La literatura centroamericana hoy Tatiana Lobo W un ejemplo costarricense

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BENEDICTO VÍQUEZ GUZMÁN [mediaisla] No cabe duda de que poco a poco la Cenicienta está recibiendo el 'toque mágico' que el escritor Horacio Peña anhelaba, y que la narrativa centroamericana se está abriendo paso en los Estados Unidos y en el mundo

Desde los años ochentas cuando surgían con mayor fuerza los movimientos guerrilleros en Centroamérica --sobre todo en Guatemala, El Salvador y Nicaragua-- los ojos de la academia estadounidense y la mirada occidental de Europa, se dirigieron a esa realidad político-social que cobraba vigencia en esos países. Así Centroamérica se vio representada en su totalidad por esos tres países. Los escritores desgarraron sus voces y cantaron con dolor las masacres, las matanzas, los exterminios de indígenas, niños y mujeres y la crudeza de los ejércitos que trataron por todos los medios de evitar el triunfo de los guerrilleros, los resultados están muy frescos y aún los protagonistas gozan de buena salud, los que no murieron en el cruento batallar. La literatura entonces se alimentó de esa realidad, de esa contextualidad, y dio una abundante muestra de ello. Desaparecieron el canto y las loas a los indígenas, los campesinos, su vida rural, su idílica y feliz comunión con la naturaleza y se abrieron las venas de la violencia, y los aires de triunfo y poder. Gritos de victoria y fusiles levantados amanecieron con algún furor y las balas dejaron la cotidianidad y los poetas cantaron de nuevo ese amanecer esperanzador.

Llegaron pronto los premios Nobel a nuestra región --Óscar Arias Sánchez, el costarricense y La Menchú, la indígena guatemalteca-- y la pacificación se intuía y respiraba por toda la región. No fue muy largo el tiempo para descubrir los nuevos derroteros políticos de la Centroamérica ensangrentada, cuando los escritores descubrieron la intimidad de esa historia y comenzaron a mostrar el descontento y la frustración. Todos los que nacieron en los años cincuentas y un poco antes, en los cuarentas, apaciguan sus voces y, entre dientes y con las labios apretados, vomitan narraciones de pesar, dolor, desgarradas por la traición y la esperanza perdida. Unos vuelven los ojos a la ciudad y renuevan historias con el nuevo lumpen de la miseria, atizada esta vez por la violencia, y los nuevos residentes, mercaderes de la droga que envenenan a la juventud y nacen, crecen y se reproducen los maras y grupos especializados en la criminalidad del narco. ¿Pero qué pasa, mientras tanto, en los países que fueron testigos de esa historia, Honduras, Costa Rica y Panamá? La crítica los olvidó o simplemente los incorporó a todos en un mismo cajón, a pesar de la diversidad. En estos países la voz de ese contexto vivido también causó desencanto, y desesperanza en la mayoría de escritores jóvenes. Unos miraron hacia la búsqueda de una identidad en el pasado y miraron las raíces de nuestros antepasados, quizás buscando más un mito que una realidad pero los más se debaten en buscar un derrotero en la interioridad, casi privada y un asidero entre nostalgia, dolor, desencanto y desesperanza. Los resultados aún creo yo, están por verse y habrá que esperar algún tiempo aún.

