Roberto Brenes Mesén...cont 1

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en 1893 y  el italiano en 1894. Aunque el latín lo comencé  en 1888 y 9, la verdad es que mi gusto por esa lengua  sólo se despertó en Chile, al lado del profesor  Hanssen con quien trabajé tres años en esa disciplina, con propósitos filológicos. Entonces experimenté  la necesidad vaga de  dedicar algún tiempo al alemán; pero otros  estudios me retuvieron  lejos de la satisfacción  de ella. En 1903, antes de ponerme a escribir  la Morfología de la Gramática, me entregué por entero  al estudio del alemán. Elegí una obra de  Metodología de las Matemáticas y diariamente  aprendía veinticinco  o treinta palabras de memoria  tomándolas de las páginas  que iba recorriendo. Luego volvía a emprender  la lectura de los mismos fragmentos  hasta comprenderlos. Al cabo de dos meses  pude leer los trabajos que necesitaba habiendo  trabajado cuatro y cinco horas diarias en ello. Al portugués le dedique  unas dos o tres semanas  con el fin de leer  algunas poesías de Eugenio de Castro.

Cuando  en 1898 habían avanzado mis estudios  de latín, el profesor Hanssen me puso en contacto con algunas  raíces indogermánicas de la lengua de Virgilio y esto me interesó grandemente  de modo que cuando pude hacer  algunas obras de consideración  me dediqué al estudio  de esa rama de la Ciencia del Lenguaje  y por ahí penetré en el conocimiento  de palabras y formas  del sánscrito que luego me sirvieron para comprender la terminología  de la filosofía Yoga y Sukya. Mis estudios  teosóficos  despertaron en mí  el deseo de conocer  alguna cosa de la estructura  de la lengua y del pensamiento  de los árabes  y dediqué  algunos meses  a ese estudio  en compañía  de Antonio Sauma. De igual modo  la lectura de la Kábala me obligó  al  estudio  de  los elementos del hebreo; pero la obra de Fabre d'Olivet sobre esta lengua  es tan sugestiva  que me detuve  algún tiempo  en ella  para comprender su traducción  del Zipho lbeututa. Ocasionalmente he dedicado  la atención al griego moderno.

Mis predilecciones por los poetas han sido tantas  y tan varias que bien puedo  decir que no  ha habido exclusivismo  de admiración para uno sólo. Así en mi primera juventud amé a Calderón de la Barca y a Garcilaso de la Vega y me seducía todo el teatro  clásico español, en particular Alarcón, Tirso de Molina y dos obras de Lope de Vega. Las de Calderón las leí todas en la Colección Rivadeneira. Fui un asiduo de la Biblioteca  Nacional. Cuando pude leer el francés,  a los quince años, me dediqué al conocimiento  de Corneille y me encantó El Cid. Fue entonces cuando escribí  unas pocas escenas  de un drama que llamaba  Pilar Jiménez, nombre de un legendario bandolero  cuyo  tipo habría  de parecerse  al Cid de Corneille en la arrogancia  de las respuestas. Años más tarde reconocí  el tipo en una obra de Merimée. En 1890 comenzaron mis lecturas  clásicas universales  con la guía de Víctor Hugo, que se halla en su obra  Guillermo Shakespeare. Seis años más tarde  había leído todas  las más importantes obras  citadas en ese libro. En 1893 además  de tales lecturas, aprovechando las publicaciones  de la España Moderna,  que entonces conservaba  el carácter de internacional entré en conocimiento  de la literatura rusa  y francesa. De esa época data  también mi afición  al estudio de las literaturas orientales que despertó  en mí la lectura  del Shah Nameh o Libro de Los Reyes de Ferdusi, así como la de  Las Gacelas  de Hafiz y de los dramas de Kadilasa: Sakúnlala y Vikramortasi. Ese año que pasé en la Biblioteca  de Alajuela  es uno de los que  mejor aproveché  leyendo mucho  de lo excelente que en ella existía.

