Benedicto Víquez Guzmán: La obra escrita de Omar Dengo Maison. Discursos: Discurso del Director de la Escuela Normal de Costa Rica en la fiesta del centenario del café.

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DISCURSO DEL DIRECTOR DE LA ESCUELA NORMAL DE COSTA RICA EN LA FIESTA DEL CENTENARIO DEL CAFÉ

 

 

La juventud que la Escuela congrega, vive con alegría, porque es juventud y porque solemos enseñarle alegría, pero en la intimidad vive, en mucho, con una angustia desoladora. La Escuela tiene angustia desoladora. La Escuela tiene un edificio suntuoso, una misión muy alta, un ideal robusto, un abnegado grupo de trabajadores, una bella juventud, una permanente tempestad de envidias que le da conforte y pureza, pero trabaja en condiciones de escasez que le imponen al futuro maestro la obligación  de ser apóstol, ya desde estudiante, sino por el altruismo que lo enardece, sí por la miseria con que estudia, pues tal altruismo difícilmente nace donde la inteligencia no puede abrir las alas. Hay estudiante, en medio al esplendor de este palacio, que no tiene otro hogar que la Escuela misma; sin un cuaderno ni un lápiz, o que, niño todavía, sostiene a sus padres a la vez que estudia; que enfermo, no puede curarse; que jamás compra un libro, y, -esto es lo más grave- que por ausencia de mil y mil condiciones de trabajo, hace el suyo en absoluta contradicción con las ideas e ideales que la Escuela le ofrenda. La Escuela no recibe, fuera del pago de profesores y pensiones de becarios, ni un céntimo del Estado, ni para invertirlo en material de enseñanza; ni para la satisfacción, pues, de ninguna de sus grandes e imperiosas necesidades.

 

Y así, cargada de responsabilidades, está obligada a darle maestros a las escuelas primarias del país. Y no pedimos lujo, sino que deseamos sencillez, pero no podemos ya tolerar que el estudiante viva sometido a una perpetua inhibición de los mejores dones de su espíritu, conducente al pleno rebajamiento de ellos. No he de señalar muchos otros problemas de salud, de ambiente y hogar, ni de técnica de la enseñanza, en cuanto son económicos y conciernen a la Escuela, ya que es sobrada descortesía exhibir hoy dolores y flaquezas. He querido hacer constar, porque es mi deber y propicia la oportunidad, que estamos contemplando con una indiferencia de inconscientes, antipatriótica, estas magnas cuestiones de la escuela pública y de la educación normal, que son, esencialmente, las mismas de la riqueza, de la cultura y de la soberanía de la nación. Se está cometiendo, fríamente, el crimen de formar maestros oscuros para un país cuya civilización la anhelamos resplandeciente. Se está haciendo más por la educación del abogado que por la educación del maestro. Aquello de que tenemos más maestros que soldados, solo es en la realidad íntima, un alarde funesto. SI en verdad es mayor el número de maestros, también es mayor, y mil y mil veces, la preocupación que nos causa el ejército.

 

Esas no son inculpaciones; expongo hechos sin detenerme a pensar si pueden parecer reproches. Es saludable combatir indiferencias, destruir ilusiones que ciegan, rompen la incomprensión.

 

Razones de economía, nada justifican. Economizar en escuelas es economizar en civilización, y ningún pueblo de la tierra tiene derecho a hacerlo. Gastar dinero pródigamente en educación, no es una cuestión de finanzas, sino una cuestión de honor, de decoro nacional. ¿Se quieren, por ejemplo, buenos caminos? Pues hay que abrir caminos de luz en el alma popular para que circulen por ellos la iniciativa y el desinterés, y entonces los caminos invisibles se plasmarán en la tierra ávidos de encauzar energías. Podréis objetar como criterio de economistas  que el problema educacional es económico, y yo responderé con credo de maestro de escuela que el problema económico lo es, fundamentalmente, de cultura; y para saltar sobre florentinas consideraciones, diré, además, que el inextricable entrelazamiento de esas interferentes realidades sociales, se aclara con solo reconocer la preeminencia, en la naturaleza y en la historia, de la energía, de aquello sutil, revelado en el orden moral por las virtudes que el individuo expresa como sacrificio en las horas supremas, y que, iluminadas de videncia, integran la gloria epopéyica de los pueblos.

    

Digo todo eso, sabedor de que no poseo la representación social e intelectual que en nuestro país conquista la sólida politiquería, pero con el derecho que otorga la generosa confianza de una juventud para la cual debemos desear y edificar sobre pasiones y miserias, una patria que, cual el cafeto de la antigua moneda, "¡libre, crezca fecunda!".

                                                                                           

Agosto, 1921

 

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