Tal es el caso, por ejemplo, de la narrativa del salvadoreño Mario Bencastro (1949), nos comenta Daniel R. Fernández, quien en 1989 publicó su primera novela, Disparo en la catedral, sobre el asesinato del monseñor Oscar Arnulfo Romero en1980, arzobispo de San Salvador ejecutado al principio de la Guerra Civil Salvadoreña. Su segunda obra, Árbol de la vida, retoma y explora el tema de la guerra civil. No es sino hasta la publicación de Odisea del Norte (1999), cuando Bencastro se aleja del escenario centroamericano para centrar su atención en la precaria vida de los inmigrantes salvadoreños en los Estados Unidos, continúa diciendo Daniel R. Fernández; asimismo, el hondureño Roberto Quesada (1962), residente en Nueva York desde 1989, ciudad donde trabaja como representante diplomático de su país ante la Organización de las Naciones Unidas, en su primera novela, Los barcos (1988), una clara denuncia de la explotación que sufren los países centroamericanos a manos de compañías transnacionales estadounidenses; las tensiones políticas, las huelgas y protestas laborales y la Revolución Sandinista de Nicaragua forman el marco ambiental de una historia de amor entre el protagonista, Guillermo, y su novia, Idalia. En otras novelas de Quesada, sin embargo, el centro de atención ya no es la lucha del hondureño por el cambio social en su propio país sino la lucha del inmigrante centroamericano en los Estados Unidos por el éxito profesional y personal. En novelas como Big Banana (2000) y Nunca entres por Miami (2002), ambas editadas por editoriales españolas, Quesada narra con ironía y humor los chascos y desengaños que sufren quienes llegan a los Estados Unidos con sus maletas llenas de sueños e ilusiones y tienen que enfrentarse a una realidad muy distinta de la que esperaban encontrar.

Hay escritores, sin embargo, cuyas miradas no se han alejado de Centroamérica, donde escenifican casi la totalidad de sus narraciones. Tal es el caso del novelista guatemalteco Arturo Arias (1950), quien desde hace varios años se desempeña como investigador, ensayista y docente en varias universidades estadounidenses. Sus novelas giran en torno al conflicto armado de Guatemala y de las contradicciones y fracasos de la izquierda de ese país. Hasta la fecha ha escrito las siguientes novelas: Después de las bombas (1979), Itzam Na (1981, ganadora del premio Casa de las Américas), Jaguar en llamas (1990), Los caminos de Paxil (1991) y Sopa de caracol (1998). En esta última novela esperpéntica y carnavalesca, claramente polifónica se ofrece una especie de crítica de quienes defraudaron y traicionaron los ideales revolucionarios.

Los ideales y las contradicciones de la revolución también tienen un papel protagónico en la obra de la poeta y narradora Gioconda Belli (1949), quien desde principios de la década de los noventa reside en los Estados Unidos, aunque también vive parte del año en su natal Nicaragua.

Entre sus obras narrativas se encuentra la novela Mujer habitada, sobre la toma de conciencia de una mujer nicaragüense de clase media alta (1988), y la autobiografía Roberto Quesada con su libro Big Banana. Y El país bajo mi piel (2001), en la que narra episodios de su vida como madre, esposa, amante, escritora y revolucionaria sandinista. El salvadoreño Manlio Argüeta, los guatemaltecos, Arturo Arias y Víctor Montejo, los nicaragüenses Ernesto Cardenal, Claribel Alegría, Sergio Ramírez y Gioconda Belli, los hondureños Roberto Quesada y Roberto Sosa, y la costarricense Ana Istarú. No cabe duda de que poco a poco la Cenicienta está recibiendo el 'toque mágico' que el escritor Horacio Peña anhelaba, y que la narrativa centroamericana, llevada de la mano de un creciente interés por parte de la crítica y del éxito editorial de varias obras destacadas, se está abriendo paso en los Estados Unidos y en el mundo; de ello dan cuenta obras como Campanas para llamar al viento (1989) de José León Sánchez, El Salvador de buques (1991) de Rodrigo Rey Rosa, Margarita está linda la mar (1998) de Sergio Ramírez y Big banana (2000) de Roberto Quesada y sin duda alguna las novelas históricas de la escritora costarricense Tatiana Lobo W- que comentaremos.

La primera generación del período comprendido entre los años 1980 y que se extenderá hasta el 2024 y que hemos llamado Poeticismo por su apego a una escritura muy cercana al paradigma polifónico, recibe el nombre de "generación de 1972: Historicismo. Y comprende los escritores nacidos entre los años 1935 a 1949 y cuya vigencia se extiende preferentemente desde 1980 a 1994.

