La primera pregunta que salta a la vista y que todos en algún momento se han hecho es ¿cómo educar a los hijos? Y como consecuencia de esta primera aparecen otras derivadas: ¿Quiénes deben educar a los niños? Y ¿Quiénes educan realmente a los niños? Solo para comenzar nuestras meditaciones.
Si comenzamos por la primera que es la más realista y práctica podemos concluir que en la educación de los niños intervienen muchos sujetos. La madre, los padres, unos familiares, la empleada, los vecinos, la abuela y hasta la suegra, El Pani, amiguitos, la religión, etc. En conclusión esta función la realizan los seres más cercanos al niño y los que tienen más tiempo para encargarse de ellos y a veces se turnan entre ellos. Fácil es observar que el niño no recibe una educación con una sola orientación sino una variedad de estilos, modos, ideologías, defectos y virtudes. No se les presenta en esos primeros siete años una orientación clara bien definida. Así que el niño recibe de todo y de nada. Tamaña confusión debe sufrir para comenzar la vida.
Consecuencia de esta realidad que claramente señala a las mujeres como el sujeto que lleva principalmente esta difícil tarea, se podría conjeturar si ello es lo más conveniente o no porque a lo anterior se le debe agregar la descarga refleja de la educación que recibe tanto del hogar o los lugares que frecuenta, así como de los medios electrónicos vigentes. ¡Vaya complejidad! ¡Pobres niños! ¿Han sido los ambientes adecuados, ayer y hoy, para una educación que forme y realice al niño como sujeto de su propia existencia de la mejor manera? Si nos atenemos a los resultados fácilmente se podría conjeturar que no. Ni siquiera aquellos niños de hogares ricos pueden tomarse como modelos por imitar. Entonces ¿quiénes deben educar a los niños y cómo? Difícil tarea contestar a esta pregunta. Y más cuando el problema es circular y reiterativo. Niños mal educados se convierten en malos ciudadanos y estos tienen hijos que los educan equivocadamente y así sucesivamente. ¿Cómo romper esa cadena y cambiar esa realidad? Si tuviéramos una varita mágica la cosa se tornaría fácil pero no existe y la situación es muy compleja como para atacarla con respuestas simples y directas.
Pasemos a la propuesta del Estado. Es la educación oficial, formal, pública y privada quienes deben encargase de la educación de los niños después de los siete años. Será gratuita y obligatoria. Aquí está la respuesta. Serán doce años que el estudiante "normal" debe permanecer en el aula para concluir ese período educativo que lo convertirá en un ciudadano ejemplar, educado, culto, humano, solidario, trabajador, honrado y todos esos valores cristianos preferiblemente, que tanto se predican y más se añoran, pero que en la realidad no son y fueron más que enunciaciones lingüísticas.
¿Logra esos objetivos la educación que antes se llamaba primaria y secundaria en el joven? Pareciera que no siempre, a pesar de los esfuerzos por alcanzar esos ideales. Y la polémica se complica cuando la escuela echa la culpa al hogar y éste la rechaza y se la endilga a la educación formal. Los más "sesudos" afirman que la culpa es de los dos.
La cadena que antes comenzaba en el hogar se continúa con más fuerza a la entrada del niño a la educación formal. Ahora el ambiente o lo que los técnicos llaman educación refleja cobra mucha preponderancia. Ya el niño comienza a conocer aspectos que nunca supo en el hogar, se introduce en los laberintos del placer, del sexo y de las drogas y por qué no en el poder del dinero, la incapacidad de algunos maestros y profesores para enfrentar determinadas situaciones, etc. Se les abre el mundo del deseo placentero pero prohibido y "pecaminoso". Como conclusión lógica se arriesgan e ingresan en él con muy poca experiencia y conocimiento. No hay duda que esa educación recibida desde la niñez, totalmente vertical e impuesta al niño y luego al joven comienza a resquebrajarse.
Surge aquí una pregunta clave. ¿En qué momento la educación debe preocuparse del niño o del joven? Y tomarlo en cuenta no es solamente oír sus lamentos y preguntas sino introducirlos en la resolución de sus propios problemas. Y aquí se hace necesario enfatizar esta máxima: Sé feliz pero sin hacerte daño. Prepárate, estudia, trabaje por ser feliz pero procura siempre no hacerte daño a ti ni a los demás. Solo aquél que es consciente de esto pude iniciar el camino correcto de su felicidad y realización. Ahora bien estamos preparados para darles a los jóvenes esa autonomía. O ¿queremos que nuestros hijos sean felices con nuestras impotencias, fracasos, o ambiciones? Y la última pregunta ¿Potencia la sociedad esa orientación liberadora del joven o más bien lo enclaustra, lo maniata, lo encadena a un modelo egoísta, idólatra, baladí, superficial, facilón, decadente, consolatorio y frustrante?
Espero que estas meditaciones abran una reflexión objetiva y desprejuiciada en torno a esta compleja problemática, que es la madre de todos los males que vivimos en nuestras sociedades. Los invito a pensar en ello.
Leave a comment