En 1894 entré en contacto  con las obras de Leopardi que me sugirieron  la necesidad de estudiar la lengua italiana. El influjo de la melancolía  fue profundo  en mí. En esos meses escribí  algunas poesías  leopardianas  sin mérito  ninguno. Pero  quedó en mí  la huella candente  de aquella vida  de dolor  y tres años más tarde, hallándome en Chile, al evocar  en un campo el recuerdo  de mis días de soledad, me vino el deseo  de expresar mucho de mis melancólicos  pensamientos en un lamento que se llamaría  El lamento de Leopardi. Este poema, desconocido casi por entero  en Costa Rica, me reveló  mi fuerza y experimenté  mientras trabajaba en él  un fenómeno de conciencia  particular  que conocí más tarde  ser el fenómeno  de la inspiración. En Chile me fue dado, por correspondencia con Darío, conocer a Lugones, cuyas Montañas de Oro, acababan de publicarse, y un ejemplar  de las cuales me fue remitido  por el poeta con fina dedicatoria. Este portentoso artista, leído en comparación con Víctor Hugo, cuya influencia  sobre el argentino me pareció evidente, fue para mí  una iniciación  en los recursos del genio y del arte. Entonces vinieron para mí los días  de pasión por el estudio  de las grandes obras de arte, no para entretenimiento, sino para descubrimiento  de los procesos de  creación. Dante y Shakespeare me enseñaron el valor  de la comparación  y de la imagen. Víctor Hugo la osadía. Lugones, la holgura del verso para vaciar  en él  amazonas  y niágaras. Homero  tuvo desde entonces  un sentido  profundo para mí - en la traducción  de Leconte de Lisle  que no había  antes en la de Hermosilla. Desde esa época  un mundo nuevo  quedó abierto para mí, que sólo  se amplificó  cuando pude de 1900 al 902 penetrar  en la poesía inglesa: Sheller, Keats, Rossetti, Tennyson, Swinburne, Emerson y Whitmann.

No hice  jamás imitación  de estilo ni de armonía  que no fuera de Cervantes. En los años  1904, 5 dediqué muchas horas  al estudio  y la imitación  del estilo y vocabulario  de El Quijote y de La Galatea. Como encontrara  algunas semejanzas entre  La Celestina  y   El Quijote  le dediqué algún tiempo a esta última; pero pronto  descubrí que la melodía  de Cervantes  era muy superior  a todo cuanto yo conocía. La imitación que de él  ha hecho  Montalvo  se distingue del original  precisamente  en la música  del primero que es superior a la del ecuatoriano.

La armonía del verso libre la descubrí  en los poetas franceses  de la última década del siglo pasado y la discutí con poetas  y escritores  chilenos  a propósito  de  Rubén Darío  La Marina Poniental que tanta  burla  provocó  al publicarse en 1900  es la  revelación  de mi posesión  y  dominio  de la armonía del verso. En todo  ello  me he dejado  guiar por mi oído, educado  por medio  de la lectura  en voz alta  de los mejores poetas clásicos. En el fondo, el verso  libre no es otra cosa  que  reunión  sinfónica de las cláusulas  rítmicas existentes en la estructura de los versos clásicos.

No conozco ningún poeta  cabalístico; no los  hay; la inspiración  rompería  la indispensable discreción del cabalista.

El valor musical de las  vocales es casi uniforme para las personas  que pertenecen  a un sólo país; la coloración  de tono  en los individuos  depende  de las emociones. De suerte que en una misma poesía   ese valor suele  modificarse  de conformidad  con las emociones representadas  por las palabras en  los diversos  pasajes del poema. La u posee  el tono más  bajo, bemol de  la  segunda  octava, y la i, la más alta  de las vocales  se oye  en   bemol de la  sexta  octava. El sonido dominante  en la naturaleza es fa.

La vocal que en nuestra lengua se aproxima  a ese sonido de fa, para mi oído es  la e. Las  consonantes no poseen  valor total, sino cuando son fricativas sonoras, pero en tal caso se adhieren  al sonido musical de la vocal que acompañan. Tienen en cambio  una gran potencia  sugestiva de emoción.

