El autor de novelas

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EL AUTOR DE NOVELAS

 

 

Hay quienes se preguntan sobre la importancia del autor de novelas para conocer e interpretar las obras literarias escritas por él. Existe la tendencia crítica que niega todo lazo entre autor y obra y la importancia para el estudio de las obras. Consideran que la obra se basta a sí misma, que es un objeto completo, acabado, terminado, y que precisamente la teoría literaria debe realizarse a partir de ellas y no de los autores. El estructuralismo, el formalismo y algunas tendencias en semiología son de ese criterio. Por ello  sus estudios se convierten en descripciones de las obras particulares sin ninguna referencia al autor o  a la época que la vio nacer. Este postulado es fundamental para codificar y crear una ciencia de la literatura o del ante en general porque se aproxima a lo que hacen las ciencias naturales. La obra como decía Aristóteles no necesita sino de sí misma para comprenderse, explicarse, pues es un ente independiente

 

con naturaleza propia. No importa que los psicólogos, sociólogos, historiadores realicen estudios de ellas sobre los contextos del autor, la época en que vivió o su ideología. Los estudiosos de esta posición pretenden ser rigurosos y se apoyan en los principios de la ciencia experimental y comprobatoria y tienen razones de sobra para mantener esos criterios. Evidencian los errores que cometieron los que utilizaron métodos distintos a los científicos, como el contenidismo, el historicismo, el sociologismo, el psicologismo, etc. que por lo corriente utilizaron la obra como pretexto para desentrañar otros aspectos colaterales a la misma y que nada cierto y objetivo dijeron de ella. Hasta llegaron a evidenciar a críticos que se dedicaban más a los chismes relacionados con los autores que a desentrañar los significados del ideologema llamado novela o de otras obras. No hay duda de que la historia de la literatura está llena de juicios y prejuicios, tanto de los autores como de las musas humanas que los inspiraron. En las entrevistas periodísticas suelen hacerse preguntas tan estúpidas como la que le hizo un periodista costarricense a Juan Rulfo en una visita de éste al Teatro Nacional. Dígame, don Juan, ¿cuál personaje te representa en la novela Pedro Páramo?, y sin dejar contestar, insistió ¿es acaso el mismo Pedro Páramo? Rulfo en forma muy educada y discreta le contestó: Ningún personaje me representa, yo inventé a todos ellos. Ninguno existe en la realidad, son cosecha de mi invención. Por supuesto que el periodista no publicó la respuesta, mas el autor le dio una lección sobre teoría literaria. Esta anécdota es un ejemplo de los errores que se cometían y cometen por quienes con frecuencia confunden la obra literaria con la realidad histórica o natural, ya sea del autor o del mundo narrado.

 

Otros hay que son del criterio de que el estudio de la obra literaria debe complementarse con estudios de la historia, de la sociedad, sobre todo de la vida del autor, en otras palabras de los contextos. Estos obedecen a la dirección idealista de Platón y los anteriores a la le Aristóteles. Desde luego que no es la posición simplista del que ve en la obra el fiel reflejo de la realidad, casi como copia fotostática sino de quienes creen y defienden la teoría de que la obra mantiene estructuras internas producto de las relaciones sociales e históricas, sobre todo ideológicas de la época que le correspondió vivir al autor y en la cual se inspiró para crear sus obras. Ven la obra literaria como una creación artística humana  y por lo tanto un producto del trabajo creativo del hombre. De ninguna manera niegan que la obra literaria tenga autonomía y suficiencia para satisfacer las necesidades epistemológicas de la ciencia. No quiere decir esto que el estudio social o biográfico agrega algo a la obra. Claro que no.

 

La obra es un signo acabado, pero los estudios serios sociológicos e históricos permiten al lector entender temas, problemas, lenguaje, etc. que sin ellos, no por limitación de la obra, pero sí por falta de información y conocimientos por parte del lector quizás no entendería. Por ello se observa la necesidad de estudiar la época y la vida del autor como un problema ligado estrictamente al lector de novelas y nunca a ellas mismas. Los conocimientos de los contextos de la obra literaria son necesarios para el lector, nunca para el sentido o significación de la obra misma.

