Benedicto Víquez Guzmán: La obra escrita de Omar Dengo Maison. Discursos: Exhortación

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EXHORTACIÓN1

    

Señores:

 

En nombre de la Escuela saludo atentamente a las autoridades de la Nación y a los señores representantes de otras naciones que no se han dignado asistir a este acto.

 

Y, recogiendo el eco de la materna ternura, saludo a los hijos de la Escuela que retornan, ostentando laureles, a la casa solariega en cuyo santuario un día se les armó caballeros.

 

Conforta a la Escuela la presencia de sus hijos. Cual si la estrella  del estandarte hubiese cobrado vida, las aulas están llenas de la luz que fluye de la renovada promesa de fidelidad. Cada año, a la llegada de los hijos ausentes se repite el milagro, que parece ya sentir avidez de que una leyenda, apoderándose de su secreto, lo dé a conocer, en poesía y símbolo, como suceso de los más significativos y bellos en la vida de la juventud costarricense. Y así es. Trátase de un convivio anual en que los jóvenes se congregan a crear y a soñar, porque renuevan promesas y porque las formulan, porque reviven entusiasmos y los magnifican. ¡Nobilísimas funciones! Decía Lugones que abstraer exponer espíritu y quitar materia. Soñar y crear, aspectos superiores de la abstracción, es quitar pasado y poner futuro y quitar sombra y poner fulgor.

 

Permitidme que recuerde con brevedad el historial de esta fecha. Celébrase la vez primera en abril de 1917, a pedido del señor García Monge, entonces director de la Escuela, para conmemorar su inauguración, ocurrida en 1915. Los Graduados trajeron al festival su  ofrenda y así, al año siguiente, ya había adquirido un nuevo significado: tras recordar el día de la Escuela, comportaba un homenaje a los Graduados. Pero tal segunda celebración fue en cierto modo trágica. Coincidió con la fecha en que la destitución del señor García Monge agraviaba hondamente a la Escuela. Los Graduados llegaron otra vez con su ofrenda a encontrar a la madre conmovida en los hondones luminosos de su ser por un dolor profundo. Se alejaron, y el otro año no volvieron, y no pudo ser que volvieran sino cuando, a fines de 1919 el actual régimen de la institución, entonces iniciado, declaró, con amor y por lealtad, que se acogía al destello protector de los antiguos blasones de la casa. Y ellos son los que ahora presiden la vida de la Escuela y amparan su laboriosa inquietud: el cuartel azul donde se distiende fulgente la esperanza  de los jóvenes, fragmento de bandera y de cielo patrios; y la estrella blanca, donde una heráldica que no será de la historia, pero sí del corazón, reseña los más elevados orientes del espíritu. En 1919, pues, la fiesta se celebró, como luego, el 12 de octubre, a la verdad sin que se hubiese pensado en asociar los símbolos. La fecha surgió a ofrecerse oportuna, como América en el camino de Colón. Y si de aquel encuentro en el océano -un barco y un mundo- se encendieron glorias y se originó el proceso de una civilización, acaso llegue a ser que de este otro encuentro de una juventud y un día, nazcan las hazañas con que las generaciones descubren y determinan, expresándolo, el destino de las razas. Pero entendamos que raza, como civilización, no es desatada legión de odios, sino camino de fraternidad. Tal es el momento que contemplamos aclararse en la afirmación de las voces privilegiadas del continente. Y en el mensaje que Gabriela Mistral lleva a México, la lira, más que exaltar futuras epopeyas, sin renunciarlas, anuncia dulces evangelios.

 

Atraer la juventud a la Escuela, año tras año,  fomentar la devoción y esclarecer la fe, era poner en marcha una gran fuerza, pero convocarla alrededor de un suceso pleno de las más hermosas síntesis de la historia, ya es ofrecerle a aquella fuerza un cauce extenso, una orientación firme y un ideal definido. Con lo que de solo fuerza que era, tempestad quizás, ahora asciende a ser creación. Y si la tempestad sigue alentando en ella, ya no será para deshacerse en estruendo, sino para acumular en la entraña del país, donde férreas canteras resguardan la savia del continente, un vigoroso impulso de perfección. Atada la juventud a tal ensueño, al contrario de la muerte de Prometeo, la roca habrá sido encadenada al espíritu. Y cuando la juventud cobre alas y las  agite, la roca se tornará alada, y el vuelo la convertirá en astro. Así, quizás en la aventura de Clavileño, Sancho alcanza a sentirse Quijote y puede parecerle que un caballo de madera arrastra las crines resplandecientes de Pegaso.

