RAFAELA CONTRERAS CAÑAS, UNA ESCRITORA COSTARRICENSE OLVIDADA Y RECIEN RESUCITADA.
(1869 -1893)
Gil Quesada comentó:
"Creo que la primera escritora costarricense fue Rafaela Contreras Cañas, 1869 -1893 (24 años) vivió en Nicaragua en donde Darío le publicó dos cuentos de forma anónima, le gustó tanto que se casó con ella en El Salvador, testigo de la boda pero la ceremonia religiosa se celebró en Guatemala, el padrino fue un conocido de la familia: Aquileo Echeverría, cuando Darío perdió el patrocinio de su periódico se trasladó a Costa Rica donde nació el hijo de ambos Rubén Darío Contreras, se trasladaron de nuevo a El Salvador donde Rafaela murió por mala praxis. Darío le publicó sus obras bajo el seudónimo de Emelina y otro bajo el seudónimo de Stella al que Darío le escribe un poema "El poeta pregunta por Stella". Existen nueve cuentos publicados por E velan Uhrhan del Mac al listes Folleto St Paul Minnesota y reproducidos por Pedro Rafael Gutiérrez con el patrocinio de Guillermo Malavassi y la UACA, en la biblioteca tienen casi 100 copias del libro pero no lo tienen en la colección ni catalogado. Nunca he entendido por qué en Costa Rica se ha ignorado. Tiene un cuadro "Delirio y sonata" que tiene alguna semejanza con "Misa de Ocho" de Yolanda Oreamuno publicado más de 40 años después. Ninguna de las referencias sobre la literatura de Abelardo Bonilla, tampoco aparece en la Galería de valores femeninos costarricenses de 1975".
Y en La prosa modernista se informa lo siguiente:
"Rafaela Contreras Cañas, 1869 -1893
Nació el 21 de mayo de 1868 en San José. Vivió una vida corta y trágica, pero de vital importancia para la historia del modernismo. Con el pseudónimo de Stella empieza a publicar sus cuentos en el periódico "La Unión" de El Salvador y, después de su matrimonio con Rubén Darío en 1890, se traslada a Guatemala donde publica en "El Imparcial" y en "El Correo de la Tarde". En nacimiento de su primer hijo la deja débil y enferma, situación que la impele a regresar a San Salvador para estar cerca de su familia y muere allí durante una operación en 1893.
Publicó su primer cuento "Violetas y palomas" en el periódico salvadoreño "La Unión" (1889). Rubén Darío director de dicho rotativo, después de leer el cuento quiso conocer "al autor". Semanas después se publican "La turquesa", considerado superior al anterior, y "La canción del invierno". En el caso de este cuento, la escritora accede a que sea publicado con su nombre. De esta manera, Darío conoce la identidad de la autora. Prendado de su arte y gracia, se enamoran y el 21 de junio de 1890 contraen matrimonio civil. Al día siguiente, debido al golpe de estado y muerte del general Francisco Menéndez, quien había patrocinado a Darío en "La Unión", el poeta parte para Guatemala. Allí, de junio a diciembre del mismo año, el poeta hace publicar "Violetas y palomas:, "Reverie", "Mira la oriental o la mujer de cristal" en "El Imparcial" y meses más tarde "La turquesa", que aparece con su nombre de casada, Rafaela de Darío. Ella no se reunirá con su esposo hasta enero de 1891. Un mes antes da a conocer "Sonata", publicado esta vez con el pseudónimo de Stella. En abril de ese año, Stella publica "El oro y el cobre" en "El Correo de la Tarde", periódico de propiedad de su marido.
Su producción literaria fue olvidada hasta que Evelyn Irving investiga en hemerotecas centroamericanas y halla y publica siete cuentos Short Stories by Rafaela Contreras de Darío en 1965, que ella considera "joyas" del modernismo.
Esta estudiosa divide la producción literaria de Contreras en poemas en prosa ("La canción del invierno", "Reverie" y "Sonata") y cuentos narrativos ("Las ondinas", "Humanzor", "Violetas y palomas", "Mira la oriental", "La turquesa" y "El oro y el cobre"), en las que según la mencionada autora, se nota un verdadero hilo narrativo.
Los cuentos de Contreras siguen las características del modernismo, especialmente por la belleza de la lengua, la imaginería poética, el gusto por lo exótico, por el tratamiento a veces fantástico del tema, y su preferencia personal de incorporar la música como parte integral del argumento. Además, Contreras enfoca su obra en temas, de una u otra forma, parabólicos, en lo tocante a las relaciones amorosas. Sus contemporáneos reconocieron ya el talento de Contreras en sus poemas y cuentos y algunos de ellos estudiaron las similitudes y diferencias de su literatura y la de su marido Rubén Darío. Efectivamente, el estilo de estos cuentos es similar al de Darío, lo cual constituye un testimonio de que la cuentística de Rafaela Contreras estaba a la altura de su afamado esposo.