 

Los valores ideológicos de un escritor, su forma de vida, sus contradicciones, su visión del mundo, sus frustraciones, sus gustos, sus programaciones sociales, sus anhelos y desengaños, todo ello pasa a la obra literaria creada por él, pero de manera tal que apenas si se nota, sobre todo en la actualidad. Las llamadas "noveletas" del cura Juan Garita (1859-1914), evidentemente reflejan la ideología del autor, en ellas casi directamente, sin ocultarlo, el amor  a Dios, la justicia divina sobre la humana, la esperanza de la recompensa de Dios más allá de la tierra, etc. se ponen de relieve. Pero en forma menos evidente, sin la intención del autor, seguramente ignorándolo en muchos casos, está oculta una ideología producto de la época. Las ideas religiosas en contradicción con las liberales de los políticos de la época y el ocultamiento en sus obras de las contradicciones sociales de ella misma que como cura, y como Juan garita, hijo del pueblo, no vio, o no quiso novelar y que en cambio, sí aparecen con mayor claridad, por ejemplo, en Joaquín García Monge (1881-1958) tal el caso de su narración El Moto (1900). Luego, su formación religiosa le llevó  a tener una visión del mundo diferente a la de Joaquín García Monge. Bastaría comparar Conchita (1904) de Juan Garita Guillén con el mismo Moto. Las obras se bastan a sí mismas para obtener esa conceptualización, sí, pero el conocimiento sobre la vida del autor, su profesión etc., permiten al lector, sobre todo si es poco preparado, comprenderla más. Repito es una necesidad del lector y no de las obras.

 

Hay quienes como L. Goldmann que dan poca importancia al individuo-autor y resaltan la importancia del grupo. Así el creador sería el encargado de representar la visión social del grupo que representa y lo representa. Es algo así como el intermediario, el encargado de expresar, narrar, la visión de mundo del grupo. Sin negar que  esto sea de esa manera, sobre todo en nuestra sociedad contemporánea, donde el hombre cada vez más es producto social programado, no obstante creemos que el individuo no solo refleja esta visión colectiva social sino su particular visión individual, su rebeldía o su complacencia y que ambas deben ser tomadas en cuenta aunque la obra se baste a sí misma. 

 

El autor de novelas ha variado desde los tiempos en que se originó la novela hasta nuestros días. En un principio, el interés por escribir novelas era simple entretenimiento. Por ello las novelas giraban alrededor de dos modalidades básicas: o eran amorosas, sentimentales o de aventuras, ya sean éstas de caballerías o de viajes por tierras exóticas y muchas veces imaginadas. El autor no tenía como oficio hacer novelas, sino como pasatiempo, se entretenía inventando historias y entretenía a los lectores, pero poco a poco comenzó a interesarse por narrar hechos importantes de la historia y de las vicisitudes del hombre, de la problemática social y las condiciones en que muchos hombres vivían, sobre todo los más desvalidos. El Quijote de la Mancha y muchas otras novelas que de una u otra forma comenzaron a reflejar o poner de manifiesto la cara fea  de la sociedad, los ideales y las contradicciones de ella, fueron interesando tanto a lectores como los propios autores y la novela inició, sobre todo con la picaresca un desarrollo importante en Europa. El Lazarillo de Tormes (¿1554?) inicia toda una corriente de novelistas interesados en contar las desventuras de los astutos menesterosos y la degradación de su precario mundo en donde vivían. Los autores iniciaron las más diversas técnicas para ocultarse, pues sentían que lo que narraban podría acarrearles problemas con personajes de la nobleza o del clero. Así firmaban con seudónimos o simplemente negaban su autoría y se la achacaban a autores desconocidos que dejaban los manuscritos perdidos. Los escritores no vivían, ni viven, salvo contadas excepciones, de la escritura de novelas. Es hasta nuestros días que los novelistas son preparados, estudian las problemáticas que van a novelar, se convierten en profesionales del arte literario y estudian las técnicas narrativas y hasta escriben sobre teoría literaria. Este es el caso de Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Alejo Carpentier y otros. Se han convertido en estudiosos de la realidad hispanoamericana hasta llegar a sus raíces y reflejan en sus obras su madurez intelectual y profundos conocimientos de la historia del continente y la problemática social desde sus propios orígenes hasta nuestros días. Saben que el lenguaje es el elemento fundamental de la obra literaria y eso los ha llevado a estudiar sus posibilidades expresivas y obtener de él sus mejores frutos. Hay quienes creen que la novelística, sobre todo la francesa, no es más que un juego con el lenguaje. Nosotros creemos que eso no es cierto, que el significante es importante cuando resalta y logra un profundo sentido y que un buen escritor logra esa armonía necesaria entre estos dos aspectos indisolubles (significado y significante) del mismo signo lingüístico.

 

En conclusión, el estudio y conocimiento de la biografía del autor y sus contextos culturales e históricos son necesarios para el lector y con ello logra  obtener de las novelas un mayor conocimiento de las mismas. Es una exigencia del lector pero no de la novela que posee intrínsicamente todo lo necesario para bastarse, explicarse y comprenderse sin la necesidad de acudir a otro elemento que no sea interno a ella.

 

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This page contains a single entry by Benedicto Víquez Guzmán published on 21 de Septiembre 2009 10:52 PM.

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