuentos del hermano araña: 1975
5. La rebelión pocomía y otros relatos: 1976
6. Los cuentos de Jack Mantorra: 1989
7. The Best short stories: 1995
TEATRO
1. El Trepasolo: s.f.p.
Ha publicado varios ensayos que aquí no interesa citarse.
Hombres Curtidos (1971)1 es la primera novela escrita por Quince Duncan Moodie. La fábula de ella es bastante simple.
Clif Duke regresa a Limón, provincia del Atlántico de Costa Rica, su principal puerto, después de catorce años de estadía en San José, la ciudad capital. Ahí estudió y se convirtió en escritor. Su regreso al pueblo natal está motivado por la idea de matar a Bowman por haber deshonrado a su abuelo Jakel Duke. No lo hace y más bien decide escribir la historia de su abuelo e integrarse a la vida limonense de sus antepasados.
Luego de su llegada, Clif, comienza a recordar los tiempos pasados. Narra el viaje desde Jamaica por parte de su abuelo y otros personajes relacionados con él, así como algunas costumbres, tales como, bailes, cantos, cacerías, etc. Da a conocer parte de la genealogía de su abuelo, los motivos del viaje a Costa Rica, cómo se casó y se estableció en Limón, hasta llegar a la enfermedad del abuelo y su muerte y empatar la historia con su regreso a Limón después de su permanencia en la capital.
La narración es rápida, precipitada a veces, y su trama muy fragmentada. La figura principal, Jakel Duke aparece muy desdibujada y carente de personalidad. No hay manejo del personaje y sus relaciones con el medio. Así, por ejemplo, la cacería queda como un acontecimiento aislado sin motivación alguna y con ello pierde toda verosimilitud. No se explota la vivencia existencial del sujeto, con relación al objeto, la historia y las circunstancias que vivieron los negros en Limón.
La novela no alcanza la denuncia social, pues queda en resentimientos individuales o en planteamientos teóricos, sobre integración del negro a la cultura costarricense. Este conflicto se presenta a nivel intelectual y no existencial.
La segunda novela escrita por el autor se llama Los cuatro espejos y la publicó en 1973.1
La novela consta de doce capítulos que reciben su respectivo nombre, un tanto simbólico y referente a su contenido. El espacio, en que se desarrolla, es San José y Limón. Se parte de un presente, tal vez tres días, y un determinado conflicto, seguido de un acontecimiento, como por ejemplo, la llegada al Teatro Nacional de Ester y el protagonista, Charles. Ellos abren el tiempo cronológico de pasados cercanos y remotos, de la génesis del negro en Limón, sus angustias, logros y esperanzas.
La búsqueda de identidad de Charles se concentra en casi toda la novela. Es un negro que sufre las consecuencias de una cultura importante pero asediaba por la cultura de los blancos, su poder económico y los indicios, ciertos, de querer extinguir. Es la lucha por la supervivencia de una cultura real, rica, auténtica, contra otra postiza, heterogénea, foránea, inauténtica y si se quiere, superficial, como es la de los blancos, sólo que los últimos tienen el poder económico, mientras que los negros arrastran la maldición de la esclavitud. Posiblemente esto explica las conductas complementarias de Charles, según esté, en Limón o en San José. A pesar de su adaptación, más por necesidad, a las costumbres y prejuicios de la capital, Charles sufre, es víctima de toda clase de prejuicios y conductas racistas en San José y su estancia en esa ciudad, necesaria para estudiar y llegar al conocimiento, se convierte en un conflicto existencial que lo mueve a buscar su propia identidad en los suyos, pero al mismo tiempo, la incorporación de nuevas facetas de su vida en la ciudad, que de una u otra manera afecta la pureza de su origen. Es una especie de paradoja, ser puro o ser contaminado y este conflicto es clave en la novela. La respuesta es, pareciera, ser moderno, sin perder lo importante, lo esencial de su cultura, su origen. A pesar del ambiente, de la contaminación, es posible mantener su propia identidad, cuando ésta se tuvo y vivió auténticamente y fue real. No importa, en cual espejo se mire, de los cuatro o más que se le presenten, la verdad de su imagen siempre será la misma, si no sucumbe a la renuncia, la pérdida, la desvaloración de su propia esencia, ser negro y sentir el orgullo de serlo auténticamente.
