TAMBIÉN LOS NIÑOS MIRAN Y SUFREN LA GUERRA
Nueve cuentos estructuran el libro de María Pérez Yglesias Silencio... el mundo tiene el ala rota, publicado por la EUNED, en el año 2010.
Y si cada uno de ellos fuera un capítulo, bien podría pasar por una novela. Cada uno es una mirada, llena de asombro, temor, duda, incertidumbre de un niño ante la irracionalidad de las guerras. Miradas-imágenes inocentes pero no por ello menos penetrantes, inquietantes, dulces y sinceras, a la vez que profundas y dolorosas.
Con "Miradas Mudas" se inician los relatos para concluir con el viaje a la isla de ese mundo que muestra descarnadamente el ala rota.
Relatos de prosa sencilla, limpios como el alma de los niños, transparentes y sinceros, quizás hasta inocentes pero dolorosos por sus consecuencias. Todos ellos se narran desde la perspectiva de niños y bastan esas miradas inocentes para penetrar en la fiereza de los actos de quienes son los protagonistas indirectos y directos de las guerras. Unos cuadros, unas tijeras, la mirada de un soldado, el abrazo de su padre asustado, una mina, un tambor, y hasta un hombre sin un pie, son objeto de las miradas de los niños.
"Mamá y yo queremos que mi papá vuelva aunque no esté completo"
Así desfilan, ante las miradas de los niños, las muertes de sus padres, tíos y vecinos, expresados en tierras ajenas por los cuadros de ellos, colgados en las paredes de la sala. Desde la España de Franco, hasta Juan Santamaría, El erizo con cara de tambor, sin dejar de soñar con pueblos libres de América Central, ideales de Farabundo Martí, Sandino y tantos más que quisieron una patria mejor.
De niño admiraba a Juan Santamaría pero no como el soldado que con su tea dio fin a la Casona de Santa Rosa sino como el joven que con su tambor alegraba a los soldados. Y mi único recuerdo del 48 , con solo cinco años, fue la visita a mi casa por un sobrino de mi madre que pasó un día, acompañado con dos soldados más a almorzar. Entraron a mi casa y detrás de la puerta dejaron los tres rifles. Desde el corredor los divisé y cuando comían, me robé uno de ellos y lo escondí. Mucho me costó esa proeza pero solo pensaba que con ese rifle, los soldados matarían menos vecinos. Al salir de mi casa, los soldados amigos, notaron la ausencia de un rifle y mi madre, que sabía dónde estaba mi escondite favorito, fue y debajo del piso lo encontró, lo trajo y se lo dio al muchacho.
Pero las miradas de los niños, víctimas de la guerra son diferentes, unas encierran miedo, otras odio y las más, asombro, tristeza y orfandad.
Hay una constante en estos cuentos de la guerra. Una dicotomía, muy propia de los niños. Alegría-tristeza. Así en el lenguaje se muestran estrofas de las canciones populares, los chistes jocosos, propios de niños con los defectos de los amigos, o sus limitaciones:
"Juan Santamaría,
Nació en Alajuela,
Tan pobre vivía,
Que no fue a la escuela..."
"Tam, rataplán,
Rataplán, tam tam...
Así suenan los tambores,
Cuando vamos a pelear,
Contra los filibusteros,
Que nos van a esclavizar...
Tam, rataplán,
Nataplán, tam, tam..."
"Cojo, cojo,
Será otro cojo,
cojo de un ojo."
Din, dan,
Los maderos de San Juan,
Piden pan,
No les dan...
Piden queso
Y les dan un hueso."
Cuentos realistas pero maravillosos, sí. Los niños se convierten en elementos mágicos que, a pesar de sufrir, llorar, y hasta morir, con sus miradas inocentes y llenas de amor, transforman el mundo en una isla de felicidad, sin odios, sin guerras, sin hambre, maravillosa. No importa si es un ideal o una quimera. Al fin, y quizás antes de soñarlo, el mundo de los humanos se convierta en un lugar donde todos podamos vivir en paz, soñar, disfrutar y ser libres para amar. Donde los ignorantes no reinen y menos maten para gobernar.
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