El cantón de Flores

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Cantón de FORES, más conocido como San Joaquín de Flores

 

Un Templo centenario, el sabor el helado de sorbetera y comida con el aroma de la antigua Hacienda cafetalera es parte de lo que usted puede encontrar en San Joaquín de Flores, en la Provincia de Heredia.

Cerca de la capital, pero con la tranquilidad de pueblo y un clima privilegiado; el Domingo es un buen día para una cita con el pasado de nuestro país. La Iglesia Centenaria es el primer paso en el recorrido. Cada una de las piedras que la compone fue llevada en carreta desde Cartago allá por los años 1880, familias de la comunidad, hace decenas de años donaron las esculturas del Vía Crucis que adornan los jardines. Las pinturas del interior fueron obra del pintor Español José Claro. San Joaquín posee también una de las grutas erigidas a la devoción de la Virgen de Lourdes.

Así se promueve por Internet nuestro cantón, hoy, pero quienes hemos nacido y vivido durante tantos años en él, sabemos que esa no es más que una coletilla propagandística.

Decía Azorín, el recordado ensayista español que tras toda historia oficial existía la intrahistoria y ésa es la que deseamos rescatar parcialmente en estos escritos sobre nuestro cantón. Las historias ocultas, las no dichas, las que subyacen a la fotografía, a la coletilla de periódico, son para nosotros la sabia de la verdadera historia de los pueblos y de sus gentes. Esa será la guía que mantendremos en estas natas memorísticas.

Somos del criterio de que ningún tiempo fue mejor o peor sino diferentes. El antes cercano o remoto siempre fue diferente al hoy y éste lo será al futuro. Es, en cambio, muy frecuente decir: antes había valores, antes sí había justicia y una serie de frases que se han convertido en estereotipos y dejan de tener sentido a cualquier razonamiento medianamente serio. Muchas cosas, cultura, idiosincrasia, valores, costumbres, etc. que se practicaban en el pasado fueron tan buenas o tan malas como las que se practican hoy. Esa frase de que todo tiempo pasado fue mejor, no vale para nuestras apreciaciones. Solo fueron diferentes, unas buenas, otras malas, otras aceptables y algunas desechables y hasta execrables. Las de antes y las de hoy.

Es así como romperemos todos los cánones y en vez de comenzar nuestros recuerdos por las personas más reconocidas, los forjadores del pueblo, los edificios, las calles y parques, lo haremos por las personas que vivieron en nuestro cantón hace muchos años y por supuesto ya murieron, algunas, y por ser muy conocidas, los viejos las recordamos con cariño, aunque no fueran modelo de virtudes y menos merecedores de premios.

¿Quién, más o menos viejo, no recordara a Herminio Cuechas, aquel malcriado viejo que vivía en la calle, lleno de andrajos, y recorría las calles del cantón, con su viejo bastón que le servía más para espantar los perros y amenazar a los chiquillos que para sostener su pequeño y regordete cuerpo?

No sabemos de dónde vino ni cómo llegó, y menos su origen, lo cierto es que apareció en la esquina de la casa de don Belisario Arguedas y allí se acostumbró a pernoctar y a comer, en el corredor, lo que en esa casa le daban.

-Wilma, cafééééé, gritaba por las mañanas a todo pulmón. Vieja cabrona, café, - insistía.

Y la señorita Irma, salía con el vaso de café con leche y un buen pedazo de pan blanco.

Y cuando no le traían pronto el café, lanzaba piedras al portón de madera y lo llenaba de golpes, a la vez que llamaba a Güifaro, el joven que cuidaba las vacas de don Belisario.

Después, con la panza llena, salía a caminar por las calles, pelear con los perros y los chiquillos, recibir alguna comida y nunca dinero, pues éste de nada le serviría pues no lo necesitaba. Sus gastos estaban desterrados en sus necesidades, no se mudaba sino de andrajos, no usaba zapatos ni se bañaba y menos se cortaba las uñas a no ser cuando se daba algún tropezón, cosa muy corriente en esas calles de barro y piedra de entonces. Su única idea, si es que la pensaba, era vivir, perdón durar, pasar los días sin preocupación alguna que no fuera comer y el café de "Wilma". Nada de espejos para mirar su rostro marchitado por los años y el sol y menos navajillas para hacerse la barba. En su cuerpo todo crecía con entera libertad, nadie evitaba esa salvaje naturaleza humana que crecía a su antojo. No pagaba tributos, ni casa, ni comida, ni dormida  y menos el uso del agua. La municipalidad no lo obligaba a tributar ni le cobraba estacionamiento y menos recolección de basura o gastos de luz y agua y teléfono ni soñarlo. ¿A quién se le hubiera ocurrido ver a Herminio con celular?

Y algo también importante, como nadie se ocupaba de su alma, él no iba a misa los domingos, no le importaba lo que el cura dijera en el sermón porque sencillamente no le importaba un comino nada de eso. Su religión era ser libre y hacer lo que le diera la gana y se lo permitieran los perros y los chiquillos que eran los más cercanos vecinos.

Y como todo ser vivo que nace crece, se desarrolla, a veces se reproduce y muere. A Herminio también le llegó ese día. No murió de viejo. Y yo fui testigo pues lo hizo frente a mí.

Un jueves como a las 5 y 30 de la tarde, cuando apenas comenzaban a ocultarse los rayos del sol, y la noche llegaba cariñosa pero sigilosa, salía Herminio de la acera en la casa de don Belisario y lo divisé cuando venía por la orilla de la carretera, casi en frente mío pero en la orilla contraria. Venía muy rápido para su pausado caminar de siempre, alzó su rostro al cielo pero no para mirar a un dios, sino para verificar lo que iba a decir y con su vozarrón de trueno me dijo:

-Hombré.....¿Irá llover?

Y su voz fue acallada por un auto que pasaba más veloz que él.

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This page contains a single entry by Benedicto Víquez Guzmán published on 23 de Junio 2011 11:02 PM.

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