Las noches de luna, fuera de la ciudad, evocan en mi flauta  y violines errantes  en el aire, sonoridades de plata  sobre plata  en las cuales  prevalece la música  de la i y de la a,  si hay  un fuerte motivo  de alegría. Si melancolía, prevalece el sonido de la u. Pero lo cierto de todo esto es que el artista  trabaja con todos  los elementos fónicos  y de color en  la misma forma  que el pintor o el músico, sintiendo y no pensando  que  ahora debe poner más  rojo y luego más azul. La obra de arte  se construye en el interior  en todo o en parte, pero  tales  partes son pequeños todos sinfónicos.

Los perfumes han ejercido siempre una benéfica influencia sobre mi sistema  nervioso y sobre mi mente: son  sugestivos  de belleza  y de naturaleza. Perfumes místicos  son los ambrosiacos: sándalo, incienso, rosas concentradas, sahumerio de eucalipto y ciprés. Los profanos  que más se les parecen  son la rosa, la reseda,  el cedro y algunas otras maderas olorosas. La canela y el anono me producen  la impresión  de la severidad; el  azahar, de primavera; los pétalos guardados en las páginas  de un libro me huelen a otoño; la piña  me trae un olor de diciembre y el jazmín  del Cabo siempre me trae  la impresión  olorosa del día  de difuntos. Otros olores, otras emociones; pero  sería  largo de contar. ¿Retrato mío? Soy mal fotógrafo. Hágalo Ud.1"

 

En 1951, su hija Fresia Brenes de Hilarov, una de los ocho hijos  de Roberto, recuerda a su padre, desde niña. De  ese texto  sacamos algunos párrafos  que consideramos  destacan muy bien a don Roberto.

 

Cuando vivían en Heredia y siendo Fresia muy pequeña, evoca los sufrimientos  y persecuciones  de que fueron  víctimas  por parte del clero y los católicos de esa provincia.

 

"Sufríamos entonces en Heredia  una persecución completa. El clérigo  incitaba al pueblo en contra, se nos cortaba  el agua rompiendo  la cañería, no  se nos vendían verduras, ni leña, para cocinar. Todas las sirvientas que procurábamos pronto se iban  - al confesarse no les daba el padre, la absolución -. Atacaron  a papá  de inmoral por querer para Costa Rica la coeducación. Por tratar de prescindir del despotismo  de la iglesia  en la   educación pública, educación del estado que debe ser libre y no coercitiva."1

 

A pesar de no comulgar con los dogmas, por considerarlos anticientíficos, Roberto fue tolerante con sus hijos. Les dejó asistir a diferentes cultos, fueran estos católicos o  de otra  religión. Pero siempre  inculcó el respeto por las ideas, el amor al prójimo y al saber, y sobre todo a eliminar los prejuicios en el  momento en que aparecieran. Con frecuencia repetía esta frase:

"Soy ciudadano del mundo y compatriota del hombre."2

 

Como él mismo  lo decía, dedicó su vida entera a estudiar y enseñar. No existió libro en su época que no leyera. Penetró en las diversas culturas universales. Fue un verdadero  humanista. Los secretos de las ciencias naturales y humanas, penetraron  en su inteligencia y los convirtió  en arma contra la ignorancia y en herramienta que compartió con todo aquél  que llegó a solicitársela.

 

Fresia recuerda a su padre estudiando lenguas.

 

"Desde niño se dedicó  al estudio -casi nunca le vi sin un libro  en la mano-. Toda tendencia humana, espiritual, toda filosofía, lógica, historia, le atraía. A las lenguas le dedicaba  especiales años. Conocía  bien el latín, hablaba y traducía el griego, el francés, el italiano, el inglés, desde luego el portugués. Estudió el ruso, japonés, chino, las lenguas arábigas, conocía bien el alemán y el Esperanto, el sánscrito y el hebreo. En toda su vida  no durmió más de cuatro a seis horas y en épocas de intenso estudio, tres le bastaban."3

 

Por último, dice Fresia:

 

"Se durmió finalmente en la paz del señor, el 19 de mayo de 1947, a las ocho horas y pocos minutos de la mañana. Suave y delicadamente, sin más dolor, sin más inquietud".4

LO QUE ESCRIBIÓ ROBERTO BRENES MESÉN

NOVELA

 

1. Estrella Doble: 1900

2. Lázaro de Betania: 1932

 

POESÍA

 