Cabe decir que esta novela no escatima el uso de las técnicas modernas del relato y muestra un escritor que las conoce y usa adecuadamente. Es un autor que, a pesar de narrar sus propias experiencias y las de los suyos, se distancia lo suficiente para dejar que las voces de los personajes cobren vida propia, se independicen, sufran, vivan, su propia desnudez y conflictos más sobresalientes de nuestros tiempos.
Final de calle es su tercera novela y la publicó en 1978.1
Trata el tema de la manifestación de los estudiantes universitarios, sobre todo de
La cuarta novela la llamó La paz del pueblo y fue publicada en 1986.2
Es una novela bien escrita, polifónica y que rompe con la linealidad. A pesar de que el narrador es omnisciente, sin embargo, está muy cerca del personaje y se convierte en algo así como una conciencia fuera de él, alguien que le sirve como interlocutor, que le insita a actuar, hablar, pensar, discurrir.
La novela gira, básicamente, alrededor de dos personajes, Pedro Dull y Sicaira, nombre bellísimo y poético. Su amor es más una identificación, un encuentro, un culto a la rebeldía a la búsqueda, no solo de la libertad sino de su propia identidad. De ellos parten todos los procesos, sobre todo, los recuerdos de tiempos idos, amargos, de esclavitud, de venta de negros, de envilecimiento, de ultraje. Son el símbolo de la rebeldía pero también, el fruto del dolor, del llanto, de la pobreza, de la usurpación. Si Pedro sufre su propia impotencia, con hidalguía, con orgullo de hombre limpio, fuerte, noble, Sicaira invoca la poesía, la belleza salvaje, la pureza, la simbiosis con la naturaleza, la libertad, el ideal inalcanzable para los comunes, es la diosa que simboliza, sobre todo, la vitalidad, la pureza y la libertad.
Todas las frustraciones de un pueblo explotado, esclavizado, acallado, engañado, traicionado y envilecido, desfilan por la novela que se convierte en un espacio trágico, degradado, donde la paz, pareciera ser sinónimo de conformismo, dejar hacer, dejar pasar, de consolación, de muerte a la rebeldía, a la lucha, al ideal. Pueblo de alabanzas a dioses silenciosos, cómplices, partidistas y representados por pagados con limosnas, agachados, incondicionales del poderoso, del rico, del dueño, del esclavista, como en los tiempos idos. Una religión cristiana al servicio de lo establecido, ganado con limosnas, a costas del dolor de los peones y la complacencia cómplice del mandato oficial.
Sicaira muere y la encuentran en el río, su frecuente lugar de refugio, de comunión y la muerte se la endosan a Pedro, a quien ella amaba y con quien fundían, no solo el amor sino el ideal soñado, la libertad, la igualdad, la verdadera paz y no el sometimiento. No importa quién haya sido, si el loco, hijo del patrón o el río que quiso protegerla entre sus aguas o el Obeah, Nyambe o Changó o el mismo Samamfo que deseaba tenerla en su regazo, lo cierto es que con su ida, el pueblo se manifiesta tal cual es, sumiso, cómplice, conformista, aletargado, espoleado, víctima del engaño y la postergación. Y Pedro recibe todas las acusaciones del poder económico y oficial. Se le señala como el asesino, instigador al desorden porque osó pedir, al patrón, que pagara un médico por un peón que perdió la salud en su provecho y soñaba con la huelga que nunca dio inicio, tal era "la paz de ese pueblo". Aún así, y contra todos los que le aconsejaban que huyera, Pedro se entrega a las autoridades con hidalguía, con coraje, sabiendo cuáles serían las consecuencias, porque sí, porque era un hombre, todo un hombre.
