TERCERA GENERACIÓN: 1957. IRREALISMO
NACIDOS: 1920 A 1934
GESTACIÓN: 1950 A 1964
VIGENCIA: 1965 A 1979
Es la tercera generación de cierre del período superrealista y la de mayor número de novelistas, en la narrativa costarricense. También recibió el nombre de Generación de Ruptura. A nosotros nos parece mejor el nombre de Irrealismo, no por oponerse al realismo sino por inscribirse en un paradigma más poético, de escritores que en su mayoría conocían el arte de novelar y se percataron de que la obra se afinca en la vida real pero crea su propia realidad, es ficción, embuste, mentira. Los escritores de esta generación se interesan por el problemático mundo social de la ciudad que conocen y viven. Ya no tienen que novelar la vida de los oligarcas en el campo y las costumbres de los campesinos. Dejan por completo esa visión idílica, estereotipada y manida del ambiente rural y se dedican a desentrañar su propia realidad. Esto no quiere decir que muchos novelistas sigan en la corriente anterior y hasta hoy sigan bajo el paradigma anterior.
A esta generación universal, pertenecieron, el alemán Günter Grass, premio novel de Literatura 2001, el colombiano Gabriel García Márquez (1928), premio novel de literatura en 1982, José Donoso (1924), chileno, Manuel Puig (1932), Mario Benedetti (1920), Guillermo Cabrera Infante (1929), Carlos Fuentes (1929), Aníbal Ponce García (1932), Mercedes Valenzuela Álvarez (1924-1993), chilena que usó el seudónimo de Mercedes Valdivieso y se le considera como la primera escritora feminista del continente, con su novela La Brecha: 1961, entre muchos otros. El mismo José Saramago (1922), premio Nóbel en 2000, portugués, pertenece a esta generación. Igual que el recién nombrado premio novel V. S. Naipaul (1932), premio Nóbel 2002, de origen trinitense pero arraigado en Inglaterra desde los dieciocho años y el escritor guatemalteco Augusto Monterroso (1921-2003) así como la poesía y narrativa del uruguayo Mario Benedetti (1920-2009)
La novela que llamó más la atención de los lectores, sobre todo de los europeos, fue Cien años de Soledad: 1967, del colombiano García Márquez y sin lugar a dudas lo promocionó al premio novel de literatura de 1982. Pero también otras obras de escritores de la misma generación, tuvieron gran éxito editorial, La muerte de Artemio Cruz: 1962 de Carlos Fuentes, El obsceno pájaro de la noche: 1970 de José Donoso, Boquitas Pintadas: 1969 de Manuel Puig y formaron esta generación de novelistas (1957), llamada del Irrealismo o de ruptura y que, en Latinoamérica, hasta hoy, ninguna otra, ha alcanzado tanto éxito.
Esta generación se convirtió en el paradigma ideal del primer período de la época contemporánea. Es su conclusión, su cierre y en ella se encuentra el modelo de lenguaje literario anhelado por este período de ruptura. El uso de las técnicas narrativas más importantes que nos habían legado los escritores europeos, aquí fueron superadas con creces. El narrador se despoja de ese papel privilegiado de censor, de guía, de moralista, de tutor, para dejar abierto un mundo complejo, ambiguo, carnavalesco, arbitrario, caprichoso, maravilloso, mágico, inconmensurable. La orfandad del lector se ve beneficiada con una gama de posibilidades interpretativas, vivenciales, nunca antes conocida.
El juego con el tiempo, con el lenguaje, con los diferentes espacios, sobre todo el interior o psicológico, sorprende a los lectores ingenuos, les exige estudio, detenimiento, cuidado y no se debe afirmar, como lo han dicho algunos críticos, que los textos son para eruditos y que no permiten el disfrute, el placer de lo narrado, eso es falso. Si una persona solo ve en nuestra realidad latinoamericana, una planicie, una meseta, unos pocos colores, un claroscuro, entonces es que está miope, porque nuestra realidad es compleja, polivalente, ambigua, multifacética y casi siempre escurridiza, difícil de aprehender.
En Costa Rica, esta generación, si bien es cierto, no tiene los alcances literarios importantes de otros países como Colombia, con Gabriel García Márquez, premio novel en 1982, creador del Realismo Maravilloso o Realismo Mágico que violentó y superó todos los códigos de los paradigmas literarios anteriores, sobre todo del realismo fotográfico, referencial, biográfico y superficial. Aún se escriben novelas tradicionales que utilizan el paradigma anterior, pero lo importante es que algunos, pocos, eso sí, han logrado crear importantes novelas que pueden y han rebasado nuestras fronteras por su calidad literaria y la renovación de viejos moldes ya estereotipados y aldeanos.