Esta generación está compuesta por los novelistas nacidos entre 1935 y 1949, como lo hemos notificado. Ellos comienzan a dar los primeros frutos importantes en la creación literaria, a partir de 1965. Son novelistas que conocen, en su mayoría, las técnicas modernas de la literatura y por lo general han estudiado en carreras relacionadas con la literatura o el arte en general. Son lectores asiduos y se han dedicado al estudio de nuestras sociedades, no sólo desde la perspectiva histórica sino, la social. A ellos no escapa el interés de crear obras literarias, por principio y como última finalidad, sin que esto quiera decir que se desinteresan de las problemáticas más importantes de este período. Por eso le hemos llamado historicismo, sin ninguna connotación peyorativa. La creación de su nuevo paradigma se nos presenta más lúdico, más atrevido, sin prejuicios de ninguna naturaleza. Por eso podremos encontrar el tratamiento de temáticas tabúes en el pasado, como lo erótico y sexual, abiertos, el homosexualismo, el racismo, sin contemplaciones, ni moralismos. Se puede encontrar desde el cinismo manifiesto hasta el descaro, en sus creaciones.

Las novelas buscan el mundo de la infancia de los personajes, para mostrar abiertamente los prejuicios recibidos, sus desnudeces moralistas, sus mutilaciones sexuales y carencias vitales como producto de convencionalismos y falsas morales que impidieron sus realizaciones ante la libertad y la búsqueda de su identidad. Y qué decir del enfrentamiento descarnado y profundo de la lucha del ser y el parecer, lo fútil y lo importante, lo interior y lo exterior o superficial, que ya había experimentado un tratamiento importante en algunos novelistas de la generación anterior, la de 1957. Por ello, los personajes se muestran como seres vivos, imperfectos, inacabados, incompletos, en formación, en lucha por sobrevivir a su misma angustia, llena de ludismo impúdico, abierto, como contraparte a la apariencia de los dogmas y de las castraciones. Esto convierte a los personajes en contradictorios, ambiguos, incompletos, agónicos, equívocos, mutantes y, por todo ello, más humanos y menos terminados. Con esta generación, mueren los héroes definitivamente y aparecen las dudas, las variantes: lo complejo sobre lo sencillo e inauténtico.

Lo anterior hará que los novelistas se preocupen sobremanera por el decir, por las voces de los personajes y la manera de comunicarse o incomunicarse; su lenguaje estará lleno de reiteraciones, contradicciones, listas de palabras, simultaneidades, yuxtaposiciones. En otras palabras, el lenguaje se convierte en una especie de carnaval, de multicolores facetas. Esto exigirá del novelista el influjo de la poesía, la música y las artes en general. Por ello, la intertextualidad, también será una técnica muy usada.

No escapa a ellos, el conocimiento de que la obra literaria es un mundo completo en sí, creado por el autor, es su invención, su irrealidad, su ficción. Esto les exigirá un cuidadoso uso del lenguaje y la verosimilitud extremada a la hora de crear los personajes, sus voces y el mundo externo e interior a ellos mismos.

La incursión de los novelistas costarricenses en la historia de nuestra patria y la recreación de etapas importantes de ella, así como personajes de gran importancia, muestra la necesidad de reimprimir lo que Azorín llamó: la infrahistoria. Es una búsqueda frenética de lo verdadero, sobre lo aparente, lo oculto sobre lo dicho, la verdad en la contradicción, la ambigüedad, la pluralidad y no lo causal. Por eso sus novelas desencarnan los mitos, los rituales, los formalismos, para brindar una historia más irreal y por lo tanto más real, más humana, más hecha por hombres y no por el oficialismo imperante, en determinados momentos, y a través de acontecimientos inusitados y cuidadosamente acallados.

En los últimos años han aparecido historiadores con una visión que se presenta como novedosa, sobre todo en España, encabezada por Fernando García de Cortázar. Reconocen, y es uno de sus postulados, los mitos desarrollados y mantenidos durante mucho tiempo por las corrientes historicistas y las turísticas del pueblo y la patria España. Se tornan críticos y aceptan la falsedad de esa visión mítica pero consideran que existe otra España, la positiva, que consideran, la real, la del proyecto, la rescatable, la noble, y es bajo esa visión que se proponen rescatar la memoria, la identidad de España. Pensamos que la verdadera España se encuentra en la diversidad, la pluralidad, ni la buena de unos, ni la mala de otros sino en la síntesis de las dos o tres o más que puedan existir. No se puede, ni se debe, borrar lo feo y lo malo de la religión católica en España, las guerras de ocho siglos contra los moros, ni las cruzadas y matanzas en nombre de Dios, y buscar una aparente racionalidad, pero tampoco pensar que ese país es esencialmente eso. La realidad histórica está en el conocimiento científico, nunca en el mítico y mucho menos en el religioso.

