Ana de Langton

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ANA DE LANGTON

(1955)

 

Ha escrito algunos ensayos sobre las correcciones de fondo en las editoriales que afectan la literatura como Nihil obstrat y No hay peligro de Heredia, publicadas en Suplemento Cultural.

El primero es sobre la crítica literaria y los contextos biográficos.

 

 

LO QUE HA ESCRITO ANA DELANGTON

 

NOVELA

 

1.   El Puente: 1995

 

El Puente es la única novela que conocemos de esta escritora, profesional en sociología. La publicó en 1995.1

 

Es una novela tradicional, lineal y causal. Tiene una fuerte carga discursiva en el lenguaje. La narradora, así se muestra en el texto, juega un papel preponderante. Es una sola voz la que se manifiesta en el discurso y en el diálogo, que es muy escaso, siempre está presente aunque como personaje no hable, lo hace como narradora. Su punto de vista es exclusivo y no da autonomía a los personajes sino desde su propia óptica. Narra desde un presente, el pasado suyo y de dos familias básicamente.

 

La novela cobra relevancia por la problemática tratada, la posición crítica asumida por la narradora-autora, la sinceridad y franqueza adoptadas y la valentía de enfrentarla.

 

Son dos familias las protagonistas de las reflexiones y un personaje femenino que se interpone como elemento distorsionador, entre ambos hogares, Julia. Esto hace que se configuren dos triángulos amorosos y se interrelacionen entre ambos. Pero no se crea que sean los clásicos triángulos amorosos de las novelas rosa. Todo lo contrario, es el marco del enfrentamiento complejo entre el individuo y la cultura, entre el ser social y el ser individual. Más concretamente entre el ser y el no ser, la vida y la búsqueda de su sentido en una sociedad enajenante, programada, llena de prejuicios, mitos y códigos, la libertad, la razón de ser, la felicidad.

 

La historieta puede ser muy simple pero las implicaciones, muy trascendentes. Alberto y la narradora (no da el nombre) son casados y tienen una hija, Clara. Diego y Maricruz forman el otro hogar y tienen varios hijos, hombres y mujeres. Diego tiene una relación de amante con Julia y la narradora es amiga íntima de ella, alguna vez llegaron hasta a relacionarse sexualmente. Ambas mujeres se sienten realizadas, una y la otra, se comprenden, se comunican y sufren la misma rebeldía contra los convencionalismos sociales. Lucía se relaciona con Diego pero descubre que él no llena sus aspiraciones y que jamás dejaría la seguridad, estabilidad social de su matrimonio, trata de suicidarse pero no lo consigue. Poco tiempo después muere y con ello abre nuevas reflexiones en la narradora, esposa de Alberto. Éste se relaciona más con su hija de escasos diecinueve años y viven una especie de incesto virtual. Ambos se complementan, se entienden, juegan. En otras palabras pareciera que la hija sustituye a la esposa que pasa a un segundo plano. Si para Diego, Lucía era la amante, el tercer elemento del triángulo, Clara juega ese papel con respecto a Alberto su padre, por lo menos públicamente, sin el ocultamiento que sí ocurría en el otro triángulo. Lo importante es que la sociedad censura al segundo pero no al primero, mientras no aparezca la concreción del incesto.

 