La primera decisión fue unirse en un proyecto ideológico y político. Casi todos, por no pecar de desconocimiento, con la excepción de Julio Suñol Leal y José León Sánchez, fueron militantes del Partido Liberación Nacional. El que inicia la generación, por ser el mayor, Alberto Cañas Escalante, fue fundador importante de ese partido, del que ahora se retira, no por su gusto, sino porque el partido perdió el rumbo de sus postulados originales y, por esa razón se unió a una nueva agrupación política llamada PAC, Partido Acción Ciudadana. Creemos que don Alberto tiene razón, son más las semejanzas entre ambos partidos que las diferencias. No sabemos cuáles son las decisiones de los otros novelistas, pero lo importante es que, en su momento todos pertenecieron a ese ideario modernista liderado por don José Figueres Ferrer, dos veces presidente de Costa Rica. Muchos de estos novelistas ocuparon cargos políticos en diferentes gobiernos de Liberación Nacional y hasta fundaron ministerios, tal el caso de don Alberto que le correspondió crear el Ministerio de Cultura, juventud y Deportes, Julieta Pinto en el IMAS, Carmen Naranjo, como embajadora en Israel y otros cargos. Apostaron a la nacionalización de la Banca, la Educación y la salud. Fueron promotores de la creación de la llamada clase media costarricense, que ahora comienza, poco a poca, a desaparecer, por empobrecimiento.
Otro de los rasgos que los une, como generación, es que sus obras giran, por lo general, sobre la ciudad y, en especial, San José. Ya no aparece el enfrentamiento entre campesinos y citadinos sino la temática citadina y sus múltiples facetas sociales: corrupción, prostitución, drogas, alcoholismo, burocracia, consumismo, delincuencia, inseguridad, soledad. Las novelas giran dentro de esta basta temática. Lo ilustra el título de una novela de Carmen Naranjo Coto, Diario de una multitud: 1974. Se empeñan en mostrar la burocracia, lo cotidiano, el diario vivir, la fealdad de la ciudad y sus lacras, los bajos fondos, y algunos hasta hacen paralelos con la ciudad que los vio nacer y les formó en su juventud. Es una especie de añoranza, porque casi todos nacieron en San José o en el llamado Valle Central, de Cartago a San Ramón y por otra parte, salvo excepciones, muchos pertenecen a la llamada clase media. Son profesionales y gozan de una cultura importante. Algunos son periodistas y abogados, otros hasta obtuvieron licenciaturas en Filología, como es el caso de Julieta Pinto González que, a pesar de disfrutar de holganza económica, ofrece una gran sensibilidad social por los más necesitados y lo mismo podría decirse de Carmen Naranjo Coto.
Es notorio que casi no aparezcan escritores de novelas del partido opositor a Liberación Nacional, no importa cuál sea el nombre que se le dé: Unidad Nacional, Social Cristianismo, etc. Salvo los dos novelistas antes señalados. Pensamos que no se preocuparon por escribir obras literarias. Esto no es una observación casual porque desde los inicios de la historia literaria son pocos los escritores que no han pertenecido o a partidos de izquierda que son los más o a Liberación Nacional. Es tema para un mayor análisis futuro. Esto unido a que la izquierda perdió la perspectiva, se encuentra desorientada y sin un futuro cierto. Éste es un gran reto para los futuros y actuales novelistas costarricenses.
Otro rasgo importante que se le debe señalar a esta generación, es que no abandonó del todo el realismo, se pasó del campo a la ciudad y se afincó de preferencia en el hombre, su tragedia frente al sistema, su propia impotencia pero no dio el salto a lo maravilloso, a lo mítico, a lo extraño, a lo hiperbólico, a lo universal, a lo fantástico. Su universo siguió siendo chico, su horizonte no llegó más allá de lo que podía ver. Este rasgo de nuestra literatura y de la personalidad del costarricense que no ensancha sus horizontes, que no piensa en grande, que se ajusta demasiado a sus propias limitaciones, que no abre su imaginación y da rienda suelta a su poder creativo, es quizás una camisa de fuerza que ha impedido la creación de obras de gran envergadura y aplauso universal. Somos de poco alcance. Salvo algunas obras, como las de Carmen Naranjo, Rima Valbona y Samuel Rovinski, para solo citar tres de los más importantes.
En Costa Rica se destacan algunos novelistas por la calidad de las obras y por el logro de las mismas en el proceso de la creación literaria innovadora. Tendremos ocasión de referirnos, en detalle, a los más sobresalientes de ellos.