En la literatura hispanoamericana destaca como impulsor de esta generación el escritor peruano Mario Vargas Llosa (1936) y su novela, entre otras, La ciudad y los perros (1962); por lo menos en la primera etapa de su carrera literaria, la panameña Gloria Guardia (1940), con su novela El último juego (1984), el nicaragüense, Sergio Ramírez (1942), con su novela Margarita está linda la mar (1988) y Sombras nada más (2002). Existen muchos otros novelistas en Hispanoamérica que pertenecen a esta generación. Hay cuatro, novelistas costarricenses, entre otros, que se destacan por haber escrito novelas históricas de gran trascendencia: Virgilio Mora Rodríguez (1935), Tatiana Lobo Wiehoff (1939), José León Sánchez Alvarado (1929) (de la generación anterior), Alfonso Chase Brenes (1944), Fernando Durán Ayanegui (1939) y Ana Cristina Rossi Lara (1952) (de la generación siguiente).

La conciencia escritural es el segundo factor que marca cambios significativos. De un valor instrumental, el lenguaje se volvió protagonista y pasó a ocupar el primer plano en la narrativa de este período. Así, Vargas da cuenta del nivel metaficcional en la novelística centroamericana y afirma la existencia de una conciencia de la escritura en los autores de este momento. El tercer factor corresponde a la ficcionalización de la historia. Se trata también de una toma de conciencia: el interés por revisar el pasado colonial para saldar cuentas con la historia oficial. Asalto al paraíso (1992) de Tatiana Lobo y La casa de los Mondragón (1998) de Gloria Elena Espinoza dan testimonio de este proceso.

Tatiana Lobo Wiehoff, un ejemplo costarricense.

La novela histórica que tuvo su origen latinoamericano en El arpa y la sombra (1979) del cubano Alejo Carpentier (1904-1980) se ha mantenido vigente en Centroamérica hasta nuestros días. Así nuestra escritora Tatiana Lobo ha penetrado en el discurso histórico literario en sus cuatro primeras novelas que marcan el recorrido más importante de esta escritora y esa corriente tan arraigada en la literatura centroamericana desde las novelas del guatemalteco Miguel Ángel Asturias. Se trata de: Asalto al Paraíso (1992), Calipso (1996), El año del laberinto (2000) y El corazón del silencio (2004).

Brevemente comentaremos la primera de ellas como ejemplo de esta tendencia literaria hoy vigente en nuestra región.

Asalto al Paraíso que publicó en 1992[i], es la primera novela escrita por Tatiana Lobo Wiehoff.

Compartimos con Joaquín Gutiérrez Mangel el criterio de que esta novela es nuestra primera gran novela histórica, por el valor literario del discurso narrativo y el tratamiento temático. Y no sólo es la primera sino la de mejor calidad literaria. La historia sirve de fuente para crear una obra de arte y no al revés porque no es la historia la que ocupa el primer nivel sino el arte, el carácter literario1.

La novela se estructura bajo un importante manejo del narrador y los puntos de vista. Nunca aparece el autor que se distancia y deja que sea el narrador, sujeto de la enunciación, quien dirija los hilos narrativos y forme enunciados de los personajes que se convierten en narradores de lo que realizan o ven. Así se forma un calidoscopio de voces que narran, viven, sufren sus propias acciones y las de otros que se relacionan con ellos.

Las principales voces narrativas están dirigidas por el narrador principal omnisciente que permite a las voces narrativas de los personajes contar la historia de la novela. Principalmente son: la voz del personaje Pedro Albarán o Pedro de la Baranda, el español que huye de España, acusado por la Inquisición y llega a Cartago donde participa en casi todo lo concerniente al relato, su amigo El Ruiseñor, un zapatero vecino de la ciudad, doña Águeda Pérez, esposa de José de Casasola, militar, el fraile Juan de las Alas, Pablo Presbere, el indio que levantó a su pueblo contra los españoles, La Muda, Jerónima, La Madre de los Forasteros, La Chamberga, etc.

