El rey y el campesino. Cuento popular polaco

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EL REY Y EL CAMPESINO

 

 

Cuento popular polaco

 

 

El sol se ponía y el viejo campesino llamado Mateo terminaba sus diarias labores agrícolas. A la distancia oyó un canto que el eco repetía entre las sierras. Volviéndose en dirección al sonido, vio una gran comitiva de hombres a caballo que salía del bosque y marchaba por la carretera hacia la aldea. Eran el Rey y sus caballeros que retornaban de la caza. El rey cabalgaba al frente seguido de los grandes del reino y de sus ministros, luciendo todos sus brillantes armaduras, mientras la banda soplaba las cornetas y cantaba canciones.

Era un espectáculo magnífico. Cuando Mateo vio a los caballeros con sus lucientes escudos y armas, no pudo despegar los ojos de ellos. Grande fue su asombro al ver que el Rey hacía detener la caravana con una señal de su mano y se dirigía con tres de sus consejeros directamente a campo traviesa hasta donde él estaba. El viejo campesino se apretó el cinturón, sacudió el polvo de la chaqueta y, con la gorra en la mano, esperó reverentemente la llegada del Rey.

El Rey se acercó al campesino y después de saludarlo le dijo:

_ Buen hombre, no te has levantado lo bastante temprano para hacer todo tu trabajo.

Mateo le replicó:

_ Sí, me levanté temprano, bondadoso y amado Rey, pero Dios Nuestro Señor no me lo permitió.

El Rey le preguntó entonces:

_ ¿Abuelo, cuánto tiempo ha estado en flor ese huerto nevado sobre la cima cubierta de salvia de la montaña?

_Hace ya cuarenta años, gracioso señor -contestó el campesino.

El Rey haciendo con su cabeza un signo de comprensión le preguntó entonces:

_ ¿Cuánto tiempo han estado fluyendo los manantiales de debajo de la montaña?

_ Más de quince años, señor, han estado fluyendo y fluyendo.

_ Hasta ahora bien -dijo el Rey-. Ahora dime: Cuando tres gansos tontos lleguen del Este, ¿Serás capaz de esquilarlos?

_¡Oh, muy bien mi amado Señor!-le contestó inmediatamente el  viejo.

Al oír estas palabras, el Rey le regaló a Mateo un cinturón dorado y se despidió de él, dándole la bendición. Pronto se unió al resto  de la caravana junto con sus tres consejeros y se perdió en seguida entre las nubes de polvo que levantaban los caballos al galopar hacia la capital.

Cuando llegaron a su destino, el Rey, los consejeros y los caballeros celebraron un gran banquete. Cuando terminaron, el Rey pidió a sus consejeros que lo habían acompañado a ver al campesino que le explicaran el significado de las preguntas que le había hecho al campesino y de las respuestas que éste había dado.

Los consejeros pensaron y pensaron durante mucho rato, tratando de adivinar los acertijos, pero ninguna de sus explicaciones satisfizo al Rey. Por último el Rey les dio treinta días para que encontraran las respuestas correspondientes, advirtiéndoles que si fracasaban, elegiría otros consejeros en su reemplazo.

Noche tras noche los consejeros cavilaron y deliberaron sin poder descifrar las palabras. A la postre decidieron ir a ver al campesino Mateo.

El viejo Mateo los recibió en el umbral de su cabaña con una humilde reverencia, pero se negó a aclararle sus palabras.

Por más que los consejeros le rogaron y amenazaron, no consiguieron nada. Solo cuando hubieron puesto sobre la mesa cien ducados de oro cada uno de ellos se dignó Mateo, después de haber guardado el dinero en su bolsillo, revelar el significado de los acertijos.

_ Mi primera contestación al Rey significó que me casé joven y tuve hijos, pero el Señor se los llevó.

La segunda quiso decir que hace cuarenta años que encanecí.

Luego el Rey preguntó cuánto tiempo habían surtido los manantiales, refiriéndose a mis lágrimas de dolor.

Por último, con los tres tontos gansos del Este quiso aludir a vosotros, que habrías de venir a pagarme para que os explicara la conversación entre el Rey y yo. Y como prometí al Rey, los gansos han sido esquilados.

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