Estos procesos de degradación de los dos personajes principales se dan paralelamente con la degradación general del pueblo y los negros. Se escarba en los orígenes de su propia historia y se llega hasta los tiempos míticos y se desencarna la desgarrante égida, la diáspora de ese pueblo vendido, violado, vilipendiado, esclavo desde su misma salida de África, en Jamaica y en Limón. Buscar su origen es, sin lugar a dudas, encontrarse con el dolor, el sufrimiento, la violación y su mayor mérito es que están ahí, como testigos fieles de ese maltrato, de ese genocidio al servicio de los intereses de unos cuantos blancos poderosos y el consentimiento de todos. Su mejor identidad está en el presente, sus raíces lo han templado, como el acero, pero es la lucha, la sobre vivencia a la tempestad la que da fuerzas para conformar el futuro que tendrá que ser, irremediablemente plural en la singularidad. El negro del mañana podrá blanquearse pero su especificidad en la multiplicidad lo hará soñar con el futuro, al igual que a toda la humanidad. El pasado explica el presente y lo dispara a conquistar el futuro, a pesar de que el precio siga siendo muy alto y la espera muy prolongada.
También tenemos conocimiento de la quinta novela que publicó en 1989 y que llamó Quimbo.1
Esta novela de Quince reúne la riqueza técnica más lograda de todas las anteriores. Está configurada por un discurso multifónico y abre un abanico carnavalístico, al estilo de un coro de voces variadas, sobre un mismo acontecimiento: un secuestro y un acusado negro, Kimbo. Es un buen ejemplo de la relatividad de la verdad y de que el arte en general y la novela en particular es un embuste, una nueva realidad, entre muchas otras, una creación.2 Si se quiere, la historieta que da pie a la novela, es bastante simple. Hay un secuestro de un comerciante millonario y culpan a Kimbo de ser el autor intelectual de él, junto con un grupo ¿comunista? En realidad él no fue y el grupo que lo realizó fue más bien de derecha más oficial, que privado. Este cotidiano hecho abre todo un abanico de voces, despierta las conciencias y las acalla y mueve a los oportunistas a sacar provecho. No son voces simples, representan a personajes privados y públicos, de importancia, la esposa del secuestrado, el cura, la madre de Kimbo, su esposa y su amante, algunos testigos de oficio, el coronel de inteligencia que ofrece un legajo de torturas dignas de
"Largas habían sido desde entonces las horas de auto aniquilamiento, y de auto compasión. Largas horas de vivir sin vivir, de vivir sin ser, de ser por el otro. Ser lo que el otro quiere. La señora del Barrigón, la mujer del Barrigón, la propiedad personal del Barrigón. Toda una vida en función de su marido, para cumplir sus deseos y sus caprichos. La mujer, decía, nacía para ser compañera del hombre, para llenar de alegres momentos su vida, para compartir sus depresiones."1
Pero ésta no es una experiencia de enajenación de la esposa del Barrigón secuestrado, es la vida del pueblo entero, de todos, unos por una razón, y otros por otra, pero todos iguales: durando sin sentido, sin proyectos, viviendo y haciendo lo que otros obligan a realizar, abdicando de ser, aunque fuese por un instante.
El final de la novela, si no es esperado, por lo menos es deseado. Se da la rebeldía, se esclarece la verdad del secuestro. La muerte de Kimbo no fue en vano. Su mensaje abre una esperanza, un presente-pasado en simbiosis armónica, a favor del ser, del hombre histórico, del hombre hombre, con la cabeza levantada, con altivez. Así Kimbo se convierte en el símbolo del pasado y rescate de sus valores, la identidad del ser en la pluralidad del presente y un futuro prometedor. La tesis aparece en la novela, casi al final:
Quiero decir: es cuestión de vivir hoy. Y eso es el Samamfo. Ese es el régimen de los vivos y de los muertos. Porque el pueblo sobrevive. La rebelión del pueblo sobrevive y está siempre presente. Porque la astucia del hermano Araña sobrevive y se impone. Porque nosotros vivimos por los abuelos, y por los abuelos de los abuelos. Vivimos, existimos en nosotros. Se encarnan en nosotros, se actualizan todos los días en nuestros actos, y por eso es que siempre te digo que no existe el ayer. No existen los recuerdos. Ayer y hoy son lo mismo: son dos momentos del pensamiento. No se pueden dividir porque entonces el ayer se convierte en una ilusión nefasta: esos recuerdos se vuelven ídolos y nos consumen."2
Es una tesis general y no de un grupo. La novela se universaliza particularizándose, se sale de la frontera estrecha de los paradigmas pasados y se inserta en el concierto de la nueva novela polisémica, polifónica y denuncia una sociedad enajenada y deshumanizada. Excelente obra literaria de Quince que lo exhibe en su madurez intelectual y artística.