La novela comienza con un canto al pueblo indígena, su tierra, sus dioses y su cultura. Es una especie de introito al altar, donde posteriormente serán masacrados los nativos y violados todos sus derechos, vilipendiados, robados, engañados, esclavizados por parte de los españoles. Es el primer capítulo de la novela y lleva por título Ba-brú Presbere sueña a Surá Señor del Mundo Más Abajo. Son las profecías del Dios a su Cacique guerrero de la suerte que espera a su pueblo. Se observa el uso de la letra gótica y la descripción del suceso principal del capítulo, tal y como lo hizo Cervantes en la novela Don Quijote de la Mancha. Esto no es casual sino un recurso técnico que da a la novela una clara ubicación histórica: 1700 y algunos años sucesivos. Es el tiempo de la "pacificación" de los indígenas y la imposición de la cultura española, por las buenas o preferiblemente por las malas.

La primera sección se dedica a la historia del personaje Pedro Albarán, su origen, sus reflexiones, sus inquietudes, sus vicisitudes, hasta que, en una mesa de un bar, se burla de algunas autoridades políticas y religiosas. La historia se interrumpe para trasladarse a la ciudad de Cartago, en la parte tercera. Parte del final de la intervención del Santo Oficio, se conocerá más adelante.

Las interrupciones de la historia permite disfrutar de una novela polifónica, rica en posibilidades técnicas, tales como el manejo del tiempo, a través de frases introductorias, tales como "mucho tiempo después", años antes", "muchos años después", "Ese lado oscuro de su vida se me revelaría mucho tiempo después", "años después", etc. Esto también lo utilizó Gabriel García Márquez: 1928 en su novela Cien años de soledad: 1967. También la obra de Tatiana, utiliza el realismo mágico en algunos de sus acontecimientos. Es una novela que puede competir con cualquiera otra del ámbito latinoamericano, en calidad literaria e importancia histórica.

La novela narra las aventuras de Pedro Albarán, tanto en España como en Costa Rica, en la ciudad de Cartago y la zona de Talamanca. A través de su vida y aventuras se van desarrollando los acontecimientos históricos y la vida privada de algunos personajes que evidencian sus aspiraciones, vicios, degeneraciones, intereses.

Tres grupos bien caracterizados se pueden observar, a nivel colectivo: Los indios, los españoles y los costarricenses blancos, los criollos, producto de la mezcla entre ellos, los mestizos. Los primeros, los indios se dividen en dos, los rebeldes, los que no aceptan el yugo español y los evangelizados y esclavizados o pacificados como prefieren llamarlos los franciscanos. Los españoles se dividen en dos, pero con idénticos fines: los representantes de la corona, civiles que con las armas imponen su ley y los que se cobijan alrededor de la religión católica, representados, en la novela, por los franciscanos. El tercer grupo, mezcla de españoles, nacidos en la colonia, se presentan como aliados de los españoles, ricos y explotadores de los indígenas, dueños de las haciendas, sobre todo de cacao, en la zona atlántica.

Por último cabe destacar el papel sobresaliente de las mujeres, no importa a cuál grupo pertenezcan. Están representadas por mujeres brillantes, de gran personalidad, inteligentes, símbolos de virtudes, ideales, cultas y de gran ternura, solidaridad, visionarias. Las mujeres se destacan en las novelas de esta escritora.

A manera de ejemplo se pueden destacar a La Muda y su hermana Jerónima, ambas indígenas. A pesar de que la joven muda, se presenta como pasiva, aceptadora de lo que deseen hacer con ella y desde luego, sin voz, como la cultura indígena, es a través de sus ojos que logra comunicar su inmensidad de posibilidades. En ellos se pierden los que se atreven a sondearlos. Esto le sucede a Juan de las Alas y al mismo Pedro, que no resisten su belleza, su misterio, su reclamo, su rebeldía, sin casi no resistirse, su embrujo. Los ojos se convierten en grito inconmensurable de ser, de vitalidad, de asombro. La muda y Jerónima que es todo valor, valentía, esfuerzo, rebeldía, trabajo, protección, se convierten en símbolos de esa cultura avasallada por los españoles.

