LOS DOS CLENTES DEL BAR
El bar tenía pocos clientes y la lluvia era insistente. Ya la noche penetraba todos los rincones. Afuera solo los charcos competían con los carros que trataban de esquivarlos.
-Nada nuevo, amigo, una noche más.
-Ya estoy cansado de esperar.
Tiró la mirada por la ventana como queriendo acercar más la distancia percibida, se levantó, miró el reloj y volvió a la mesa.
-Ya no soporto más esta espera. Nunca llegará.
Y tomando en sus manos el vaso, ya casi sin licor, lo llevó a su boca y bebió sin parar.
-¿Por qué no lo llamas?
-Es muy tarde y sabes bien lo que haría.
-Sí, hay que esperar.
Una noche más y aquellos amigos no fallaban. Ya cumplían tantas que se olvidaron de contarlas. El mismo bar, la misma mesa, iguales copas y ese prolongado y angustiante esperar. Las horas cada vez se hacían más largas y los silencios se sentaron junto a ellos como testigos mudos de un juicio sin delito ni criminal. Hasta que un día, como a media mañana, entró el dueño del bar y en la última mesa, lejos del mostrador, pudo observar, entre sombras, dos lamentos prolongados, asidos en el tiempo como queriéndolo prolongar
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