EN LA REGIÓN DEL OLVIDO por Marvin Mora. CUENTO

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EN LA REGIÓN DEL OLVIDO.

Cuento

MARVIN MORA.

 

En aquel lejano país no existían los recuerdos. El cotidiano vivir se resumía al perentorio día a día. La noción del ayer no existía, y el futuro, ¿qué era el futuro...?, al diablo con el porvenir, ¡era la nada! El andariego BURTON, ilustre explorador inglés, tuvo la oportunidad de conocer tan peculiar país, llevado más por el azar que por el conocimiento. Y pensar que tan fortuito hallazgo se debió al extravío de un camello de su propiedad y cargado hasta las ancas de ciertas reliquias muy apreciadas por su dueño. Pero esa es otra historia...

En aquel país, extraño como remoto, refiere el inglés, se presentaban a la oportuna observación del sorprendido viajero, las situaciones más extravagantes e impensables en otras latitudes. De tal suerte, y a modo de ilustración, la mujer que compartía nuestro lecho,     al siguiente día era la mucama que hacía la cama, preparaba la merienda y mezclaba los granos de aromático café, para luego irse con el primer hombre que encontrara allende a la puerta. Así, el feliz mortal, se ligaba libremente a la mozuela que le atrajera allende a la puerta también. A esta conveniencia, el círculo íntimo se repetía invariablemente a la comodidad del entorno amoroso. Claro, esto si era de nuestro agrado; tan igual uno podía desentenderse del dichoso círculo y acogerse a una conveniente soltería, que lo mismo podía entenderse como un respiro a las fatigas del embrujo amoroso.

Agreguemos otra feliz circunstancia que no escapó al ojo observador de BURTON: no existían las deudas por dinero. Este factor, tenía, en sí mismo, su génesis propia, merced a que la gente olvidaba al término de algunas horas, la molesta y siempre complicada relación deudor-acreedor, detalle éste, que hacía innecesarias las entidades bancarias. El dinero, a este azar, circulaba a la libre y a la inmediata disposición de quien lo necesitara y estuviera en la capacidad de erogarlo en un término cercano a las veinticuatro horas, a la mayor brevedad en suma, antes de verlo convertido en reliquia que, en las manos curiosas de los niños, encontraba un uso lúdico en entretenidos ingenios como un juego que a BURTON le pareció similar a las damas pero con alguna complicación que ya lo acercaba al ajedrez. Tal vez por tal práctica de fragilidad económica, o por otra razón que BURTON no llegó a conocer, la gente de aquel país feliz solo cargaba el esencial estipendio para las cortas necesidades pecuniarias de sus vidas simples. BURTON, incluso, fue testigo de un debate en el ágora, donde se discutía la conveniencia de liberarse de las ataduras que imponía la circulación monetaria. A esta sazón, el inglés terciaba en la vacuidad de tal debate, motivado por la de por sí poca utilización que del dinero hacían aquellas gentes, y a que éste ya ni se reponía ni fabricaba. El trueque y la libre posesión de insumos, se imponían en la economía diaria, a tales extremos que el sentido intrínseco del dinero estaba condenado a desaparecer. Las afrentas morales no eran practicadas en aquella región. Libres de querellas y del sentimiento de posesión, los tribunales eran al igual innecesarios. Ser abogado o parecerlo, era más abominable que la peste para aquellas gentes probas y honorables. El juez único y supremo que se reconocía, era su dios, que les dotaba del día y de la noche; del agua de su río sagrado y del vino que alegraba la vida.

Toda su literatura era oral y se resumía a la más espontanea poesía. Al uso, sencilla y natural, además de contemplativa hacia el contorno y al plan cósmico. Curiosamente, los poetas no gastaban energía en cantarle a la mujer; eso entrañaba posesión, y la posesión como tal, aún en un sentido afectivo, no era procedente a lo ojos de sus aedas. La poesía se renovaba a cada tanto, y tan espontánea como venía, así se olvidaba.

La dinámica, resumía BURTON, era el estigma vital de aquella sociedad. Una vida consagrada al culto del placebo personal y hacia la sobriedad de costumbres, amén a la practicidad del plan apacible de su particular cosmogonía...

Tres días, empero, pasaron en la conciencia occidental de BURTON entre tales gentes. Cálidas al trato, no obstante sintió para su ser interior, que le principiaban a mirar con cierta indiferencia. A este punto recordó aquella conseja de que..."muerto y arrimado a los tres días...", lo cierto del caso es que transcurridos los tres días referidos, el camello con su estimada carga le estaba esperando a las puertas mismas de la ciudad. En un generoso hatillo le hartaron de fiambres y albaricoques regados con almíbar, y en un ánfora con tapadera dilataba la sangría de un vino tan rojo como la sangre de los bueyes destinados a los sacrificios. BURTON emprendió el regreso por el primer camino que se encontró con la certidumbre de que aquella gente lo empezaba a olvidar. De repente, nadie hablaría más de aquel extraño que un día pasó por sus tierras. Miró su sombra por encima de la sombra de su camello. Un incipiente sentimiento de desolación le provocaba un acelerado ahogo. Recordó que transitaba por tierras áridas, sedientas a perpetuidad. Fue entonces que divisó aquel hilo de agua, el río que reverberaba el prolongado estío .Recordó que era el manantial del que se servían los pobladores de aquella comarca de ensueños. Comprendió que tenía ante su buena inteligencia al mismo LETEO. Sus aguas que hacían olvidar, eran un tirón a los deleites.

Improvisó un cazo con sus manos, las llenó de sus aguas de olvidos, y miró hacia el camino andado. Sonrió ante la tentación, y dejó que sus aguas escaparán de sus manos para siempre. Total, siempre gustó más del vino que de las aguas sagradas; aguas por donde sólo reman los olvidos...

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This page contains a single entry by Benedicto Víquez Guzmán published on 1 de Mayo 2013 12:28 AM.

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