Otro personaje femenino que alcanza gran relieve es Águeda Pérez, es independiente, emprendedora, inteligente, visionaria, valiente. Brilla con luz propia y comprende su papel en el enfrentamiento entre los indios alzados por Pablo Presbere y los españoles. Lo mismo se enfrenta a los oficiales de España, en Cartago, como a los frailes. Su simple presencia es motivo de respeto y admiración.

Hay otros personajes femeninos que sin importar el papel que desempeñan, son nobles, inteligentes, solidarias y humanitarias. Nos referimos a la Señora de los forasteros y a La Chumberga, capaces de grandes actos para defender la amistad y sus empresas.

Esto no opaca a los personajes masculinos sino que los iguala, los humaniza, los personaliza. No son buenos y malos enfrentados en el conflicto sino personajes humanizados que luchan por sus ideales aunque muchas veces estén equivocados. Es su propia conducta la que les da la estatura que alcanzan.

La novela no es una repetición de acontecimientos lineales y cronológicos, desde un punto de vista oficial sino la multivisión de un grupo de personajes de diferentes estratos y culturas enfrentados en defender lo que consideran justo y suyo. Unos usurpadores y otros, víctimas de esa usurpación. Así los hechos históricos se mezclan con la vida privada, sus pasiones, lo íntimo, lo secreto de sus aspiraciones, vicios, defectos y hasta aberraciones. Por ello el Santo Oficio se refleja en sus más bajos instintos. No sólo juzga, hasta crímenes comunes, sino que condena, tanto materialmente como espiritualmente, a los que se oponen a sus dogmas e imposiciones. La iglesia, con él, se une al poder político y económico de la corona y sin importarles el método, se convierten en dueños de vidas y haciendas. Los frailes franciscanos no escatiman esfuerzos y acciones, en aras de conseguir los fines de evangelización, de imposición de una cultura extraña con base en la cruz y la espada.

La novela termina con la victoria de frailes y militares sobre los indios, la humillación de estos, el encarcelamiento de gran parte de ellos y la derrota de los españoles, víctimas de epidemias y enfermedades propias de esta región. Es la naturaleza la única que obtiene la victoria al final de la obra, con símbolos como las guacamayas que se apropian de la iglesia en la ciudad y las levitaciones de Juan de las Alas que augura una nueva visión espiritual. Es la síntesis de la locura de unos y la búsqueda de una identidad cultural que sólo se encontrará en la pluralidad de la misma.

Asalto al Paraíso que publicó en 19921, es la primera novela escrita por Tatiana Lobo Wiehoff. Compartimos con Joaquín Gutiérrez Mangel el criterio de que esta novela es nuestra primera gran novela histórica, por el valor literario del discurso narrativo y el tratamiento temático. Y no sólo es la primera sino la de mejor calidad literaria. La historia sirve de fuente para crear una obra de arte y no al revés porque no es la historia la que ocupa el primer nivel sino el arte, el carácter literario1.

La novela se estructura bajo un importante manejo del narrador y los puntos de vista. Nunca aparece el autor que se distancia y deja que sea el narrador, sujeto de la enunciación, quien dirija los hilos narrativos y forme enunciados de los personajes que se convierten en narradores de lo que realizan o ven. Así se forma un calidoscopio de voces que narran, viven, sufren sus propias acciones y las de otros que se relacionan con ellos.

Las principales voces narrativas están dirigidas por el narrador principal omnisciente que permite a las voces narrativas de los personajes contar la historia de la novela. Principalmente son: la voz del personaje Pedro Albarán o Pedro de la Baranda, el español que huye de España, acusado por la Inquisición y llega a Cartago donde participa en casi todo lo concerniente al relato, su amigo El Ruiseñor, un zapatero vecino de la ciudad, doña Águeda Pérez, esposa de José de Casasola, militar, el fraile Juan de las Alas, Pablo Presbere, el indio que levantó a su pueblo contra los españoles, La Muda, Jerónima, La Madre de los Forasteros, La Chamberga, etc.

