LOS RECICLADOS DESDE ADÁN Y EVA
Esta novela la publicó Virgilio Mora Rodríguez en el año 20131.
Su estructura es en forma de diario y se desarrolla desde el jueves 20 de setiembre del año 2001 hasta el día domingo 31 de diciembre del mismo año y es apenas de escasas152 páginas.
El sujeto de la enunciación es un yo biográfico y no oculta su versión del mundo como si fuera el autor que vive en New York, muy cerca de Las Torres Gemelas que el 11 de setiembre de ese año 2001 fueron destruidas por unos aviones. Es un médico psiquiatra divorciado y vuelto a casar con Golda, una judía y doctora como él y con una hija de 6 años, Polita.
Sorprende, desde el inicio del diario, la conducta de él sobre todo, ante esa tragedia que conmovió a toda la humanidad y que trajo muchas consecuencias colaterales y muerte de emigrantes, sobre todo, aunque también ciudadanos norteamericanos. Y lo más extraño es la actitud del personaje protagónico que intensifica su conducta de tomador, y visita cotidianamente los bares cercanos, se toma dos y hasta tres cervezas, a veces acompañadas con una botella de vino y algún licor exótico. A todas luces descuida su hogar, desde tiempos atrás en decadencia y quizás su única alegría se la brinda, los encantos y mimos de su hija. Porque con su esposa son las discusiones agrias, y hasta hirientes las más frecuentes.
En los bares se entretiene viendo televisión y noticias del acontecimiento reciente, oyendo conversaciones insípidas, y dirigiendo su mirada lasciva a las camareras jóvenes y pasando el tiempo, sin realmente hacer nada importante.
Su vida y la de su familia, transcurren en una rutina obstinada enajenante que poco a poco va deteriorando cada vez más los cimientos de familia. Esa rutina no es tan diferente a la que tenía antes del acontecimiento, pero sí más intensa y lo más grave, es que el personaje toma, por instantes, conciencia de lo mal que su vida se torna cada día.
La abulia hasta le impide leer y escribir y llega tarde al trabajo en la clínica de su esposa y las conversaciones con las empleadas y los colegas, son baladíes y superficiales. De la casa al trabajo, del trabajo a los bares y luego a su casa, sin realmente hacer nada de provecho.
Una nueva rutina se apodera de él y los intentos de su esposa en un principio por comprar un apartamento más amplio y fuera de la ciudad no se concluyen nunca y siempre encuentra una excusa para salirse de esa rutina.
Todo se posterga, hasta la llamada de un amigo y nada se realiza. La única que se muestra alegre y feliz, a pesar de todo ello, es la niña.
"Me gustaría que algunas estaciones de radio y de televisión nos dejaran de bombardear desmenuzando las secuelas de la tragedia, insinuando la próxima, hablando de guerras biológicas, venenos, máscaras, bombardeos,. También me gustaría que "los nuestros" no se tomaran la justicia en la mano. Algunos musulmanes, algunas mezquita han sido atacadas1
Y acude constantemente a otra enajenación: el beisbol, como pretexto para estar en los bares. Esto le sirve como distractivo, como consolación. Lo mismo que los recuerdos de las idas a la patria chica, como él llama a Costa Rica:
"La última vez que estuve en la patria chica, mi cara amiga María Amoretti. Alias Magah, me invitó a Puntarenas. De regreso me dio el volante de su vehículo motorizado a pesar de que yo estaba pero que ella (borracho), no mucho. Eso fue este año".2
Y la rutina continúa, hasta en ella misma:
" Anoche, aunque había un partido de baseball que me interesaba mucho, me enganché en mi rutina diaria: a las cinco y media Pesce Pasta para las dos o tres cervezas de costumbre y la parla, por lo general insípida, que sostengo con Toni, Xavier el jefe de mesas y todo el resto del personal, incluyendo al de cocina (todos hispanohablantes)".3
Una de las referencias a su patria chica es la de su hermano con quien había tenido en una ocasión una disputa acalorada. Varias veces la reitera y teme por la vida de él pues tiene cáncer y está mal de su salud. Se reprocha constantemente el no haberlo atendido adecuadamente, pero no pasa de ese remordimiento.
La novela termina con la misma angustia que como empezó. Nos recuerda de alguna manera al Kafka de Metamorfosis y El Proceso.
Al final uno llega a la conclusión que la rutina del ser humano es una enfermedad de dimensiones abrumadoras. Y que su cura no tiene medicina y de alguna manera es como la madre de todas las enfermedades contemporáneas, desde Adán y Eva y que el hombre ha sido constantemente reciclado pero conserva esa maldición en su misma esencia. ¿Tendrá acaso remedio?
Creo que la niña nos muestra un poco la solución aunque sea pasajera. La vida hay que tomarla en serio pero teñirla de musicalidad, de alegría, de ternura, de encanto. Y es la creación la única que puede evitar un tanto la rutina, por más pegajosa e inevitable que sea.
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