En Costa Rica, recientemente en 1990, se reconoció la importancia de Rafaela Contreras Cañas en la historia de la literatura costarricense en un libro publicado por Guillermo Malavassi y Pedro Rafael Gutiérrez con el significativo título de Rafaela Contreras Cañas: Musa inaugural de la literatura costarricense, con motivo del año centenario de su obra. Por lo anteriormente anotado, Rafael Contreras merece ser situada entre los pioneros del cuento costarricense, tanto por la calidad de sus cuentos como por la fecha de sus publicaciones. Lamentablemente, la muerte truncó la vida de esa talentosa joven de veintitrés años que hubiera dado renombre continental a las letras costarricenses.
En un cuento como "Las ondinas" que pertenece a la literatura fantástica, Contreras expresa su insatisfacción por la inconstancia de las relaciones amorosas entre hombres y mujeres.
Relatos
Nueve cuentos de Rafaela Contreras
Poemas en prosa
La canción del invierno
Reverie
Sonata
Cuentos narrativos
Las ondinas
Humanzor
Violetas y palomas
Mira la Oriental o La mujer de cristal
La turquesa
El oro y el cobre |
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Rafaelita: actriz y profesora
Mientras tanto, Rafaelita --como era llamada por todos-- intervino de 15 años en una representación de "La Traviata", de Giovanni Verdi en San Salvador y, para 1888 --de 19-- fue profesora de geografía y calistenia en el Colegio Normal de Señoritas de la capital salvadoreña. Por su lado, su hermana Julia se había casado con Ricardo Trigueros, hijo de un banquero salvadoreño, Manuel Trigueros, que en esa época acuñaba y respaldaba la moneda circulante.
También periodista, musa y narradora
Asimismo, Rafaelita sería redactora de la revista de San Salvador, Ramo de Violetas, editada por un grupo de señoritas en 1890. Rubén, desde agosto de 1889, de nuevo en tierra salvadoreña, había reanudado su amistad con aquella, brotando en él "una nueva llama amorosa", precedida por la de Rosario Murillo, en Managua, efímeramente apagada. Entonces escribió sus primeros versos a Rafaelita: Yo creía que todo era una noche, / que todo era ya negro para mi alma sin luz. / ¡He visto una visión de amor inmenso! / Mi alma ya estaba muerta: / la has revivido tú. / ¡Ay! Yo quería hallar un ángel blanco / para mi sueño azul.
Así insertó en el diario La Unión --órgano unionista que dirigía, financiado por el presidente Francisco Menéndez-- cinco relatos y un poema en prosa de Rafaelita, marcados por la impronta de Azul..., pero ella se ocultaba bajo el pseudónimo de Stella. Rubén interrogó a Tranquilino Chacón, redactor de La Unión, sobre la autora d esas prosas. --Son de Rafaelita --respondió Chacón. / ¡Ah, sí, debí haberlo imaginado! ¡Qué alma más delicada la suya! --exclamó Rubén.
Un vago simbolismo idealista predomina en esas piezas narrativas: "Mira, la oriental", "Reverie", "La turquesa, "Las ondinas", "Humanzor" y "La canción del invierno", aunque en "Humanzor" no falte la observación objetiva y la crítica social; de hecho, con otras publicadas en Guatemala por su esposo, convertirían a Rafaela Contreras en la primera escritora modernista de Centroamérica, aunque incipiente. El propio Rubén había presentado "Reverie" en una nota: "Un marco humilde para un lienzo de oro" (La Unión, San Salvador, 10 de marzo, 1890).
Matrimonio civil en San Salvador
Enamorados, los nombres decidieron contraer matrimonio. Él --famoso desde su trastorno de Chile-- había conquistado en San Salvador la "buena posición social" de que habla en autobiografía, y ella poseía "mucho don de simpatía y hasta su dosis de literata por herencia paterna" --cito a Edelberto Torres, quien la describe de baja estatura, cabello castaño oscuro, grandes ojos negros, morena de tez y graciosa. La ceremonia tuvo lugar el sábado 21 de junio de 1890, a las siete de la noche, ante los oficios del gobernador de San Salvador, doctor don Margarito González, en la casa de doña Manuela Cañas de Contreras. Dos fueron los testigos: Tranquilino Chacón, periodista de 28 años; y el poeta Francisco Gavidia, de 26 años, en esa fecha, profesor de ciencias y letras. Fungió como secretario don Próspero Pineda.