La novela comienza con un canto al pueblo indígena, su tierra, sus dioses y su cultura. Es una especie de introito al altar, donde posteriormente serán masacrados los nativos y violados todos sus derechos, vilipendiados, robados, engañados, esclavizados por parte de los españoles. Es el primer capítulo de la novela y lleva por título Ba-brú Presbere sueña a Surá Señor del Mundo Más Abajo. Son las profecías del Dios a su Cacique guerrero de la suerte que espera a su pueblo. Se observa el uso de la letra gótica y la descripción del suceso principal del capítulo, tal y como lo hizo Cervantes en la novela Don Quijote de la Mancha. Esto no es casual sino un recurso técnico que da a la novela una clara ubicación histórica: 1700 y algunos años sucesivos. Es el tiempo de la "pacificación" de los indígenas y la imposición de la cultura española, por las buenas o preferiblemente por las malas.

La primera sección se dedica a la historia del personaje Pedro Albarán, su origen, sus reflexiones, sus inquietudes, sus vicisitudes, hasta que, en una mesa de un bar, se burla de algunas autoridades políticas y religiosas. La historia se interrumpe para trasladarse a la ciudad de Cartago, en la parte tercera. Parte del final de la intervención del Santo Oficio, se conocerá más adelante.

Las interrupciones de la historia permiten disfrutar de una novela polifónica, rica en posibilidades técnicas, tales como el manejo del tiempo, a través de frases introductorias, tales como "mucho tiempo después", años antes", "muchos años después", "Ese lado oscuro de su vida se me revelaría mucho tiempo después", "años después", etc. Esto también lo utilizó Gabriel García Márquez (1928) en Cien años de soledad (1967). También la obra de Tatiana, utiliza el realismo mágico en algunos de sus acontecimientos. Es una novela que puede competir con cualquier otra del ámbito latinoamericano, en calidad literaria e importancia histórica.

La novela narra las aventuras de Pedro Albarán, tanto en España como en Costa Rica, en la ciudad de Cartago y la zona de Talamanca. A través de su vida y aventuras se van desarrollando los acontecimientos históricos y la vida privada de algunos personajes que evidencian sus aspiraciones, vicios, degeneraciones, intereses.

Tres grupos bien caracterizados se pueden observar, a nivel colectivo: Los indios, los españoles y los costarricenses blancos, los criollos, producto de la mezcla entre ellos, los mestizos. Los primeros, los indios se dividen en dos, los rebeldes, los que no aceptan el yugo español y los evangelizados y esclavizados o pacificados como prefieren llamarlos los franciscanos. Los españoles se dividen en dos, pero con idénticos fines: los representantes de la corona, civiles que con las armas imponen su ley y los que se cobijan alrededor de la religión católica, representados, en la novela, por los franciscanos. El tercer grupo, mezcla de españoles, nacidos en la colonia, se presentan como aliados de los españoles, ricos y explotadores de los indígenas, dueños de las haciendas, sobre todo de cacao, en la zona atlántica.

Por último cabe destacar el papel sobresaliente de las mujeres, no importa a cuál grupo pertenezcan. Están representadas por mujeres brillantes, de gran personalidad, inteligentes, símbolos de virtudes, ideales, cultas y de gran ternura, solidaridad, visionarias. Las mujeres se destacan en las novelas de esta escritora.

A manera de ejemplo se pueden destacar a La Muda y su hermana Jerónima, ambas indígenas. A pesar de que la joven muda se presenta como pasiva, aceptadora de lo que deseen hacer con ella y desde luego, sin voz, como la cultura indígena, es a través de sus ojos que logra comunicar su inmensidad de posibilidades. En ellos se pierden los que se atreven a sondearlos. Esto le sucede a Juan de las Alas y al mismo Pedro, que no resisten su belleza, su misterio, su reclamo, su rebeldía, sin casi no resistirse, su embrujo. Los ojos se convierten en grito inconmensurable de ser, de vitalidad, de asombro. La muda y Jerónima que es todo valor, valentía, esfuerzo, rebeldía, trabajo, protección, se convierten en símbolos de esa cultura avasallada por los españoles.

