SEGUNDO PERIODO: 1980-2024. POETICISMO
Este período se extiende desde
Los novelistas de este período se inclinan por escribir, entre otras, novelas históricas, es un afán por reinterpretar nuestra historia y la de otros países, como lo había hecho José León Sánchez en la generación anterior, con respecto a México. Casi la mayoría de ellos son académicos, profesores de nuestras universidades y muy relacionados con la vida intelectual del país. Sus obras son contestatarias con respecto a la historia. Es una muestra de crítica artística a la historia oficial que por lo general fue hecha por historiadores apegados a los gobernantes de turno (los carlistas). Su visión de los hechos se torna más individualizada, más sutil, más taimada, y sobre todo más aguda. Su visión es irónica, lúdica e intencionalmente elude la narración temporal cronológica, lineal. Los hechos se particularizan y pasan por el tamiz de la conciencia de los personajes que los vivieron. Nos recuerda las técnicas de Alejo Carpentier en novelas como El arpa y la sombra.
Estos jóvenes escritores manejan, no sólo las técnicas modernas de la narración, tales como la diversidad de puntos de vista del narrador, los acercamientos y distanciamientos, el cubismo en los diversos planos narrativos, el calidoscopio en los espacios, sino el juego con los diferentes tiempos, etc. Sus novelas, por ello, se presentan como difíciles de comprender o descifrar para lectores comunes y poco avisados. El esfuerzo de estos novelistas se afirma en su interés por crear obras de arte, estrictamente literarias, de ahí su nombre "período del Poeticismo". Además de que, por lo general, los novelistas también cultivan el género lírico.
Con respecto a lo temático, no sólo se inclinaron por narrar y reinterpretar los hechos históricos, tanto de la historia de finales del siglo XIX y principios del XX, sino los hechos más recientes, como fueron los de la alzada de 1948. También se interesaron por la vida social de los pueblos y sus luchas por reivindicarse. Pero, para un número considerable de estos novelistas, su interés cayó en la interioridad del narrador o los personajes. La constante que se había iniciado con Yolanda Oreamuno, en la novela La ruta de su evasión y que había continuado con escritores tales como Carmen Naranjo, Samuel Rovinski, Rima Valbona, Julieta Pinto y otros es continuada por los escritores de este período y por consiguiente de las dos generaciones que lo componen, ya sea, la primera que llamamos, Historicista o la segunda que le dimos el nombre de Ecologista, sobre todo tomando en cuenta el énfasis temático de esos dos tópicos. A la tercera le dimos el nombre de Intimista.
Pero si hay algo que distingue a estos novelistas y tiende a codificar un nuevo paradigma, tanto de la novelística hispanoamericana en general y la costarricense en particular es la dicotomía campo-ciudad que al fin alcanza su culminación con la aporía sujeto-ciudad. Es el hombre, sin tintes sexistas, quien intenta penetrar ese laberíntico, enigmático, carnavalístico, impersonal, mundo de la ciudad. Sujeto- narrador, desde cualquier ángulo que se coloque, omnisciente, protagonista, voces de los enunciados, se ve desgarrado, solitario, criminal, loco, disfuncional, huérfano, abandonado, incomunicado, enajenado. De ahí que el espacio ciudad- multitud lo excluya, lo margine, lo aliene. Este particular enfrentamiento abre la estructura novelesca a lo criminal, lo anormal, lo inusitado, lo sobrenatural, y no precisamente por se extraordinario en el sentido de extravagante, divino, sino todo lo contrario, por salirse de lo cotidiano, lo convencional, lo previsto, lo racional, lo aceptado, lo "bueno", lo codificado, lo ejemplar. Así se incursiona en lo extraño, lo policíaco como estructura novelesca, lo fantástico, lo feo y grotesco, llegando a lo esperpéntico, lo impredecible, lo inesperado, lo inimaginado pero que está ahí, en el sujeto de la ciudad que se rebela y se siente excluido, el que no acepta y renuncia a ser otro, el deseado, el esperado, el exitoso, el héroe positivo, el todopoderoso, el lleno de valores convencionales, el igual a todos, el galán, el machista, el profesional, el gerente, el político todo terreno, el gentleman, el casanova, el estilizado, el que vale según los números de la cuenta bancaria o el color de la tarjeta de crédito. Dime cuánto tienes, en dólares, y te diré quién eres y cuánto está a tu alcance, cuánto vales.
Este período ubica la novelística costarricense dentro del contexto latinoamericano. Los escritores abren una narrativa mucho más desprejuiciada, más atrevida y se despojan de tabúes, prejuicios, miedos. Así se enfrentan a temáticas abiertamente evadidas en generaciones pasadas, tales como el sexo abierto entre parejas de distinto e igual sexo, el machismo, el racismo, la religión, la familia (desintegración y valores caducos), la corrupción política, los antihéroes, la prostitución infantil, en ambos sexos. La ciudad es vista desde la óptica del pachuco, del delincuente, del prostituto, del sufriente y no desde la careta del moralista, el doctrinario, el conductor. El lenguaje se retuerce, se desacraliza y convierte el relato en abierta y directa manifestación del enajenado, del masificado, del producto social obtenido de la sociedad hipócrita del parecer y el consumo. Personajes, lenguaje, acontecimientos, espacios, se endosan sin máscaras, sin retoques, sin sugerencias, sin suspensos, sin puntos suspensivos, sin autocensuras. Se lanzan a la cara del lector con furia, con indignación, sin reparos, sin paréntesis. Lo sumergen en el mundo subterráneo, sin darle tiempo a respirar, lo ahogan en el excremento que han creado, lo atrapan sin piedad y lo obligan a respirar, oler sus propios excrementos. Estos novelistas escriben con rabia, con furia, con sangre y desean sacudir al lector de la modorra, del adormecimiento, del envilecimiento, de la desatención, del qué me importa a mí.
En el estudio de cada generación ampliaremos estas observaciones.
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