Una familia llena de espíritus. Benedicto Víquez Guzmán

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Una familia llena de espíritus

COSAS DE NIÑOS

 

Doña Anita estaba casada con Régulo Alfaro. Era una familia numerosa, como 23 hijos, muchos murieron al nacer o días después pero los vivos eran bastantes. Salomón era el menor de la familia, igual que yo lo era de apenas once hermanos. Vivíamos a escasos cien metros de distancia. Doña Anita y Regulo habitaban una vieja casa de bahareque que le prestaban Los Arguedas y eran muy pobres. Régulo era muy trabajador, bueno para la pala y el machete. Todos los sábados por la tarde se bañaba y descalzo y su sombrerillo de lona en su cabeza se iba para Alajuela a comprar el diario. Ya entrada la noche y cuando los grillos comenzaban con su concierto, se oía pasar a su casa gritando siempre -¡Viva Régulo Alfaro" ¡Dios en el cielo y Regulo Alfaro en la tierra" y con sus dos saquillos de gangoche llenos de víveres al hombro y trastabillando por los tragos ingeridos, llegaba a su casa y con el acostumbrado escándalo de los sábados dejaba en la sala la comedera y derechito a la cama.

Salomón tenía dos hermanas mayores que él, Digna y Nora, ambas con algunos defectos físicos y psicológicos. Digna era renquita del pie izquierdo, al igual que Nora y con el brazo también izquierdo un poco dañado pero Digna sí hablaba y hasta hacía una rifa los domingos mientras que Nora, no recuerdo haberla oído hablar. Renqueaba más y no tenía los dedos de su mano completos. Todos decían que le habían echado un maleficio.

En muchas ocasiones vimos llegar numerosos carros a la casa de Doña Anita y bajar de ellos personas desconocidas que entraban hasta el cuarto donde dormía Nora y oíamos a los mayores conversar sobre el daño que le habían hecho a la muchacha. Una vez hasta vimos un cura y unas monjas echando agua seguro bendita por toda la casa y los presentes decían que Nora había escrito algo en latín y que seguro eran espíritus malignos los que la perseguían. Todos rezaban y se santiguaban y salían muy misteriosos de esos frecuentes encuentros. Lo cierto es que Nora seguía igual y nunca se curó.

Salomón y yo muchas veces la vimos tras de los espíritus por los cafetales. Ella llevaba en su mano derecha un cuchillo con una cruz de palma bendita en su punta y casi en carrera perseguía el espíritu sin mirar más que de frente y con la mano en alto. Al llegar a un árbol de naranja se detenía y con mucha fuerza clavaba el puñal en el corazón del espíritu contra el árbol y ahí lo dejaba crucificado.

Mientras tanto nosotros escondidos tras los árboles y llenos de miedo, observábamos el regreso de Nora a su casa y ya más sosegada regaba la sala con agua y se ponía a barrer el suelo y ayudarle a doña Anita en sus múltiples quehaceres.

Lo cierto es que los árboles de mango, naranja y hasta de guabas se iban llenando de cuchillos de cocina herrumbrados y nadie osaba quitarlos de su lugar por el miedo de liberar un espíritu maligno y que se le metiera en su cuerpo.

Una vez viendo que los peones de los solares vecinos se llevaban todos los zapotes, los aguacates y sobre todo las manzanas de agua que estaban sembrados en tierras de Cruz Campos, Daniel Hidalgo y Joaquín Ulate respectivamente, por cierto este último abuelo o bisabuelo de Evelyn, le dije a Salomón.

-Tengo una buena idea. Vamos a buscar unos cuchillos herrumbrados y les ponemos cruces de palma bendita en la punta y los clavamos en los troncos de  esos tres árboles: aguacate, zapote y manzanas y esperamos a ver qué pasa.

_ Yo no quito los cuchillos de los árboles, de dónde los sacaremos. A mí me da miedo dejar libres los espíritus y qué pasará si esas naranjas o jocotes están maleficiados? -me dijo Salomón.

-Pues yo sí. Vea ese yigüirro que se come esa naranja. Yo no veo que tenga una alita caída o una patilla renca. Y menos esas viudas. Están de lo mejor y no parecen hechizadas.

Y con seguridad de lo que decía tomé una naranja de una rama bajita, la pelé y me la comí.

Salomón se santiguó y seguro esperaba que yo renqueara, entonces fingí que lo hacía y terminamos muertos de risa y comiendo ricas naranjas.

Y le dije:

- Eso sí, lo haremos  cuando empiece la cosecha de cada uno de los árboles. Así lo hicimos y se verificó mi teoría. Ningún peón se trepó a bajar las frutas y los árboles en cada cosecha se mostraban llenecitos de los frutos apetecidos. Así por las tardes yo quitaba los cuchillos y me trepaba a ellos, cogía los mejores frutos y se los tiraba a Salomón y luego venía la gran comilona. Solo los aguacates los dejábamos bajo una ramazón para que se maduraran. Los únicos competidores eran los pajarillos que se peleaban sobre todo las rojas manzanas.

 

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This page contains a single entry by Benedicto Víquez Guzmán published on 15 de Agosto 2013 4:33 PM.

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