1. El lamento de Leopardi: 1889

2. El bosque en marcha: 1889

3. En la floresta: 1894

4. La sangre del hombre: 1899

5. La marina poniental: 1900

6. En el silencio: 1907

7. El canto de las horas: 1911

8. Hacia nuevos  umbrales: 1913

9. Voces del ángelus: 1916

10. Pastorales y jacintos: 1917

11. Los dioses vuelven: 1928

12. En busca del Grial: 1935

13. Poemas de amor y muerte: 1943

14. Rasur o  semana del esplendor: 1946

15. En casa de Gutemberg y otros  poemas: 1945

 

TEORÍA LITERARIA

 

1. Concepto de poesía contemporánea: 1899

2. Categorías  Literarias: 1922

3. Crítica Americana: 1936

4. Corrientes literarias contemporáneas en Costa Rica: 1948

 

POLÍTICA

 

1. La Aristarquia: 1916

2. El Político: 1941

 

FILOSOFÍA

 

1. La voluntad de los microorganismos: 1905

2. Metafísica de la materia: 1917

3. El misticismo como instrumento de investigación de la verdad: 1921

4. Dante, filosofía, poesía: 1945

 

FILOLOGIA Y LINGÜÍSTICA

 

1. Gramática y lógica de la lengua castellana: 1905

2. El ritmo  de la lengua española: Himnos de Aknnos y Cantar de los cantares: 1946 (traducción).

3. Ensayo sobre la gramática  de don Andrés Bello: 1949

 

Roberto Brenes Mesén fue uno de los costarricenses que más ha escrito y publicado, en Costa Rica. Tal vez sólo comparable a Joaquín García Monge y Moisés Vincenzi Pacheco. Su obra, además de la citada anteriormente, abarca traducciones, poesías sueltas, ensayos de los más variados, reseñas bibliográficas, retratos, crónicas, relatos, escritos sobre Pedagogía, etc.

 

Fue colaborador casi consuetudinario de Repertorio Americano, Ariel, Costa Rica Ilustrada, Páginas Ilustradas  y los  diversos periódicos de  ese tiempo. Sería importante recoger la obra dispersa de don Roberto y publicarla. En especial recomendamos la lectura de su ensayo El Político que publicó en Repertorio Americano en varios números y que nosotros lo reeditamos  en la Euna  en 1987. A pesar de haberse publicado en 1841 posee una enorme vigencia.

 

Estrella Doble es la primera novela que escribió Roberto Brenes Mesén, en 19011.

 

Es una novelita moralista, de tipo amoroso. Su tesis es educativa:

 

"la educación moral en nuestro país es deficiente".2

 

Se condena la deslealtad, la insinceridad, la bajeza, el engaño. El no mirar de frente a la verdad. Lo curioso de la novela es que sea la mujer la que padece de esos vicios morales y no el hombre, cuando era lo más notorio y corriente.

 

La doble estrella simboliza la bajeza de sentimientos de Ismenia, su doble cara, su falsedad, su engaño. No solo Leonardo sufre su doblez sino el mismo Julián Varela que la había disfrutado y gozado y a quien le había jurado amor y matrimonio. Antes de él, Ismenia había amado a una compañera de colegio y después se había entregado al doctor de San Ramón, amigo de su tía doña Enriqueta. Precisamente el hijo que espera en su vientre es de él y por eso Julián la abandona y escoge el destierro, por segunda vez.

 

La novela se desarrolla en San Ramón, en un ambiente idílico y los personajes son josefinos, a finales del siglo XIX. Ismenia y su tía de una familia que había venido a menos, Julián un joven arribista que gracias a la política se había ganado un puesto en la sociedad, a pesar de que había asesinado a un contrario político, funcionario del gobierno de turno. Leonardo era un muchacho de veinticinco años, apuesto, y representa el hombre correcto, el modelo moral. Tan es así que cuando descubre la relación de Ismenia y Julián Varela los obliga a casarse para conservar el honor empeñado de Ismenia, cuando juró matrimonio a Julián.