Al día siguiente, el acontecimiento sentimental fue celebrado con un almuerzo familiar, ofrecido por doña Manuela, al que asistieron --entre otras personalidades--, Leticia, hija del presidente Menéndez; el millonario Manuel Trigueros y su hijo Ricardo con su esposa Julia, y el general Carlos Ezeta, quien esa misma noche perpetró un golpe de Estado. Esta "historia negra" es muy conocida. Tres días después, Rubén se embarcaba con destino a Guatemala para denunciar semejante tropelía y reiterar su lealtad al presidente derrocado.
Boda religiosa en Ciudad de Guatemala
En la capital de Guatemala, adonde llegaría el 30 de junio, Rubén permaneció seises meses y doce días sin su mujer legal, pues Rafaelita y su madre se aparecieron en la misma capital el 13 de enero de 1891. No sin solicitar dispensas a la autoridad eclesiástica, el 11 de febrero de 1891 fue celebrada la boda religiosa en la Catedral Metropolitana. Fueron padrinos el doctor Fernando Cruz, el licenciado Francisco Lainfiesta, y el poeta cubano José Joaquín Palma. Al respecto, María Teresa Sánchez anota: "La cálida Escuintla, con sus jardines de eterna primavera, es el trasfondo ideal y discreto para el ardor de los recién casados, quienes descubren el éxtasis del amor resumido de besos, miradas y caricias. La pureza cristalina de la amada enternece el alma del poeta, quien transcribe su felicidad en el poema en prosa 'La Canción de la luna de miel'.
Mucho realizó literariamente Darío en Guatemala, sobre todo en El Correo de la Tarde, diario semioficial bajo su dirección; pero, al clausurarse inesperadamente por decisión presidencial, quedó sin sustentación económica. Por ello decidió partir a Costa Rica, donde Manuela Cañas, su suegra, contaba con parientes que podían ayudar a la joven pareja. Y hasta allí se dirigieron el 16 de agosto de 1891. Rafaelita iba en adelantado estado de gravidez.
El nacimiento de Rubén Darío Contreras en San José El 24 del mismo mes de agosto arribaron a Puntarenas. Durante su estada costarricense, la producción literaria de Darío se enriqueció. Pero el acontecimiento privado más notable fue le nacimiento de su primogénito, Rubén Álvaro Darío Contreras, el 11 de noviembre de 1891, en la casa 265 del Paso de la Vaca, calzada que luego se denominaría 8va calle norte. Apadrinaron el bautismo del niño el general Lesmes Jiménez y doña Margarita Foxá, esposa del ministro de España en Costa Rica, Julio de Arellano. El obispo Bernardo Augusto Thiel solemnizó el acto.
Pero, como Darío confiesa en su autobiografía, después del nacimiento de su hijo, "la vida se me hizo bastante difícil en Costa Rica y partí solo, de retorno a Guatemala, para ver si encontraba allí manera de arreglarme una situación". Un amigo y escritor, Ricardo Fernández Guardia, fue más explícito en una gacetilla publicada en el Diario del Comercio el 11 de mayo de 1895: "Rubén, el poeta exquisito, el parisién transplantado, el rival de Catulo Mendès, partió el martes último para Guatemala, después de sacudir el polvo de la tierra inhospitalaria de Costa Rica. Nuestro modo de ser tan rudo y prosaico, tan ajeno a lo intelectual, no podía en manera alguna convenir al espíritu esencialmente artístico de Rubén Darío. El escritor insigne, cuyo nombre resuena con aplauso universal en toda la América española y en Europa, se ahogaba en nuestra atmósfera de materialismo mercantil. No vuelan los pájaros en el vacío."
Regreso a Guatemala y misión a España
El 21 de mayo arribó Rubén al puerto de San José, en Guatemala. Iniciaba sus gestiones para establecerse, cuando el 28 recibió cablegráficamente la noticia que el gobierno del doctor Roberto Sacasa le nombraba miembro de la delegación que enviaría a España con motivo de la celebración del Cuarto Centenario del Descubrimiento de América. A solicitud de Rubén, el 20 de julio de 1892 Rafaelita se trasladó con su madre e hijo a San Salvador, a la residencia de su hermana Julia Contreras de Trigueros. Por su parte, él pasó a León para dirigirse luego a España.
Esta súbita partida acongojó y amargó a Rafaelita: "No sólo le privaba del bienestar prometido a ella y a su hijo; también los alejaba de su afecto. Ella no reprocha la ambición de gloria que impulsa a Rubén; pero sí resiente el desamparo en que los deja" --comenta de nuevo María Teresa Sánchez. Se le ha consumido el fuego de su amor y apagado la luz de su estrella.