 

Tres diversos días confunden su aurora en esta mañana de fiesta: el de la Escuela, el de los Graduados, el de la Raza. Los tres de rememoración, de esperanza y de promesa. Los tres de acción y de concordia. ¡Velas, oleajes, huracanes, recuerdo íntimo del aula, la palabra del maestro, la primera lección, el amor del compañero, la lámpara y el libro, caciques y hogueras, corceles y armaduras, Cortés y Moctezuma; la reina Magnánima y el indio rebelde, el Libertador y el Apóstol...! Y es un casto y tumultuoso desfile de imágenes, de toda forma y todo matiz, discurriendo las unas por las sendas secretas del corazón, precisándose otras en la lejanía anochecida del tiempo, imágenes estremecidas de emoción, arrebatadas por la ansiedad de condensarse en aquello que es por sobre todo majestuoso y potente: la idea. ¡Concítalas el amor de la juventud, como atrae el germen  a las fuerzas subterráneas en que fluye la selva cuando todavía es átomo! Y una juventud que se agrupa a solicitud de una idea, es digna de que si ésta no existe, brote del ámbito y se le corone de rosas la cabellera. ¡Démos de nuestro espíritu, señores, una ansia siquiera de perfección, para que los contornos de esta hora se inunden, como de fragancia, de estímulos creadores!

 

Vosotros los hombres que estáis hoy a la sombra de esta juventud, reflexionad que el acto sugiere mayor trascendencia que una fiesta. Hay agrupados aquí jóvenes procedentes de muchos lugares del país, así entre los bienvenidos, como entre quienes los reciben con arco; jóvenes que concurrieron a la fundación de la Escuela y entonaron por la vez primera su himno, y jóvenes que no han cumplido un año todavía de ejercer el magisterio; algunos tienen algo maravilloso en los brazos: el hijo. La evocación de la raza progenitora se hace, pues, poniendo a vibrar la misma solidaridad que la hermana y que es, en lo esencial, el mismo don de armonía que nos une, en pensamiento y virtud, a todos los hombres. Pensad, por consecuencia, que la actitud espiritual aquí manifiesta, atesora fecundos augurios de gestión cívica para la vida posterior del país, los cuales, vinculados al desenvolvimiento de altas empresas nacionales, pueden engendrar vivas realidades, -y hermosas- dentro de una máxima aspiración continental.

 

Jóvenes hay aquí, antiguos alumnos de la casa, desconocidos de los actuales alumnos y para quienes éstos son también desconocidos. Sin embargo, como son hermanos, reúnelos cordialmente la obra común. Mas lo importante es que estoque los reúne  -precisa insistir en ello- invisible lazo de luz;  esto que los invita, inasible atracción; esto de que se les habla, cosa sutil..., presuponen, en realidad, la presencia de aquellos incentivos genitores bajo cuya presión se plasman la conciencia y la misión de un país.

 

Confirmándolo, veréis que en la sesión de trabajo dedicada a los Graduados, después de la fiesta, los actuales alumnos tendrán proposiciones que hacerles, fruto de su iniciativa y cooperación. Desde que recordaron la fecha, proyectaron dedicar algunas horas de este día a la elaboración de nobles propósitos. Suponiendo que con ser ello una nueva forma de labor de la Escuela, fuera, no obstante, algo baladí, o que faltos de vigor los ensayos, fracasen de esta vez, siempre entrañarían un anhelo, una capacidad y un entusiasmo de acción, que para los hombres, y especialmente para los directores de un país, deben ser motivo predilecto de cuidado.

 

La Escuela se transforma de esta manera, cada vez más, de académica casa de enseñanza en activa formación social. Anticípase así, en armonía con la mente de los tiempos, a realizar la gestación ya impostergable, de las horas pródigamente laboriosas en que la educación de los jóvenes, obra de ellos mismos, libertada de la garra de todo dogmatismo, se abra, en medio de un íntimo y multiforme contacto con las necesidades del país, como un haz de arterias vivificadoras, palpitantes de ideal y de dinámica voluntad de creación. Sí, además, se piensa que ésta es una Escuela Normal, matriz de cultura y de opinión pública, por su fin, seminario de justicia y libertad, por su esperanza; la única institución docente de carácter nacional, por la ley; la más pobre, por la condición, a veces misérrima, de sus alumnos; concíbese entonces imperiosa la necesidad de apoyar eficazmente a esta juventud. Ampliarle la oportunidad, es lo que falta, en suma. Darle mármol para que la obra que intenta en arcilla.

