UN VIAJE CON LA MUERTE
Los niños sobre todo, se sorprenden cuando me ven caminar solo, porque a veces voy riéndome, y es que ignoran que tengo un amigo invisible que se llama Ramoncillo. Siempre me acompaña y dialoga conmigo, esté donde esté. Eso sí es muy discreto y sabe cuándo ausentarse, o no es grata su compañía y nunca sale con estupideces; es muy inteligente.
Un día estaba esperando el bus que me llevaría a la provincia de Alajuela. Tal vez era la llegada de las nueve de la mañana. Conversaba con Ramoncillo, sentados en la fría lámina de aluminio de las nuevas paradas, cuando se detuvo un auto de color verduzco. Bajó un joven y se acercó donde nos reíamos de un chiste, Ramoncillo y yo. Miró a su alrededor y sacando un revólver me lo colocó en la sien izquierda, me tomó del brazo y bruscamente me condujo al carrito estacionado, un poco adelante. Al llegar al auto, me abrieron la puerta delantera y me introdujeron en él.
-¿Vas para Alajuela?
-Sí.
-Nosotros te llevamos.
Y se dirigieron carretera abajo. Ramoncillo se colocó a mi lado y discretamente me indicó que mirara hacia delante y tratara de conversar sobre lo que fuera. Confieso que sentía mucho frío y que hubiera preferido quedarme callado pues temía tartamudear un tanto. Ramoncillo insistió y le dije al chofer.
-¿Trabajas en Alajuela?
- No, pero con frecuencia voy ahí a realizar mandados. Tengo unos amigos que suelen invitarme a tomar unas birrillas en una cantinilla, por el Barrio San José.
- Bonito lugar, se ha vuelto muy turístico.
Y llegábamos a San Joaquín, mi pueblo natal. Cruzamos el Centro y después del Mega Super dobló a la derecha, por la calle que conduce al Complejo Judicial, donde llevan los muertos en los accidentes. Justo, cuando pasábamos por un almacén de papel, recordé la historia de Ramona y Ramoncillo me tocó el brazo para que la contara.
De niño -dije- recuerdo que aquí vivía Ramona, una vieja muy caliente. Vivía con Ulogio. Sacaban guaro de contrabando y de eso vivían. Estuvo juntada como con cinco rocos y a todos, dicen, los mató de amor.
-¿Cómo? -preguntó interesado el conductor.
_ Sí, la gente afirmaba que no dejaba pasar una noche sin hacerle el amor a su hombre. Era un volcán. Los pobres ya no tenían fuerzas ni para levantarse y ella no dejaba de jinetearlos. Así morían de amor.
-Ja,Ja, Ja,- se rieron todos, hasta Ramoncillo.
-El último que mató fue a Rafaelito Niguas, ese viejillo que pedía limosna en Alajuela y que iba llenando tarros de my boy con monedas que luego enterraba. Dicen que tenía mucha plata. Pues resulta que Rafaelito Niguas duró más que los otros pues ideó una estrategia contra Ramona. Compró un saco de gangoche bien grande y en las noches se metía en él y se amarraba bien socado, en la cintura, el saco y así podía dormir tranquilo. Rafaelito tenía un hijo que se llamaba Manuelito y por las tardes un tanto lluviosas, solía decirle.
-Manuelito, vení...vení...venga a ver el volcán cututeando... y era un espectáculo verlos contemplar los numerosos relámpagos en el inicio de la noche como si auguraran los fuegos de Ramona al contemplar a Rafaelito amarrado, envuelto en el saco de gangoche.
Dio vuelta y tomó la dirección del cementerio. Ahí estaban mi madre y mi padre y algunos hermanos, reposaban sin percatarse de lo que me esperaba. El frío aumentaba y Ramoncillo, majadero como siempre me volvía a jalar la camisa.
-Ésta es la finca de los Sánchez- anoté- Dicen que aquí nació el Premio Novel de la Paz y casi digo...¡Que en paz descanse!, pero me detuve. Algunos aseguran que es hijo de Mariadelia, la vieja loca de Heredia que también nació en este pueblo. Siempre anda molestando a las chiquillas y les jala el pelo. Y cuenta unas historias tan exageradas que todos se las creen. Una vez, cuando venía calle abajo Víctor Hugo Ramírez, me dijo.
- Ese es Víctor Hugo, es un sin vergüenza, con decirle que ayer llegó de los Estados Unidos y se bajó en el Coco con doscientas valijas, llanecitas de ropa y perfumes, todas de contrabando y - continuó- qué se diga del tal Coca Campos. Ese desgraciado me violó, y pongo de testigo los tres litros de sangre que me sacó el gran cabrón.
Nuevas risas y el auto dio un giro en u y tomó el camino por la línea del tren al lado del cementerio, hacia el oeste. Veía de reojo las tumbas blancas de mis conocidos y oía el viento silbar en el ciprés, donde de joven solía leer en voz alta, entre otros textos aquel que dice:
-¡Qué solos se quedan los muertos!...
Llegamos a una rotonda enmondada y el auto se detuvo bruscamente, al fondo unas casitas solitarias; ni un alma se hacía presente, que no fueran las de los muertos. Sentí en mi garganta la fría hoja de un puñal y el tenue dolor de su filo, cuando el chofer dijo:
-No, idiota, vas a llenar de sangre el carro. Este viejo es buena gente, déjelo quedito... y metió su mano en mi bolsillo izquierdo, pasando por el cuerpo de Ramoncillo y sacó mi billetera, la abrió y tomó el dinero, luego se fijó a ver si llevaba reloj pero ese día lo dejé olvidado...Metí mi mano en el bolsillo derecho y extraje otro poco de billetes que llevaba para pagar unas facturas y se los di, mientras le decía que me dejara la cédula, pues era muy necesaria para mí. Tomó la billetera con su mano izquierda y la tiró en el montazal; abrió la puerta de mi lado derecho y me salí con prontitud. La cerró y emprendió velozmente su huida.
Respiré profundo, miré alrededor. No había nadie, busqué en el monte mi billetera y la encontré. No me había extraído, la tarjeta de crédito ni más documentos que el dinero. Tampoco se percataron de mi celular que colgaba en el cinturón, a la derecha. Tomé nuevamente un poco de aire fresco y caminé despacio hacia la parada que estaba cerca del restaurante La casona del cerdo. Llegué a la parada y me senté. Minutos después llegó una señora y al verme me dijo;
-Señor, ¿va para Alajuela?
-Sí
- Se ve usted muy pálido, ¿le ocurrió algo?
Ya el bus llegaba y la señora levantaba la mano para detenerlo cuando atiné a decirle.
-Sí...es que acabo de dar un paseo con la muerte. Solo Ramoncillo intentó sonreír.
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Benedicto víquez guzmán