 

La trama de la novela es lineal pero llena de misterio y el lector va descubriendo los secretos del relato conforme avanza su lectura. Por eso el interés no decae y las sorpresas están al orden del día. Lo que aparenta ser una clásica novela de triángulo amoroso, sentimental, donde la mujer es víctima de la maldad de un citadino  o extranjero, como sucedía con las buenas campesinas o las incautas primas, las víctimas son los hombres, los engañados, los deshonrados. La mujer se convierte en astuta, fingidora, frívola, calculadora, hipócrita, pero sin apenas decirlo. Son los pocos indicios los que evidencian esa doble moral de Ismenia. El mismo narrador omnisciente lo adelanta desde el inicio de la novela, después de un paseo rural, cuando Leonardo  dice:

 

"-Es una fortuna para mí,-siguió Leonardo- se realiza uno de mis ensueños: ¡amar a una mujer que no haya amado a otro!

Ismenia puso en sus ojos una mirada verde y en los labios una sonrisa, en cuyo fondo aparecieron los dientes incomparables, distintivo de la belleza de su persona."

 

Y el narrador poco después agrega:

 

Surgió en ella la idea de verificar la superioridad que desde ese momento se atribuía; fijó nuevamente los ojos en Leonardo y sonrió. Él, que no habría sabido sospechar en esa sonrisa una declaración de guerra, correspondió con una nueva presión sobre la mano fresca.1

 

Si bien los acontecimientos se desarrollan en la villa de San Ramón en su mayoría y dos encuentros en San Marcos que tienen que ver con las dos huidas de Julián, los personajes pertenecen a la oligarquía y el campo solo sirve de lugar ameno para escenificar esas traiciones femeniles.

 

Ismenia se convierte, a nuestro juicio en la primera mujer de la novelística costarricense en transgredir el código programático moral y social. A pesar de ser utilizada como un ejemplo que no debería ser imitado, precisamente por violentar ese código, deja al descubierto la doble moral que imperaba desde principios de siglo veinte y que tan en boga está hoy: decir una cosa y hacer otra. Escamotear la verdad y no dar la cara de frente a nuestros actos. Es posible que al escoger a una mujer para representar el papel que pertenecía, antes y ahora, a los hombres, pero que se aceptaba como normal, pues la víctima era la mujer y nunca el hombre, la novela permaneciera en el silencio hasta hoy. El efecto debió ser espantoso. Una jovencita de la burguesía (oligarquía) educada en los mejores colegios privados y regentados por monjas que de forma natural tuviera amores con una compañera, disfrutara de los placeres sexuales con el doctor y luego con Julián, bajo la sombra protectora de un mango y el arrullo del viento y el aletear de los pajarillos y que se mantuviera como sin nada, con hidalguía, entereza, con los ojos en alto y su mirada frontal, sin sentir remordimiento y con la sonrisa de una monalisa satisfecha y triunfante, debió causar estupor a la sociedad josefina y por ello la dejaron en el olvido. A pesar del fin pedagógico, educativo y moralista  con que termina la novela. Lo que proponía Roberto Brenes Mesén en esta obrita, como en muchas otras, era censurar, reprobar, no tanto los actos hechos por Ismenia que él sabía incorrectos por violentar el código moral cristiano y familiar, sino obligar a los jóvenes a enfrentar sus actos, buenos o malos con entereza, con valentía, sin dobleces, sin dobles estrellas. Posiblemente lo que nunca sospechó fue que al descubrir en la mujer, lo que frecuentaban hacer los hombres, dejaba al descubierto el machismo, la doble moral, lo tolerado hipócritamente en los hombres y censurado en las mujeres y por rebote convirtió a Ismenia en símbolo feminista, mujer rebelde que se burló de la moral hipócrita de una sociedad también falsa, posiblemente sin proponérselo. Por querer censurar una moral cristiana hipócrita deja entrever una estructura latente autoritaria, enajenante, machista, deshumanizada y deshumanizante, una tercera estrella, una tercera moral, tan alienante como la que critica. Podríamos hablar de una hipotética tercera moral.

 

La novela está diseñada desde la perspectiva de Leonardo. Éste es el personaje principal y soporta la tesis ideológica de la obra. Es el modelo, lo deseado, lo ejemplar. Simboliza la entereza, la moral verdadera, la seguridad, la sinceridad, el honor, el respeto, la hidalguía, la rectitud. Pero sutilmente, casi sin proponérselo deja, su conducta, su proyecto ideológico, indicios de una estructura latente importante y desde nuestra posición, enajenante y alienante. Autoritarismo, machismo, clasismo.

