Fino don de ironía, sin pecado de crueldad. Sentido claro del poder de la obra poética. Músicas claras, multiformes, a veces rudas, pero porque el poeta siente urgencias de emancipación del verso y por querer domarlo con violencia, lo mutila. A veces soltura y libertad de vuelo. Firmeza en la demanda de la luz para el ideal...y en todo la lucha de una brillante capacidad intelectiva, con los impulsos de la emoción y con cierto habitual reconocimiento de valores que, a la verdad, el poeta le obstruyen la límpida vibración de su nota personal. Pero su lira hiere la sombra y la encanta y encanta la piedra y el barro del hombre con dulce esperanza.
ENSAYOS DE PEDAGOGÍA E INSTRUCCIÓN PÚBLICA.
LORENZO LUZURIAGA.
Recientemente salido de las prensas, acaba de llegar al país -traído por este admirable hombre que ha consagrado su vida a enseñarnos a leer, García Monge- uno de los más interesantes libros que sobre educación se han escrito en España: Ensayos de pedagogía e instrucción pública, por Lorenzo Luzuriaga (edición de los sucesores de Hernando, Madrid).
Deben leerlo los maestros de Costa Rica; tanto los que confían en la obra de Brenes Mesén, de García Monge, de Torres, etc., como los que, empeñados en negarla, no dan reposo a su labor de desprestigio. Este libro viene a argüir a favor de ellos con la más brillante defensa. En la inglesa u otra lengua extraña muchos maestros no habrían logrado durante mucho tiempo penetrar al debate y desenvolvimiento de las corrientes cardinales del pensamiento pedagógico contemporáneo; pero el señor Luzuriaga hace ahora este valiosísimo servicio de contribuir a encauzarlas hacia nuestra lengua, donde su obra complementa oportunamente el trabajo que ya se había impuesto alguno que otro educador en América y en España. Viene, además, a elevarlo, ofreciéndole ocasión de resonar con una amplitud que pocas obras le han permitido, ya que de las que conocemos en español sobre estos asuntos, quizá ninguna los trata con el acierto que ésta, en cuanto a la selección y presentación de ideas.
Bien haya por su servicio a la cultura el distinguido profesor, a quien de tanto van siéndole deudoras las aulas españolas.
El libro consta de tres partes: Pedagogía Contemporánea. II. La instrucción pública en España. III. La instrucción pública en el extranjero. Nuestras alusiones de refieren a la primera parte, que abarca las siguientes cuestiones: La pedagogía de Dewey, La pedagogía de María Montessori. La pedagogía de Wyneken. Las teorías pedagógicas de Jennings. Es, pues, una presentación de los educadores representativos y de las ideas fundamentales de la "pedagogía de la actuación". Consiste en breves apreciaciones biográficas, en exposiciones sintéticas de fundamentos y principios, en anotaciones al margen de la obra de aquellos hombres, todo ello labrado con la fina discreción del espíritu acostumbrado al estudio sereno y devoto. Busquemos a través de sus páginas un concepto, mejor dicho, a través del pensamiento de los autores que presenta: el de la libertad del niño, por ejemplo.
"El niño nace con un deseo natural de expresar lo que siente, de obrar, de servir, y cuando no se utiliza esta tendencia, se produce una actitud expectante y egoísta y una reacción contra el sentido social" (Interpretación de Dewey).
"La quietud a que se somete al niño en la escuela durante varias horas al día es perjudicial: aún más, criminal" (Jennings)
"Hay en las comunidades escolares caracteres específicos que hacen de ellas verdaderas comunidades autónomas. A saber: el régimen de libre discusión entre directores, maestros y alumnos, y de autonomía, es decir, de libertad" (Wyneken)
"En la vida interior del niño se trata, como en la física, de un problema de vida o de muerte, nada menos. Y esto depende aquí y allá de la libertad que se conceda al niño" (Interpretación de María Montessori).
Todas esas opiniones confirman plenamente las ideas de libertad para el niño que cierto grupo de trabajadores ha defendido con constancia en Costa Rica y que han sólido parecer ridículas o extravagantes a muchos de nuestros maestros y profesores. De ahí que las hayamos escogido para dar una vaga idea de la índole de los problemas que dilucida el libro y del espíritu con que los aborda. Todo lo demás que ha parecido ridículo y que tantas disputas y desavenencias ha originado, allí parece también a propósito de una u otra cuestión, y autorizado por el prestigio de los hombres que hoy dominan el pensamiento educacional del mundo. Allí se encontrarán los maestros estudiosos una guía para el estudio de la pedagogía nueva. Allí encontrarán el secreto de las fuentes en que recoge la savia primaveral con que va transformando la escuela para dotarla de la vitalidad que la naciente civilización le impone.
O. D.
Heredia, Escuela Normal, Oct. 1920
EL PÁJARO AZUL
La Colección Ariel publicará, al finalizar la presente semana, la primera versión a nuestra lengua de la obra magistral de Maurice Meterlinck, El pájaro azul (L'oiseau bleu).
Dicha obra, como es sabido, le ha conquistado a su autor la gloria altísima del premio Nóbel y también el último premio anual de la Academia belga.