Fallecimiento de Rafaelita a sus 23 años
Ya en Nicaragua, cuando se hallaba en León recitando su "Elogio a don Vicente Navas" la noche del 2 de febrero de 1893, Rubén fue interrumpido por la entrega de un telegrama en que se le comunicaba la gravedad de su esposa. El poeta presintió su muerte, acaecida a las nueve de la mañana del 26 de enero en San Salvador, a causa de una excesiva dosis de cloroformo que accidentalmente le suministró el doctor Tomás Palomo al intervenirla quirúrgicamente. Entonces, lleno de dolor, ahogó su pena en el alcohol durante ocho días. Rafaelita tenía 23 años, ocho meses y cinco días de edad al fallecer, y había pedido, en breve carta a su esposo, que dejara a su madre el cuidado de Rubén Álvaro, si algo fatal le sobreviniera en la operación a que iba a someterse.
El primogénito y su descendencia
De manera que Darío sería solo padre biológico para su primer hijo. En cuanto a la descendencia de este, es la siguiente: casado con la argentina Eloísa Basualdo, engendró tres hijos: Eloísa, Stella y Rubén Darío Basualdo, quien contrajo matrimonio con la nicaragüense Marta Lacayo, habiendo procreado cuatro hijos: Eloísa, Stella, Carla y Rubén Darío Lacayo.
Stella evocada en Nueva York
Mucha evocación de Rafaelita subyace en las creaciones de Rubén. El norteamericano Jorge Green Huie ha rastreado esa presencia en Prosas profanas (y no solo en el famoso poema "El poeta pregunta por Stella") e incluso encuentra algún eco en Cantos de vida y esperanza. Aquí recordaré que el primer texto que le inspiró tras su fallecimiento fue el poema en prosa "Stella" (1893), escrito en Nueva York e incorporado a su estudio sobre Edgard Allan Poe en Los Raros (1896). El siguiente trozo es su final:
En medio de los martirios de la vida, me refrescas y alientas con el aire de tus alas. Porque si partiste en tu forma humana al viaje sin retorno, siento la venida de tu ser inmortal, cuando las fuerzas me faltan o cuando el dolor tiende hacia mí el negro arco. Entonces, Alma, Stella, oigo sonar cerca de mí el oro invisible de tu escudo angélico. Tu nombre luminoso y simbólico surge en el cielo de mis noches como un incomparable guía, y por tu claridad inefable llevo el incienso y la mirra a la cuna de la eterna Esperanza".
Los cuentos de Rafaela Contreras (Stella) por Luis Sáinz de Medrano Arce
"Stella, como ser humano, se ha ido convirtiendo en un episodio menor de la biografía de Rubén Darío. Como escritora de prosas de delicada factura no es mucho más que una alusión, un dato que muy pocos críticos, incluso en Centroamérica y en su misma patria, Costa Rica, han tratado de revisar con la debida atención. Este último aspecto ha sido denunciado por Pedro Rafael Gutiérrez en un estudio de hace pocos años1 en el que señala la ausencia de referencias a Stella incluso en una obra tan completa, en su momento, como la Historia de la literatura costarricense de Abelardo Bonilla (1.ª ed., 1957; 2.ª ed. hecha en vida del autor, 1967) y en libros dedicados a la aportación a la cultura de la mujer costarricense. Por nuestra parte añadiremos que tampoco aparece en el de Elizabeth Portugués de Bolaños El cuento en Costa Rica. Estudio, bibliografía y antología (1964), ni está, no ya incluida sino ni siquiera mencionada en la Antología del cuento costarricense (1890-1930) de Álvaro Quesada Soto (1989). La sospecha de que pudiera haber sido considerada escritora salvadoreña, por haber publicado la mayor parte de sus trabajos y vivido largo tiempo en ese país tampoco se confirma, como puede comprobarse por su ausencia en el muy extenso Panorama de la literatura salvadoreña de Luis Gallegos Valdés (1987). La bibliografía que citamos al final de esta comunicación pretende ser una aproximación al estado de la crítica sobre Stella -que puede ampliarse con los nombres ofrecidos por el referido P. R. Gutiérrez2- y la disponibilidad de sus textos en ediciones de conjunto.
