La Bruja Zárate
Un viejito de Aserrí que solía desayunar en el Mercado de Heredia un día, hace muchos años me contó la leyenda de la bujita Zárate.
En Aserrí, allá donde nacieron mis bisabuelos hace muchos años gobernada por un español, de esos blancos que vinieron a buscar oro y terminaron quedándose con nuestras tierras y hasta nos gobernaron. Pues de ese español engreído se enamoró perdidamente, como suelen hacerlo todas las brujas de esa región, la Bruja Zárate. Él, por supuesto la despreció y se burlaba de ella. Decía a sus amigos en donde estuviera:
_ Hayase visto, un español como yo, cruzar el océano para venir a caer en los brazos de una india analfabeta y bárbara, sin más educación que comer con los dedos, y todos echaban a reírse.
Entonces, la bruja indita, muy enojada y con justa razón pues había sido ofendida en su honor juró vengar aquella ofensa pública que públicamente le hiciera el español. Y manos a la obra como quien cumple la palabra unos días después amaneció el pueblillo convertido en una enorme piedra. Los moradores en animales de montaña y el orgulloso español, Pérez Colma, que así le llamaban en pavo real, brincando de rama en rama, ostentando su orgullo que aún conservaba.
La brujita era una mujer original del pueblo, morena sin necesidad de bronce, ni alta ni baja pero de unos ojos grandes y negros, mirada maliciosa, y una sonrisa que nunca se le caía. Su pelo negrísimo era una catarata que bañaba sus hombros y espalda con un manto que la convertía en ondulaciones armónicas como el mar. A veces lo convertía en dos trenzas bien diseñadas. De fino cuello y con dos meloncitos maduros que terminaban en agudas semillas de anona madura, dulces y negros, su cintura dejaba ver la profundidad de danzarinas árabes y resaltaba un contorneado cuerpo que solo las habitantes de ese pueblo conservaban en su juventud. Dueña de sí misma, tenía por trabajo sanar a sus enfermos y cuando le consultaban casos tristes, les obsequiaba frutas que al llegar a sus casas se convertían en piedras preciosas y monedas de oro.
Un día, un señor llamado Diógenes Olmedo visitó a la famosa Zárate, para ver si le daba suerte y fortuna. Después de caminar por la montaña cerca de seis horas, llegó, casi al anochecer a la piedra y cansado de dar vueltas alrededor de ella, sin saber de qué manera lograría conversar con la Bruja Zárate, resolvió recostarse en la piedra y esperar. Tanto esperó pues era enorme su cansancio que el que se quedó dormido. Horas después deliraba, mirando a su lado un árbol en cuyas ramas se posaron unas blancas palomas diciéndole con voz humana:
_"Si quieres hablar con la encantadora Zárate, da tres golpes a la piedra y diga las siguientes palabras: -"Busco en vano mi ideal... años caminando y siempre en pie, linda Zárate escucha y ábreme por el amor al pavo real".
Seguidamente las palomas retomaron el vuelo y dejaron caer pétalos blancos.
Diógenes despertó... Ya era medianoche, levantándose recordó la recomendación que las palomas le dieran en su sueño y sin mucho pensarlo dio tres golpes a la piedra y al mismo tiempo repitió las palabras que le habían dicho las palomas. En ese instante la piedra se iluminó, apareció la Zárate con un chal indígena cruzado por sus hombros, en sus dedos un cigarrillo encendido y en la otra sujetaba con una cadena un lindo pavo real. Se dirigió con amabilidad al pobre hombre que temblaba de pavor diciéndole y así habló con el hombre:
_ ¿Qué deseas de mí, buen hombre? ¿En qué puedo complacerte?
Diógenes, tomando valor se acercó, la saludó inclinándose y luego le contó su doliente historia, su viudez, sus hijos enfermos y hambrientos.
La Bruja Zárate, como si recordara algo y pensativa le preguntó:
_ ¿Cuánto tiempo hace que murió tu esposa y cómo se llamaba?
El pobre hombre le respondió:
_Ella no murió... hace dos años salieron ella y unas amigas a bañarse en un río, en la montaña... nunca más se supo de ella ni de sus amigas, desaparecieron misteriosamente... su nombre era Lupita Olmedo.
La Zárate movió sus cejas, aspiró el humo de su cigarrillo y con una carcajada estrepitosa enfrió la sangre del pobre hombre y le dijo:
_Conmovida por tu amargo sufrir y porque me has pedido por el amor de mi ave favorita, el pavo real, te voy a dar lo que necesitas.
Caminaron una hora montaña arriba y por fin llegaron a una planicie en donde una hermosa laguna rodeada de bambúes; manzanas de agua, toronjas, naranjas y limones emergían de ese bello lugar.
La bruja tomó varias toronjas y le dijo:
_ Toma, aquí tienes el alimento de tus hijos.
Diógenes llenó su alforja con los frutos, en ese instante doce palomas blancas se posaron sobre los bambúes y la bruja Zárate le dijo:
_Puedes marcharte ya, esas palomas te serán de guía".
Regresaba a su casa aquel pobre hombre pensativo y desilusionado, llevando en los hombros aquel cargamento de toronjas y en el alma la promesa de una mujer coqueta y repugnante.
_ ¿Para qué tanta fruta y tantas palabras vanas? Se decía.
Llegando a la mitad del camino y sintiendo aquella pesada carga ya lo agotaba, decidió aliviarla, y arrojó seis toronjas por un precipicio hasta llegar a un río y desaparecer. Más aliviado prosiguió su camino, sus hijos lo divisaron y echaron a correr hacia él mientras le preguntaban qué les había mandado la señora Zárate. Diógenes fingiendo alegría, les contó que ella les mandaba unas hermosas toronjas y que al día siguiente llegarían doce palomas blancas a darles una sorpresa. Los niños se durmieron esa noche, esperando el día siguiente para atrapar las palomitas y divertirse con las toronjas.
Pero el siguiente día las toronjas amanecieron convertidas en oro puro, y más tarde Diógenes y los niños percibieron el ladrido de los perros y pisadas de caballos, cuál sería la sorpresa al ver que regresaban las doce paseantes que una mañana, felices fueron a la montaña y no regresaron. Lupita Olmedo venía adelante galopando para estrechar a sus hijos y su inconsolable esposo. Y contaban que la bruja Zárate, al verlas bañándose en el río tuvo la ocurrencia de convertirlas en palomas blancas y que formarían así su corte de honor.
En cuanto al orgulloso pavo real, le prometió que tan pronto consienta en ser su esposo, le devolverá su forma primitiva, pero el soberbio español conservó su apariencia de Pavo Real pues pensó que era preciso resignarse a ser pavo real prisionero, antes que esposo de la hechicera si quedaba libre.
Adaptación y reconstrucción del viejito de Aserrí que un día me contara en el mercado de Heredia.