 

Admirable campo de siembra, poblado de surcos sedientos, son los jóvenes, cuando la escuela es capaz de provocar la eclosión de sus devociones y de sustraerlas al arraigo en la tierra estéril del pesimismo. Pero si la institución carece de vitalidad para adaptarse a las necesidades de un creciente afán de realidad y fuerza, entonces solo logrará servir de tránsito para que los nuevos jóvenes extravíen la ruta, y vayan, como las generaciones vencidas, a acrecentar la sórdida miseria de espíritu que al cabo va devorando los cimientos de la república. La fiesta de la Raza, señores, interpretaría a maravilla las instituciones de la raza, si contribuyeran a fortalecer e iluminar la conciencia de los deberes que nos reclaman las preocupaciones juveniles. Ellas están consagradas a ser, de preferencia en los maestros, el instrumento de expresión, en las visiones de la historia, en lo que tienen de eterno. No hay problema del país que se pueda resolver sabiamente en ausencia de la capacitación de la juventud.

 

Estoy seguro de que si pensáramos en convertir la Escuela, por medio de los jóvenes en una síntesis fundamental de los hálitos de grandeza del país, y así del continente, aquella síntesis se produciría no muy tarde, con la rutilante belleza de la roca que, acumulando energías, florece en esmeralda. Y si del sur y del centro y del norte llegaran, revestidos de ideas los mensajes de la raza, la cultura del país, acentuando sus naturales corrientes del progreso, llegaría a ser en hora propicia, en mitad del continente, robusto estandarte de la Raza.

 

Pero antes importa, y es urgente, que en todos estos países hermanos, como algunos ya lo hacen, descubramos a plena convicción, el continente interno, la juventud. Hay que determinar su trascendente significación, dándole oportunidad de rebelarse. Ponerla a servir a los intereses permanentes de su vida, es todo el secreto. Lanzarla a buscar doctrinas y símbolos de grandeza, en una aula de trabajo, y en redentora profusión. Suscitar en ella el despertar de alborada, en mitad de la naturaleza, de aquellos ojos escrutadores  del destino humano. Todo ello corresponde a la misión de las escuelas. No son ni las primarias, ni las secundarias, ni las normales, como entiende el vulgo, ilustrado o ignaro, mecanismos que deban juzgarse por razón del gusto que al estado le demanden. Son grandes laboratorios consagrados a transformar las fuerzas oscuras, en aptitud de la muchedumbre para la vida civilizada.

 

Goethe, en el Wilhem Meister, idealiza el concepto de la educación radicándolo en el respeto de sí mismo, noción de reverencia más elevada y comprensiva que la del honor. Pues bien, refutar la conveniencia de la escuela, en todas sus formas por mala que sea, es renunciar al propio respeto, discutir la majestad de la dignidad del hombre y, tratándose de la sociedad, simplemente discutir su derecho a ocupar un puesto en la civilización.

 

En América la escuela confronta una tarea caupolicánica: la de tender, enclavados en el Ande, erguidos como la lanza del Quijote, amamantados de gloria por los senos de dos océanos, los sillares de una civilización nueva y mejor. Al evocarla, recordemos que el genio de la raza sentirá traicionada su virtud mesiánica, mientras las escorias de una ruina les brinden sustento a los despotismos, propios y extraños de que América se avergüenza.

 

Pero estábamos en mirar este espectáculo: Imaginadlo a la distancia de cincuenta años, cuando la juventud que la Escuela entrega, haya crecido siquiera en diez veces. Habrá aquí entonces más de mil jóvenes, tal vez dos mil. Muchos serán ya ancianos, acaso algunos habrán sido estadistas o sabios, héroes o poetas, o habrán ennoblecido la religión de Sarmiento, -la escuela- o llegado a ser, por otro modo, ciudadanos eminentes. En todos los confines del país, estará visible la acción de esas manos, que el cielo proteja.

 

Volverán a su Alma Máter, una vez más, a buscar al hermano, niño todavía, que deba reemplazarlos en el culto del Hombre. Otros, ya estaremos más allá de la sombra: Si alguien nos recordara en aquella gran fiesta ¿qué diría de nuestras actuales responsabilidades?

 

Proponeos, ¡oh jóvenes! Llegar con nobleza a aquella cumbre de cincuenta años...

 

Y los que ya no podamos alcanzarla, procuremos entrar a la sombra seguidos de un bello resplandor...



1 En la fiesta de  Raza y de los graduados de la Escuela Normal de Costa Rica en la mañana del 12 de octubre de 1922.

 

 

 

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