El anterior marco de relaciones abre una serie de conflictos que llevan a enfrentar a la mujer con varias convenciones unas como efectos y otras causales, pero ambas sociales, culturales o ideológicas. Yo agrego programaciones sociales permanentes. Ante esto se pregunta ¿cuál es el papel de la mujer en una sociedad programada, causal, logocéntrica o teológica? La sociedad lo tiene claramente establecido desde todos los ángulos y la narradora así lo testimonia. La función fundamental de la mujer es SER MADRE y la célula social debe ser LA FAMILIA, así lo dispone también la religión católica que es otra programación social permanente. No hay salida para la mujer. Cualquier otro camino es rebeldía, pecado, disfunción y el castigo es inmisericorde. Dogma sin preguntas, sin interrogantes. Así es y punto. Y no se crea que exista libertad, no. Se decide de por vida terrenal y celestial o infernal si no cumple con la ley divina. Por eso el mito de Adán y Eva, y la función de la virgen María refuerzan esa programación. Tanto los hombres como las mujeres, éstas a pesar de ser perjudicadas en su misma esencia de mujer, lo aceptan con resignación y a veces, en la mayoría, con orgullo y luchan por cumplir ese rol de la manera más ejemplar. No es de extrañar entonces que la mujer que se desvíe de ese modelo o ponga en tela de juicio esa programación, sea signada de por vida, apedreada, desahuciada, vejada, denigrada, abandonada, lapidada y agréguele cualquier cantidad de epítetos más y no alcanzará sino el castigo. El rol del hombre, en cambio es más encubierto, sobre todo en la sociedad machista occidental. Él puede romper el contrato y tener amantes, sobre todo que reencarnen una especie de mujer-madre,1 siempre que sea una aventurilla y no deje, en la apariencia el papel de buen padre, trabajador, cumplidor, protector, estabilizador, proveedor, engendrador. Hay una especie de doble moral, la real y la aparente. La sociedad hipócrita tolera todo eso pero jamás perdonará a la mujer. Porque ésta es madre y debe dar el ejemplo a sus hijos, sacrificarse, minimizarse, alienarse, cosificarse. Ese es su destino, su papel redentor, su sacrificio en la más pura hipocresía de la sociedad.

 

La novela es rica en este tipo de reflexiones y no viene al caso repetirlas. También abunda en análisis sobre la cultura, las relaciones de padres e hijos. Los dos triángulos amoroso-familiares se tornan significativos a partir del papel de Lucía. Ella en el símbolo de lo prohibido, tanto en la relación con la narradora, esposa de Alberto, como en el papel de amante de Diego. Es el elemento disociador, el que introduce la disfunción, la alteración del orden social y la  seguridad del núcleo familiar. Por ello la narradora le da tanta importancia. Es cierto que en la relación mujer-mujer se informa poco, no se narra la intimidad de esa relación. Sí se conoce que eran amigas y que fue en la graduación de la socióloga, cuando conoció a Diego, en casa de Alberto, pero la molestia de Diego y Clara, antes de saberse el papel de amante que mantenía con Diego, era más por considerarla extraña, rara, una compañía inconveniente pero no porque pudiera ser un obstáculo para la consolidación del matrimonio de Alberto. Así Lucía se convierte en una mujer que enfrenta dos conflictos, la amistad-relación íntima con la esposa de Alberto y el ser la amante de Diego. Al final siente que Alberto no cumple con sus promesas. Ella lo ama y él le vuelve la espalda cuando su relación se hace pública y se acoge en el hogar. Ahí con sus hijos y esposa, entierra la relación con Lucía. Ésta opta por suicidarse pues no ve salida a su situación, como ser, y se ve traicionada, aún de su amiga, la narradora que no le ayuda a liberarse de las amarras en la cama del hospital, posiblemente para matarse. Su vida carecía ya de sentido. Ahora bien, esta situación sufrida por la esposa de Alberto y que es casi generalizada en nuestra sociedad pues todos viven bajo las mismas programaciones, no la sufren las personas, mujeres u hombres que no tienen conciencia o que simplemente aceptan el condicionamiento como algo natural y lógico. Digo esto porque también la situación se les presenta a los varones conscientes que ven su vida frustrada por una relación enajenante con su esposa. Ahora bien, al unirse un hombre con una mujer, ¿están conscientes de esa situación? O la pasión, la ilusión, la vitalidad sexual, la alegría superficial y formal de su unión, duran un tiempo suficiente para mantener el entusiasmo del matrimonio y poco a poco, con el paso de los años se toma conciencia, de una parte o de las dos y ¿no se intenta superar la situación? No enajenándose ambos o una de sus partes sino buscando una nueva relación, cualitativamente superior. Ni Quijote, ni Sancho, es la síntesis cualitativa de la unión. Y si una de las partes no acepta ese proceso, entonces la única salida es la separación, por el bien de todos, padres he hijos. Sobre todo si una de las partes no está dispuesta y no tiene por qué estarlo, a sacrificar su realización vital.  