El primero, por la edad, es Alberto Cañas Escalante (1920); es más un escritor de obras de teatro que de novelas. Sin embargo escribió varias novelas importantes, entre ellas una, un tanto nostálgica, sobre el pasado, para él, del San José, de principios de siglo. La llamó Una casa en el barrio del Carmen: 1965. Es el iniciador de una generación de novelistas progresistas, fundador del partido Liberación Nacional y uno de los principales ideólogos de esa agrupación que se inspiró en la Social Democracia Alemana. Es un gran lector y quizás uno de los intelectuales más destacados de este país, a pesar de que, como muchos otros intelectuales de Costa Rica, no tuvo una gran formación académica universitaria, en el campo literario.
La segunda escritora de importancia es Julieta Pinto Alvarado (1922). Es de origen adinerado pero de gran sensibilidad social. Forma parte de ese grupo sobresaliente de mujeres que iniciara Yolanda Oreamuno Unger, en la generación de 1942. También como Alberto Cañas Escalante y, como veremos luego, Carmen Naranjo Coto (1930) y otros más forman esta generación de 1957, inspirados en lo que algunos historiadores llamaron la creación de la Segunda República. Julieta ha escrito varios libros de cuentos y diversas novelas. Se inició en las letras con la publicación de su novela La estación que sigue al verano: 1969, El sermón de lo cotidiano: 1977, El eco de los pasos: 1979, Entre el sol y la neblina: 1986, Tierra de espejismos: 1991 pero quizás la novela que mejor revela su poética literaria es Tierra de espejismos: 1991 y El despertar de Lázaro: 1994. Luego tendremos oportunidad de referirnos a ella más en detalle. Otro escritor de esta generación, con características un tanto diferentes, por su origen y calidad de las obras, un tanto diferentes, es José León Sánchez Alvarado (1929). Se inició con una novela tipo betsellers, inspirada en algunos detalles de su vida que llamó La isla de los hombres solos: 1963. No es un dechado de virtudes literarias pero tuvo el éxito que ninguna otra novela costarricense alcanzó, salvo quizás Mamita Yunai, de Carlos Fallas Sibaja. Fue leída en varios idiomas y llevada a la pantalla. Debe reconocerse que en el momento de escribir esta novela José León Sánchez Alvarado era un preso en la isla de San Lucas y poseía escasos estudios formales. Poco a poco se fue convirtiendo en un intelectual autodidacta y un estudioso, sobre todo de la historia indígena de México. Obras como Tenochtitlan: 1984 y Campanas para llamar al viento: 1987 y ¡Mujer...aún la noche es joven!: 2001, forman parte de las novelas más importantes de nuestra literatura.
Otro escritor de la misma generación que sobresalió con la publicación de sus novelas Ceremonia de Casta: 1976 y Herencia de sombras: 1993, es Samuel Rovinski Grüzco (1932). Más que novelista es un dramaturgo y conjuntamente, con Alberto Cañas Escalante y Daniel Gallegos (1930), que también escribió, entre otras, una novela, El pasado es un extraño país: 1993, forman la trilogía más importante de esta generación, sobre la dramaturgia costarricense.
No debemos dejar de destacar a otras dos mujeres de esta generación que dan relieve a nuestra literatura, se trata de Carmen Naranjo Coto (1930) que ha escrito por lo menos siete novelas de gran valor literario, Los perros no ladraron: 1966, Memorias de un hombre palabra: 1968, Camino al mediodía: 1968, Responso por el niño Juan Manuel: 1971, Diario de una multitud: 1974, Sobrepunto: 1985, El caso 117.720: 1987 y Más allá del Parismina: 2000. Su temática más importante es el hombre frente a lo cotidiano, sus angustias, fracasos y sufrimientos. Su obra es una finísima crítica a nuestra sociedad de consumo, estereotipada, burocratizada, despersonalizada, mediocre.
La otra escritora que sigue por este mismo camino es Rima Gretel R. De Valbona (1931) que ha escrito novelas tan importantes como Noche en vela: 1968, La espina perenne: 1981, Las sombras que perseguimos: 1983. Tendremos ocasión, más adelante, de referirnos en detalle, a estas novelas. Los demás miembros de esta generación serán retomados en su momento. Algunos de ellos escribieron folletines, otros bestsellers, algunos, una sola novelita, casi sin importancia. Como veremos, quizás dos de ellos se aproximaron a los novelistas mencionados, Álvaro Dobles Rodríguez (1923), con su novela Bajo el límpido azul: 1979 y Julio Suñol Leal (1932) con sus novelas, La noche de los tiburones: 1977, Siempre hay un nuevo día: 1979, Los honorables intrigantes: 1984, Juegos de poder: 1987 y La novela sin nada: 1991, a pesar de ser novelas ensayísticas.