Hay que advertir enseguida que en esta breve comunicación no tengo el propósito, por cierto, de reivindicar a esta escritora como una olvidada primera figura de la literatura hispánica, sino como la autora de una obra de segundo orden, realmente incipiente, pero que sin duda, colocándonos en el momento en que aparece, puede calificarse de promisoria, de poseedora de algunos cuya maduración habría dado lugar muy posiblemente a una creación sólida y estimable. Nuestro propósito, de todos modos, no es juzgar lo que pudo haber sido sino lo que fue dicha obra, inicio, entendemos, de una trayectoria malograda por la muerte. También puede tener algún interés situar, aunque sea como un hecho extraliterario, a esta amable imagen que es una presencia fugaz en el entorno de Darío, en cuya obra de creación no deja sin embargo de encontrar un eco no desdeñable.
Darío contó en su «Autobiografía» las circunstancias de su relación con la viuda y las hijas de «un famoso orador de Honduras, Álvaro Contreras» -a quienes ya había tratado en León de Nicaragua en años infantiles- durante su permanencia en la capital de El Salvador como director del periódico La Unión, a su regreso de Chile, y su matrimonio civil con Rafaela el 21 de junio de 1890, coincidente con el levantamiento de Carlos Ezeta, que acabó con el gobierno y la vida del presidente Francisco Menéndez, mecenas del poeta3. Más tarde se refiere a su matrimonio religioso en Guatemala, país al que se había trasladado para distanciarse del dictador salvadoreño4. Habla luego de su desplazamiento con su esposa a Costa Rica, de donde era originaria la madre de Rafaela -sin mencionar, curiosamente, que también ésta lo era-, por motivo que «no puedo rememorar»5, y del nacimiento de su hijo en la capital, San José, amadrinado por la esposa del ministro de España, el marqués de Casa Arellano. El carácter sumarial que Darío da a sus recuerdos le lleva a ofrecer muy pocos datos más sobre esta etapa de su vida de hombre casado: «Después del nacimiento de mi hijo la vida se me hizo bastante difícil en Costa Rica y partí solo, de retorno a Guatemala, para ver si encontraba allí la manera de arreglarme una situación6». Lo que sigue es su inesperado viaje a España en el 92, del que, sin tiempo para más, da cuenta por escrito a su mujer antes de emprenderlo. A su regreso, Darío recuerda la forma inesperada en que conoció en León la noticia de la muerte de su esposa, ocurrida en San Salvador (26-1-93), sin que haya mediado explicación alguna del desplazamiento de la joven Rafaela a ese país. El hijo habido en Costa Rica (Rubén Álvaro, nacido el 13-12-1891) queda, a petición de aquélla, al cuidado de su madre y del matrimonio formado por el próspero banquero Ricardo Trigueros y la hermana de Rafaela para no reaparecer sino momentáneamente ante su padre en los últimos años de la vida de éste en Barcelona (1912) y Guatemala (1915). «Las abrumadoras nepentes de las bebidas alcohólicas» alivian la conmoción del poeta que pronto se verá envuelto en un acontecimiento «novelesco y fatal»7, el nuevo y forzado casamiento con Rosario Murillo.
En cuanto a la propia Stella, son varios los textos de creación que Darío le dedicó, antes y después de su matrimonio. En La Unión, diario dirigido por el propio poeta en El Salvador, en 1890, le ofreció en primer lugar una presentación titulada «Un marco humilde para un lienzo de oro» (10-3-1890)8, acompañando la publicación de «Reverie», donde ya su joven amiga, cuya identidad Darío aún no asociaba con la de la misteriosa colaboradora literaria, firma como Stella. En «Un marco humilde...» aparece transfigurada en «la princesa Stella», en una imaginativa situación desarrollada en París. Más tarde surgieron varios poemas dedicados a cortejar a Stella. Son 1) «Los tres astros» (28-3-1890)9; 2) «Lied» (19-4-1890)10; 3) «Claro de luna» (7-5-1890)11; 4) «Tres pensamientos» (11-5-1890)12, y, 5) «Venus», sin duda el más importante de estos poemas (15-5-1890), que pasará a formar parte de la segunda edición de Azul, ya citada en nota.