Es El pájaro azul lo que llaman los franceses "une feérie", es decir, una obra de hadas, que ha producido en la escena europea, -especialmente en Francia y en Rusia,- el más ardiente entusiasmo, acaso sobre todo por el modo maravilloso como el mismo tiempo contiene un exquisito cuento para niños, lleno de dulces ingenuidades, y un admirable cuento para filósofos, lleno de ironías y sutilezas que muy bellamente se enlazan para constituir un símbolo hondo y elevado. La mano de Maeterlinck es prodigiosa como artífice del símbolo y guarda en ello consonancia con el corazón del pensador y del poeta que es una representación en la vida de todas esas nobles tendencias a la más completa compenetración con los secretos de la naturaleza que tanto gustaron a Emerson y a James y que han hecho producir notas bellísimas a la lira extraordinaria de Walt Whitman. Leed El pájaro azul, sobre todo vosotros los que os decís con orgullo amantes de la verdadera belleza. Y si gustáis de hacer estudio literario, recordad al abrir sus páginas, que Emilio Faguet afirmaba, no ha mucho tiempo, con ese su admirable lenguaje paradójico, que el teatro de Maeterlinck conserva el encanto misterioso de las selvas en que acariciaba sus gacelas Calidaza. La opinión, dada la indiscutible autoridad de su autor, no puede ser más digna de estudio: el teatro de Materlinck ha surgido de la eternidad del teatro indo. Cuando se lee La vie des abeilles parece confirmarse, entre el esplendor con que en ese libro se manifiestan las grandezas de la vida, fugitivas siempre como el Pájaro Azul que Tyltyl y Myltyl han venido buscando a través de todos los siglos.
¡Tyltyl y Myltyl! He ahí a los chiquillos que recorren la escena que os invita a contemplar. Si no queréis llegar a ella, preocupados tal vez por las delicias de una digestión tranquila, dejad al menos que vuestros niños vayan a formar en su torno una ronda bulliciosa a los infinitos trofeos del arte.
FINAE TERRAE
Tengo A mi frente un cuadro de Sagristá -el rebelde artista catalán-
He puesto la mirada en él largo rato, sin lograr comprender el enigma de su simbolismo.
Ese cuadro me ha parecido ser un jeroglífico escrito con tintas de sombra y reflejos de incendio, por los dedos aviesos de la muerte, sobre el blasonado portalón del castillo fantástico en que aloja sus huestes el Placer...
Hay en él lúgubres coloraciones, matices de neurosis, tonalidades difusas de insomnio, trazos desvaídos de agonía...y por múltiples resquicios esparcidos aquí y allá como para dar escape a hondos lamentos, brota verdosamente pálido el macabro rafaguear de la lascivia.
¡Extraño cuadro! Surgen entre un remolino gigantesco de llamaradas, negros hacinamientos de despojos salpicados de ceniza, -despojos que parece hubieran dejado allí, como símbolo de su memoria la caravana del vivir-.
Todo en ese cuadro es hórrido de modo deslumbrante. Hórrido lo blanco; hórrido lo negro; la sombra, la luz...
Destaca en el centro, augusta, egregia, imponente, soberana, una ondulante y alta figura de mujer, robada sin duda a la gallarda concepción del genio griego, que cubre su trágico ademán de vencedora con fulgente brial sedeño en que se agitan delirantes, extraños luminares de pedrería. ¡Creeríase que la han trajeado los astros...! Sus ojos! Sus enormes ojos del odio, los de la traición, los punzantes ojos de la perfidia. Semejan criptas de oro que irradiaran luz violada. Semejan misteriosos surtidores de veneno; leyendosos filtros de augur. Brillan con terrífica intensidad en que se retuerce el fulgor siniestro de los puñales. Son enormes ojos lésbicos, ojos de fiebre, ojos mortales.
Al pie de esa mujer, -de ese monstruo, acaso- revuélvese con dolorosa y gemidora lentitud un puñado de hombres desnudos, pálidos, flácidos, mordidos por la extenuación, llenos de manchuelas de bilis, cuyo aspecto evoca un festín de gusanos hartos de purulencia. Uno de ellos, poseído de eléctrica fruición, de espantoso delirar, hipnotizado, se abraza a los pies de la mujer. Es la ansiedad misma entregándole su amor al mal. Es la voluptuosidad besándose con la muerte. Es la desesperación clavándose una daga.
Acodado sobre el hombro de mármol de la mujer, un esqueleto de amatista encaperuzado de sombras, yergue su silueta de terror.
Y en el fondo, hacia lo alto, sobre un cielo de opaco zafiro con ligeras refulgencias cárdenas, triunfa la majestad de un inmenso sol de fuego en cuyo torno cintila lánguidamente un hala rubio como un trigal.
¿Qué dirá ese cuadro? ¿Le habla a los hombres que fueron, a los que son, o a los que han de ser? ¿Es una visión de la vida o de la muerte? ¿Es un ocaso o una aurora? ¿Lo pintó Mefistófeles o el Arcángel San Rafael? ¿Es una remembranza o una profecía?
Lo he contemplado y en su presencia ha llegado el cenit la estrella de mi esperanza; he sentido engrandecerse mi corazón cual si lo invadieran torrentes de poderosa savia nueva; y a mis oídos ha llegado rumoreando cadenciosamente un sedante salmo de vida. He mirado entonces hacia atrás y he adivinado a un caballero aristócrata amagándose bajo enramada en trance de acometer el candor hermoso de una niña pobreta que ante el flamear de las estrellas marcha con pasitos de tórtola hacia el borroso más allá de la vida, -en todo igual la pobrecita a las flores silvestres que se desmayan en los jarrones de las casas ricas-. Me he quedado pensando en su suerte, en su futuro promisor de miserias. No será esta noche, -me he dicho-; será tal vez mañana entre la grosera misticidad de un confesionario, o quizá más tarde en brazos de un ogro militarote; pero al fin será. ¡Ha de ser! Para apaciguar las torturas que derramara sobre el ánimo ese pensamiento, hube de mirar de nuevo el rojo, el enorme, el inmenso sol de mi cuadro, más radioso cada vez, destellante a modo de una tempestad que se cerniera sobre la libidinosa convulsión del mundo, ya olvidado de las palabras que a la sombra de un sicomoro desgranara el dulce Jesús al oído de la dulce Magdalena...
Abril, 1911
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