 

El final de la novela es esperado, la mujer narradora, abandona la casa donde vivía la soledad, el distanciamiento con Alberto. El encuentro de abandono es violento y ella sufre agresión física, pero aún así logra salir de la casa y abandonar el lugar donde vivía recluida. Clara, la hija de ambos encontró novio y sometió a su padre a una doble soledad. La escena final, después de algunas reflexiones sobre la vida, la mujer y las relaciones con los hombres, Clara visita a su madre y el diálogo es frío. La situación permanece igual. Ella, sola en una casa, a los cuarenta y ocho años y buscando a qué asirse en su precaria situación. No aparece una respuesta en el horizonte.

 

El final es realista pero podemos agregar que el individuo no puede violentar los convencionalismos, las programaciones sociales sin sufrir el desencanto, el castigo social. La huida, el retirarse de una situación como la vivida apenas ofrece el cambio de rol, la ilusión de una libertad que es también irrisoria, porque no se ha podido salir de las programaciones permanentes. Salir de una situación conflictiva alienante es importante y pareciera el único camino pero no soluciona la problemática que subyace a ese conflicto. Las programaciones sociales atentan contra el individuo, sobre todo si éste tiene conciencia de la problemática. La mayoría se ajusta a las programaciones, se adapta, las adopta, las incorpora, las protege, las defiende, las justifica, las legitima, es su territorio, tal como sucede con Diego y Maricruz, pero las personas como la narradora y Julia, se convierten en héroes degradados de una sociedad alienante, enajenante al servicio de las mayorías conformistas, también enajenadas pero inconscientes y por lo tanto sin problematizarse. La búsqueda de valores en esa sociedad degradada solo conduce a mitos, prejuicios, reafirmaciones de los "valores" permanentes aceptados por todos como tales: el papel de la madre como procreadora, esposa fiel de por vida, defensa del hogar, bajo esa concepción como la única célula social capaz de hacer feliz a los constituyentes de ellas, cuando en realidad es la legitimadora del poder social, político y económico lo que priva. El bien individual se subordina al "bien" social. Los incestos, los complejos de Edipo o de Electra, las violaciones de hijos o hermanos, los fratricidios (Caín), matricidios, parricidios, etc. son rechazados pero se explican como disfunciones que deben ser corregidos al igual que la violencia doméstica entre esposos o cualquiera de los miembros. Todo debe tolerarse, soportarse en aras del bien familiar. Esto fue lo que la narradora no soportó y denunció en la excelente novela que escribió.

 

A pesar de ser una novela típica de narrador enfático, preponderante, absorbente, acaparador, totalizador, propio de un discurso ensayístico, la novela se destaca por la incursión en ese personaje narrador, trágico, lúcido, brillante, crítico, sincero, liberador que estando en el puente no salta al abismo, tampoco regresa a su celda y prefiere crear su propia soledad pues al fin sería su pertenencia, su acto final de libertad condicionada pero único refugio a su encuentro.



1 De Langton, Ana (seudónimo). El Puente, EUNED, San José, 1995.

 

1 Cuando leía la novela y la narradora describía la escena, al caminar por la ciudad y se topaba con los hombres, llenos de cordones umbilicales, cerraba los ojos para retener esa fantástica imagen y no soportaba, la risa que me producía. Estaba disfrutando de esa escena, cuando en las noticias televisivas, la presentadora afirmaba que un hombre que había sufrido un accidente hacía más de diecinueve años, por el cual había perdido el habla, al fin la había recobrado y la primera palabra que pronunció fue MAMÁ. Parece que lo afirmado por la narradora se verificaba.

 

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