Tras la boda civil y la forzada separación subsiguiente, Darío dedica a su esposa Lin poema en prosa titulado «A una estrella»13, y, ya tras el matrimonio religioso, «La canción de la luna de miel», texto de las mismas características que aparecerá en La prensa libre de San José de Costa Rica (20-10-1891)14. Tiempo después Darío le dedicará otros emocionados textos. Nos referimos, contando sólo con los que la mencionan explícitamente, en primer lugar a «El poeta pregunta por Stella», que formará parte de Prosas profanas (1896), y que Ignacio Zuleta considera, probablemente con razón, «el más logrado poema amoroso de la producción de Darío»15. «El poeta rememora a un angélico ser desaparecido, a una hermana de las liliales mujeres de Poe que ha ascendido al cielo cristiano» dice en Historia de mis libros16. El segundo es una parte del capítulo «Edgar Allan Poe» de Los raros (1896), donde la asocia a esas exquisitas mujeres en una enumeración que revela una emoción intensa a la que, como tantas veces en Darío, la literatura sirve de singular apoyo. Por último Stella aparece en un hermoso poema de El canto errante (1907), «Visión» («Dante» en La Nación de Buenos Aires, 1907; «Visión» en Renacimiento de Madrid, 1907, y finalmente, con este mismo título en el referido libro). Esta «Estela» (sic) es definida como «la que suele surgir en mis cantares». Se trata de un ser depurado que responde, al decir de Pedro Salinas, «al recuerdo de su esposa muerta, cruzado en su imaginación con la Stella de Edgar Allan Poe»17.
La vida de Rafaela Contreras Cañas fue un continuo vaivén por el circuito de las pequeñas repúblicas centroamericanas. Nacida el 21 de mayo de 1869 en San José de Costa Rica, hija del notable hombre público hondureño Álvaro Contreras y de doña Manuela Cañas, de ilustre apellido costarricense, se verá bien pronto sometida a los traslados causados por las actividades políticas de su inquieto padre, decidido liberal y unionista, que ya en 1865 había tenido que abandonar, exiliado, su país natal. Por la misma razón la familia tiene que trasladarse en 1872 a El Salvador donde pronto muere la menor de las tres hermanas. Instalados en Honduras, los avatares políticos motivan nuevamente el regreso a El Salvador y posteriormente, en 1876, a Nicaragua, donde, como hemos dicho, conocerá al que llegará a ser su esposo. La política impone un nuevo exilio, esta vez a Panamá, en 1878, de la familia Contreras, desde donde regresa a El Salvador en 1880, país en el que muere dos años más tarde como consecuencia de haber sido torturado por su oposición al presidente Zaldívar. La hermana hace un ventajoso matrimonio y Rafaela escribe poemas y cuentos que permanecen inéditos. Es entonces, en 1889, cuando se produce el segundo encuentro entre Darío y la joven escritora, a quien obsequia con uno de los ejemplares de Azul traídos de Chile, «y la niña devoró, aún más que los versos de este libro -dice Oliver Belmás- la prosa maravillosa de sus cuentos»18. Cabría incluso pensar que Rafaela tomó el apelativo de Stella del personaje Stela (sic) del cuento de Darío «Bouquet», no incluido en este libro pero cuya lectura tal vez le facilitó su autor19.
Reseñamos seguidamente, por orden cronológico, a partir de la información ofrecida por Evelyn Uhrhan de Irving20 y María Teresa Sánchez21 los textos que Stella dio a la imprenta:
1.«Mira la oriental», La Unión, San Salvador, 10-2-1890.
El Imparcial, Guatemala 31-7 y 2-8-1890.
2.«Reverie», La Unión, San Salvador, 10-3-1890.
El Perú Ilustrado, Lima, 17-5-1890.
El Imparcial, Guatemala, 24-7-1890.
3.«La turquesa», La Unión, San Salvador, 22-4-1890.
El Imparcial, Guatemala, 9 y 10-11-1890.
4.«Las ondinas», Repertorio Salvadoreño, IV, 4 (abril 1890).
5.«Humanzor», La Unión, San Salvador, 5-5-1890.
6.«La canción del invierno», La Unión, San Salvador, 19-5-1890.
7.«Violetas y palomas», El Imparcial, Guatemala, 22 y 23-7-1890.
El Perú Ilustrado, Lima, 11 y 18-10-1890.
8.«Sonata», El Correo de la Tarde, Guatemala, 27-12-1890.
Con el título de «Delirio», La Revista Nueva, San José de Costa Rica, 1-9-1896.
9.«El oro y el cobre», El Correo de la Tarde, Guatemala, 8-4-1891.
Se trata, como vemos, de nueve textos publicados en su mayor parte en El Salvador, algunos en Guatemala y, acogidos dos de ellos por el peruano Ricardo Palma, quien apostilló «Violetas y palomas» con un breve y amable comentario, en Lima. Tiene, así pues, mucho de hiperbólica la afirmación hecha en El Imparcial de Guatemala al anticipar la publicación de «Violetas y palomas» y «Reverie» de que los trabajos («artículos» exactamente) de Stella, identificada como «la señora de Rubén Darío, nuestro amigo y compañero en El Imparcial», «han sido reproducidos por los mejores diarios de la América Española»22. Hay que añadir que «La canción del invierno» y «Sonata», fueron atribuidos al propio Rubén Darío por Alberto Ghiraldo y Andrés González Blanco en el tomo XIV de la edición de Obras completas23 del poeta por ellos organizada, de donde pasaron al tomo IV de la ya citada edición de Obras completas preparada por Sanmiguel y Gascó24. Todavía «Sonata» ha sido incluido en la reciente antología de Jesse Fernández El poema en prosa en Hispanoamérica25, como perteneciente a Rubén Darío.