Otro personaje femenino que alcanza gran relieve es Águeda Pérez, es independiente, emprendedora, inteligente, visionaria, valiente. Brilla con luz propia y comprende su papel en el enfrentamiento entre los indios alzados por Pablo Presbere y los españoles. Lo mismo se enfrenta a los oficiales de España, en Cartago, como a los frailes. Su simple presencia es motivo de respeto y admiración.

Hay otros personajes femeninos que sin importar el papel que desempeñan, son nobles, inteligentes, solidarias y humanitarias. Nos referimos a la Señora de los forasteros y a La Chumberga, capaces de grandes actos para defender la amistad y sus empresas.

Esto no opaca a los personajes masculinos sino que los iguala, los humaniza, los personaliza. No son buenos y malos enfrentados en el conflicto sino personajes humanizados que luchan por sus ideales aunque muchas veces estén equivocados. Es su propia conducta la que les da la estatura que alcanzan.

La novela no es una repetición de acontecimientos lineales y cronológicos, desde un punto de vista oficial sino la multivisión de un grupo de personajes de diferentes estratos y culturas enfrentados en defender lo que consideran justo y suyo. Unos usurpadores y otros, víctimas de esa usurpación. Así los hechos históricos se mezclan con la vida privada, sus pasiones, lo íntimo, lo secreto de sus aspiraciones, vicios, defectos y hasta aberraciones. Por ello el Santo Oficio se refleja en sus más bajos instintos. No sólo juzga, hasta crímenes comunes, sino que condena, tanto materialmente como espiritualmente, a los que se oponen a sus dogmas e imposiciones. La iglesia, con él, se une al poder político y económico de la corona y sin importarles el método, se convierten en dueños de vidas y haciendas. Los frailes franciscanos no escatiman esfuerzos y acciones, en aras de conseguir los fines de evangelización, de imposición de una cultura extraña con base en la cruz y la espada.

La novela termina con la victoria de frailes y militares sobre los indios, la humillación de estos, el encarcelamiento de gran parte de ellos y la derrota de los españoles, víctimas de epidemias y enfermedades propias de esta región. Es la naturaleza la única que obtiene la victoria al final de la obra, con símbolos como las guacamayas que se apropian de la iglesia en la ciudad y las levitaciones de Juan de las Alas que augura una nueva visión espiritual. Es la síntesis de la locura de unos y la búsqueda de una identidad cultural que solo se encontrará en la pluralidad de la misma.

Esta visión histórica en cualesquiera de las tendencias temáticas está presente en la novelística centroamericana actual y los escritores se arraigan cada vez más a un nuevo paradigma de la novela que nosotros; desde los años ochenta, hemos bautizado como la novelística polifónica porque el autor desde su misma creación y escogencia del sujeto de la enunciación, ese yo que en tiempos pasados era omnisciente y casi como un Dios de poderoso da la palabra, la voz a los sujetos de los enunciados, representados por los personajes y son ellos los que narran sus propias vivencias. Esto le convierte en voces (polifonía) que penetran en los contextos vividos por ellos, una evocación de la memoria, de ese pasado remoto y cercano, que nos ha tocado vivir o traer al presente después de escudriñar nuestra historia oficialmente oculta y muy hábilmente resucitada por nuestros escritores.

Es lamentable que nuestra literatura, a pesar de tener tanta calidad, aún no encuentre la notoriedad universal, más por una ineficaz divulgación y comercialización que por calidad literaria.[ii] | bvg, alajuela, cr benevquez@hotmail.com

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[i] Lobo Wiehoff, Tatiana. Asalto al Paraíso. Cuarta edición. Editorial de la Universidad de Costa Rica, San José, 1996.

[ii] Antes de esta novela se publicaron algunas obras sobre temas históricos, tales como las de Manuel Argüello Mora, El Delfín del Corubicí de Anastasio Alfaro González, El crimen de Alberto Lobo de Gonzalo Chacón Trejos, ¿Será la bestia?, de Mariano Padilla Bolaños y muchas otras ya comentadas, pero ésta novela de Tatiana Lobo es la primera en utilizar los contextos históricos en forma literaria y con una clara visión crítica por desentrañar la intrahistoria y desenmascarar la historia oficialista que llamamos carlista.

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