 

Leonardo es el único personaje que al final de la obra logra un mejoramiento, una afirmación, éxito, un final positivo pero los medios que emplea no son precisamente inocentes. Obliga a Ismenia a seguir sus dictados, logra de ella sucumbir a sus designios, impone su proyecto ideológico. La aceptación de ella de su matrimonio con Julián, no obedece a su propio consentimiento, a un acto de libertad y amor sino a un contrato moral, una imposición social externa y lo que es más impositivo, le impide amarlo a él amarlo, poseerlo, formar un hogar para proteger una apariencia, una conveniencia social que aunque aceptada por la mayoría como buena, no representaba sino lo que la sociedad imponía al individuo: su sacrificio vital en aras de una formalidad programada del "honor" empeñado o puesto en duda.

 

Otro aspecto que impone Leonardo, bajo su inflexible código moral, es lograr que Julián se casara con Ismenia e imponerle hasta el día de su boda. Para ello fue capaz de llegar hasta el chantaje, o te casas con ella el jueves o descubro las cartas que te delatan como asesino. No es la persuasión honorífica, el acto conveniente porque mejorará la espiritualidad de ambos o por razones vitales que los conduzcan a una plena realización. Todo lo contrario, no importa si el matrimonio fracasa, si son o no felices, si tendrán éxito en su relación, es la conveniencia social, el qué dirán, el guardar las apariencias. Se debe hacer de esa forma por que "yo" lo dicto, el machista, el autoritario, el todopoderoso, la fuerza. Sólo podríamos imaginar que Leonardo amaba tanto a Ismenia que le casa con un asesino, con un político inescrupuloso, un catrín, un vanidoso y arrivista. Más parece una venganza de Leonardo al unir una joven de la alta oligarquía, huérfana, venida a menos con un joven más calavera que hidalgo, un político despreciable y no un estadista, que tanto criticó Roberto Brenes Mesén. No pertenecía a la elite cultural y educativa de la oligarquía cafetalera que hubiera estudiado en Londres. No debemos olvidar que Brenes Mesén forma parte del grupo que se llamó del Olimpo, es uno de sus precursores aunque no participó abiertamente en la polémica de los nacionalistas y europeístas.

 

Si penetramos más en el detalle, observamos que en el bando contrario a Leonardo el autor coloca a una tía viuda, coqueta, venida a menos, relacionada con un médico de pueblo, jovial, culto pero de nariz judía y esto no es casual, pues en el fondo es un villano que permanece en el relato como hombre de bien, inocente y fuera de toda sospecha, a pesar de una conducta indeseable. Enriqueta Fernández vive más por ella que por su sobrina Ismenia Fernández, hija de Tobías Fernández que se había dedicado a la agricultura en San Carlos, después de la caída del presidente Bernardo Soto (1885-1886 y 1886-1890), tuvo contratiempos en los negocios y vino a menos, y que cuando muere su esposa deja a su hija en manos de su hermana y poco las visita. Solas, devaluadas socialmente y en un ambiente campesino, aunque distanciadas de los campesinos, viven un mundo social superficial y a la caza de aliados para recobrar su estatus perdido. Estas circunstancias desventajosas las hacen presa fácil y caen en conductas no deseadas, a pesar de su origen oligárquico. Ambas entran en un medio que las halaga, las idolatra, las hace sentirse importantes y si a ello agregamos la inteligencia de Ismenia y su belleza, el marco para abusar de ellas, sobre todo de la joven, es una ventana abierta. Esto es lo que sucede con el doctor que fue el primero en disfrutar sus amores furtivos. No solo la poseyó sino que nunca le ofreció apoyo y le reclama los amores de la joven con una compañera cuando estudiaba en un colegio como interna. Aún más cuando Ismenia lo necesita, el autor lo saca de escena y lo esconde en Naranjo, así ella se entrega a los designios de Leonardo y acepta la boda con Julián y como es de esperar los dos terminan degradados, uno por licencioso, político vulgar, arrivista y ella por mentir, por haber tenido más de u

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