Evelyn Uhrhan de Irving, en su edición de los textos de Stella los divide acertadamente en dos grupos, los «Poemas en prosa» y los «Cuentos narrativos».
Los poemas en prosa son, ateniéndonos al orden cronológico, «Reverie», «La canción del invierno», y «Sonata».
En «Reverie» lo fantástico es especialmente determinante. La narradora, situada en un perfecto locus amoenus, un jardín solitario y cargado de hermosura, experimenta, por la mágica intervención de un ángel (pero no olvidemos que está sentada junto a violetas y adormideras), un proceso de elevación, que la lleva hasta la divinidad. Se trata de una variante del viaje celeste, una especie de Primero sueño con cierto arrebato de sensual misticismo. La privilegiada criatura recibe el don de una estrella sobre su frente, con lo que se convierte en un astro benéfico. Está claro que Stella deseó aquí justificar su apelativo. Deshecho el encantamiento, unas violetas cortadas antes de su iniciación testimoniarán el fin del viaje onírico con la experiencia de la felicidad, el retorno a la realidad. Sin ánimo de comparaciones rigurosas, diremos que no hay, como en Sor Juana, la serena aceptación del orden natural: «Quedando a luz más cierta/ el mundo iluminado y yo despierta». Se da más bien una amarga resignación: «Mi sueño había concluido y me encontraba bajo el peso de la realidad»; mientras el cielo estrellado se le muestra como un «fúnebre» (p. 13) y engañoso recinto. Tal vez cabría pensar en una recreación libre del poema «Stella» de Víctor Hugo («Les Châtiments») -y he aquí otra posible fuente del pseudónimo de Rafaela- traducido hacia 1884 por el salvadoreño Francisco Gavidia, que muy bien pudo haber sido conocido por la precoz muchacha26.
«La canción del invierno» es una disquisición que emana de un yo no determinado acerca de la condición agridulce del invierno cargada de subjetivismo sentimental. Es evidente la literaturización del tema, su inserción en un discurso metafórico. Este invierno, «crudo, con sus nieves -aspecto insistente- y el cierzo que azota» (p. 11), jamás vivido por la joven Rafaela, es un hecho libresco que queda emparentado con probables lecturas francesas de la joven, que pueden fácilmente suponerse dada la difusión de autores galos realizada en El Salvador por el mencionado Gaviria, quien pronto sería testigo de Rafaela y Darío. Pensamos también en el relato fantástico con mucho de poema en prosa del mexicano Gutiérrez Nájera «El viejo invierno» (1882), considerando la similitud de ciertas imágenes y la iteración por dos veces de la apelación al «viejo invierno» en el texto de Stella, sin excluir posibles intertextualidades con otras numerosas prosas de Nájera («Días nublados», «Cuento triste», «Al amor de la lumbre», etc.) donde la estación invernal cobra especial protagonismo. De otro lado están los propios textos de Darío, a quien, como hemos dicho se le atribuyó la autoría de éste. Podríamos remitirnos de un modo general a algunos de los «cuadros» de la época chilena y, de modo muy específico, al poema «Invernal» de Azul..., del que pueden proceder fácilmente los contrastes entre la penuria y la holgada comodidad del suntuoso interior descrito, así como las imágenes de las gentes poderosas que van a la fiesta. Tampoco descartamos como más que una coincidencia la relación de las imágenes del baile en «La canción del invierno» con las que sobre el mismo asunto nos ofrece el poema del «Ismaelillo» de Martí con notorias similitudes en aspectos sémicos: luces, música, risas, vals, ojos, mariposas, dulces palabras27. El texto, decididamente modernista, supera, como en tantos otros casos los condicionamientos teóricos de un frío parnasianismo para cargarse de matices emocionales donde adivinamos sustratos becquerianos. Como recuerda Jesse Fernández, se contraviene, y desde muy pronto, en Hispanoamérica, la radical consigna francesa de «Nada de sollozos humanos en el canto del poeta»28. Los aspectos fantásticos de «La canción del invierno» corren a cargo de las especulaciones sobre el mundo de ultratumba, y del vuelo de las imágenes que describen el mundo interior de los seres humanos que viven espiritualmente en primavera a pesar de las inclemencias de la estación real.
