EL PAJARITO VIDENTE
-Pase señor, por solo un peso usted sabrá su futuro. El pajarito escogerá un papelito y en él conocerá lo que serás.
Sí, así como lo oyes, con estas palabras arrimaban a su alrededor, niños, jóvenes y adultos que sorprendidos veían a un tierno y dulce pajarillo que volaba a una cesta de mimbre y sacaba con su piquito un papelito blanco hábilmente doblado, volaba a la puerta de la jaula y entregaba a la persona que había solicitado sus servicios clarividentes.
- Papi, dígale al pajarito que te dé el papelito del futuro, sí.
Así me convenció mi hija cumpleañera aquella soleada y fresca mañana en el Parque Chapultepec, en la ciudad de México, para que yo conociera mi futuro del pico de un alegre pajarito.
Me acerqué distraídamente ante la señora que pronta y solícita me llenó de frases halagüeñas. Deposité mi futuro valorado en un peso mexicano y ella, inmediatamente se comunicó con el pajarito que solícito voló a la cesta y tomó en su piquito un papelito y volvió ante mí y me lo ofreció. Sin poder evitar una sonrisa tomé el papelito y me lo eché en la bolsa izquierda de mi camisa.
-Léalo pa, yo quiero saber tu futuro.
-Más tarde, tal vez.
Y salieron corriendo, ella, su hermano y su madre hacia los caballos de verdad que eran la atracción de los niños. Querían montarse en el más grandote y lucir como charros mexicanos.
Yo de pronto sentí en mi pecho del lado izquierdo un fuerte dolor que despertaba en mi cerebro un torrente de imágenes y palabras que abrían paso en mi imaginación y deseaban salir pero se perdían en laberintos insondables. De pronto me hundía en túneles secretos y en ellos divisaba niños famélicos, llenos de huesos, grandes ojos, con dientes grandes y sus manos extendidas como deseosos de asirse a las paredes, más allá jóvenes devorando huesos de murciélago y succionando hojas amarillentas que se adherían a sus manos pegajosas y aquel aquelarre de fantasmas danzaba de pronto, cantaba y lloraba al mismo tiempo como si se tratara de fantasmas que devoraban la noche.
Casi no podía respirar y tuve que sentarme en un taburete cercano a un pintor callejero.
-Venga señor, mi papá te hará un retrato, mire él pinto a Pancho Villa y a Benito Juárez, siéntese aquí, se ve usted muy cansado, repose un poco. Por solo tres pesos usted pasará a la fama.
Más por agotamiento y deseoso de olvidar las imágenes invasoras en mi mente, me senté a su lado y el artista comenzó alegre su trabajo. Al cabo de 20 minutos se acercaron los chiquillos con su madre y se divirtieron viendo mi retrato hecho con lápiz en un cartón casi blanco y tirando más a amarillo. Pagué los tres pesos al artista y seguimos caminando por aquella calle mágica pues deseábamos visitar el zoológico.
Un poco cansados llegamos a la entrada y pronto estábamos frente a tigres, leones, serpientes y chacales y mi hija insistía en leyera mi futuro y yo siempre le contestaba:
-Más tarde.
-Quiero un prestiño, así le llamaba ella a unos grandes y llenos de miel, discos de harina que ofrecía una jovencita de escasos diez años. No me quedó escapatoria, metí mi mano en la bolsa izquierda de mi camisa, creyendo que ahí encontraría unas monedas y mis dedos, accidentalmente chocaron contra el papelito del futuro y al sacar mi mano cayó al suelo. Mi hija lo juntó y sin pedir permiso, lo abrió y leyó en voz alta:
_Serás escritor.
Y Salió corriendo mientras entre risas decía:
-Papá será escritor, jajajajajaja.
Yo me quedé pensativo y con una maliciosa sonrisa, me dije:
- Si por lo menos ese mentiroso pajarillo le hubiese agregado otra palabra.
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