La sexta novela (según el autor) la tituló Un mensaje de la rosa y la publicó en el año 2005.3
¿Es o no una novela? El autor dice que sí, que se trata de una novela de relatos. Nosotros tenemos nuestras fundamentadas dudas. El género novelístico es muy flexible y casi todo es bien recibido en su discurso pero existen límites convencionales que lo definen.
La novela se ha escrito siempre en un lenguaje polisemántico que mantiene una unidad estructural dentro de sus variantes estilísticas, intertextualidades, insertaciones de otras novelas, relatos, poemas, fábulas, etc. No es cierto, como en la máxima del Derecho que "lo que no prohíbe el género, está permitido". Esto equivaldría a aceptar que en una obra de teatro un personaje se pusiera a contar una novela un tanto larga o que comenzara a hablar en Bibrí durante todas sus intervenciones. Por supuesto que el público se enojaría. Lo mismo ocurre con el género novelístico.
No es este el momento de abrir una polémica sobre esta problemática pero debemos ser claros: si aceptamos un género como la novela, debemos compartir los rasgos esenciales establecidos y aceptar los cambios necesarios que la enriquezcan y la hagan más artística cada vez pero sin llegar a absurdos innecesarios. Para nuestra normativa El Quijote de Cervantes sigue siendo un buen ejemplo.
Los relatos que el autor considera que forman la novela tienen como temática y esto es muy importante, la cultura África-caribeña de los negros, la llegada a estas costas americanas, sus creencias, leyendas, vivencias, etc. Esto lea da cierta unidad temática que mantiene al lector atento a lo que sucede en cada relato. La divide en tres partes: Primera parte Raíces, Segunda parte, La travesía y Tercera parte, La Diáspora. Cada una de ellas mantiene una la unidad y se inserta en la totalidad, que da nombre a la novela. Si el lector lee con detenimiento los llamados relatos por parte del autor no son más que piezas hábilmente estructuradas que relatan momentos importantes de cada momento mayor. Son como las voces de un mismo coro en tres tiempos. Las raíces, la travesía y la diáspora de un pueblo: los negros. Así conocemos su visión de mundo, sus congojas, sus dificultades para sembrar la semilla de su reino y el camino tortuoso que emprendió hasta convertirse en un pueblo diseminado por todo el mundo.
Es una novela y no un grupo de cuentos, solo que el autor llama relatos a esos momentos esenciales de un pueblo que fue sembrado en el mundo con dolor y sangre.
1 Duncan Moodie, Quince. Hombres Curtidos. Imprenta Metropolitana, San José, 1971.
1 Duncan Moodie, Quince. Los cuatro espejos. Ed. Costa Rica, San José, 1973.
1 Duncan Moodie, Quince. Final de calle. Ed. Costa Rica, 1978.
2 Duncan Moodie, Quince. La paz del pueblo. Ed. Costa Rica, San José, 1986.
2 Es importante señalar esto porque, precisamente, un grupo limonense solicitó al presidente Pacheco y el Ministerio de Educación Pública, retirar Cocorí, como lectura obligatoria en la educación secundaria, por considerarlo racista en algunas frases dichas por personajes y ni siquiera por el narrador. Fue la niña rubia quien le dijo a su madre "mira mamá un monito". Esto es un desconocimiento total de lo que es la literatura. Los personajes si son bien creados tienen su propia independencia en todo. Esta novela que comentamos es un buen ejemplo de ello y bien podría enseñarles eso, Quince.
1 Duncan Moodie, Quince. Ob. Cit. p. 83.
2 Ídem, p. 126.
3 Duncan Moodie, Quince. Un mensaje de
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