En cuanto a «Sonata», diremos que es un puro deliquio en el que la ausencia de anécdota -apenas la manifestación de una embriaguez venturosa que puede conectarse con la del texto anterior- propicia un lirismo absoluto. Hay aquí una exaltación de la irrealidad, de las imágenes que adormecen el alma «como esos genios de la noche que arrojan a la tierra puñados de adormideras (obsérvese la insistencia, ahora en sentido figurado), para aletargar a la humanidad» (p. 15) que nos hace pensar en cuán próxima se halla la literatura fantástica a las razones que a Erasmo le llevaron a elogiar la locura que hace digerible la vida29, y a Borges a hablar del consuelo de «sentir irrealidad»30.
Por lo que respecta a los cuentos «narrativos», encontramos en «Mira la oriental o la mujer de cristal» un relato fantástico-realista. Hay que anotar en primer lugar el exotismo orientalista, concretamente hindú, que como sabemos había sido cultivado por Bécquer en tres de sus Leyendas: «El caudillo de las manos rojas» (1858), «La creación» (1861) y «Apólogo» (1863). Se trata de la historia de un príncipe que, hastiado de múltiples placeres, se enamora de una bella mujer a quien la diosa Siva ha convertido en cristal por la dureza de su corazón. Conseguido el cese del encantamiento, tras largos esfuerzos, por la eficacia del sentimiento amoroso, la mujer, que resulta ser de noble origen anglo-español, impone sus condiciones, corresponde al amor del príncipe y explica la confusa estratagema que la llevó a convertirse en estatua de cristal. Ambos se instalan por fin en Inglaterra, honrados como príncipes de la India Británica.
El cuento contiene elementos fantásticos tradicionales: transcurre en «el reino lejano» de que habla Propp, aunque identificado con la India, aparece la figura de un mago, y ofrece una variante del tema de la Bella durmiente en féretro de vidrio, que llega a ser resucitada por «el novio puesto a prueba»31. Pero la instalación súbita de la pareja en el mundo occidental, con la conversión al catolicismo del príncipe hindú, su adaptación a Inglaterra, cuanto, en fin, concierne a la segunda parte del relato, rompe notoriamente la magia y la tensión, abandona el «efecto único» que defendía Poe, al desembocar todo en un realismo excesivamente convencional. La propia autora debió de ser consciente de este riesgo y pretendió atenuarlo al sustituir en la edición de Guatemala la mención de «la reina» de Inglaterra, que sugeriría inmediatamente la imagen de Victoria, la emperatriz histórica, por «el rey» (p. 45), más encajable como personaje paradigmático de muchos cuentos. Por la misma razón de huir del exceso de evidencia histórica, suprimió también un inconveniente párrafo que situaba al feliz matrimonio como visitante de la Exposición de París.
En «La turquesa», cuya acción se sitúa en Italia, se da la utilización de una variante del ancestral «objeto mágico», en este caso un anillo de turquesa que forma parte de las prodigiosas baratijas que venden unos gitanos -precursores como tantos otros de los que aparecerán en Cien años de soledad- en Nápoles.
Merced a dicho objeto un joven aristócrata conocerá la veracidad de los pensamientos de quienes le halagan, descubrirá su hipocresía y encontrará un auténtico amor. La puesta a prueba de la mujer seleccionada es asimismo una estrategia acuñada. No deja de haber moraleja: la mujer sólo deberá usar el anillo con el que se la obsequia para conocer bien a su amado; en cuanto al mundo, es mejor ignorar su falsedad.
«Las ondinas» es una historia netamente fantástica perturbada por una prolongación excesiva, e intermitente, del factor «encantamiento». El tema de la ondina, ninfa de los lagos en la mitología nórdica, es uno de los privilegiados en la vieja literatura fantástica. Dos antecedentes que es probable conociera Stella son «La ondina del lago azul» de Gertrudis Gómez de Avellaneda y las dos leyendas de Bécquer que J. Gulsoy considera inspiradas en la de la cubana: «El rayo de luna» y «Los ojos verdes»32. En la obra de la Avellaneda la ondina enamora a un joven poeta al que finalmente parece haber atraído al fondo del lago en que vive. Pero se produce una identificación última de la que resulta ser falsa ondina con una alegre viuda de París. En Bécquer este final realista que desvanece el misterio de lo antes relatado, desaparece para dejarnos ante una situación de puro hechizo en ambas leyendas. Por lo que respecta al cuento de Stella, son tres las criaturas que habitan