No es nuestro interés reseñar los contextos históricos y sociales de los autores porque sabemos que abundan investigaciones de historiadores, sociólogos y politólogos que lo han hecho en abundancia y con mayor propiedad; no obstante anotamos, a modo de observación, que los novelistas de esta generación, se inclinaron por un ideario político ideológico común. Casi todos ellos, por lo menos los más importantes, pertenecieron al partido Liberación Nacional, y se inspiraron en la ideología Social Demócrata que dio nacimiento a este partido, en Costa Rica. Con su líder José Figueres Ferrer a la cabeza emprendieron una serie de reformas constitucionales y crearon, bajo su mandato importantes instituciones que demarcaron el derrotero de lo que hoy es Costa Rica. Iniciaron el proceso de la segunda república con medidas trascendentales tales como la nacionalización de la banca, la creación de instituciones como el ICE, AYA, El Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes. Abolieron el ejército (1948), crearon el banco de los trabajadores, iniciaron una apertura masiva de la educación primaria y secundaria, se amplió la clase media, impulsaron y crearon universidades de educación superior, tales como la UNA y el ITCR, etc. En éstos y otros proyectos, directa o indirectamente, estuvieron adscritos, casi la mayoría de los novelistas de esta generación. Fueron la vanguardia de ellos y ocuparon puestos importantes en casi todos. Eso nos permite valorar el poder de la generación y afirmar, sin lugar a dudas, que fue una generación de grandes logros en todos los niveles de nuestra vida social y cultural, no sólo en el ámbito de la novelística nacional.
El paradigma de esta generación evidencia un narrador problemático y crítico. El ascenso de la clase media al poder de mandos medios y su estabilidad económica, propia del empleo público y sus privilegios, fueron creando una burocracia aberrante que sustituyó la simplicidad del manejo político de la primera república, propio de la clase oligárquica. Esto abrió dos vertientes narrativas. La primera que frustrada por el cambio social que propiciaba una alta industrialización liviana, de engranaje, de refracción y ensamblaje así como la apertura del comercio y la entronización del consumismo galopante, volvió los ojos al pasado y con nostalgia revivió ése, para algunos y no pocos, paraíso terrenal perdido, ese edén. La segunda posición y la más significativa que fijó todas las esperanzas y proyectos en la revolución del 48 y sus reivindicaciones pero que, poco a poco, fue comprendiendo que la tal revolución, solo fue cosmética y de cambio de timón, se frustró y evidenció en sus novelas, ese desengaño, esa enajenación pero a pesar de ese fracaso ideológico, no vio cerradas las puertas del futuro y auscultó en el pasado, la historia, el origen de su cultura, la explicación a la tan deseada identidad perdida y se abocó a la incursión en la intrahistoria, la naturaleza, las minorías y al rechazo de la sociedad enajenada que vivía. Reinventó el lenguaje y se abrió a las técnicas modernas de otras artes y no escatimó esfuerzos hacia la incursión de la psicología de los personajes, a través del monólogo interior, los contrapuntos y sobrepuntos. Lo privado e íntimo abre sus secretos y muestra los miedos, el terror, la impotencia, la incomunicación, la soledad y la frustración.
Esta generación abandona el viaje del campo a la ciudad y se afinca en la ciudad, ya sea para sufrirla o para regresar al campo como una salida hacia ese mito que aún persiste en muchos, sobre todo cuando llegan a viejos, de que todo tiempo pasado fue mejor, cuando en realidad solo fue diferente, ni mejor, ni peor.
A la generación de1957 pertenecen los siguientes novelistas. Es la más abundante en escritores y novelas.
Alberto Cañas Escalante (1920)
Guillermo Castro Echeverría (1920-2007)
Francisco Rodríguez Jiménez (1920)
Victoria Garrón Orozco (1920-2005)
Hernán Elizondo Arce (1920)
Mauro Fernández Luján (1921-1990)
Alfonso Quesada Hidalgo (1921)
Alonso Portocarrero Argüello (1921)
Edgar Bonilla Quirós (1921)
Julieta Pinto González (1921)
Alfredo Oreamuno Quirós (1922-1976)
Manuel Aguilar Vargas (1923)
Álvaro Dobles Rodríguez (1923-2004)
Marie Bravo Rudín (1924)
Jorge Gallardo Gómez (1924-2002)
Rodolfo Cardona Cooper (1924)
Joaquín Garro Jiménez (1924-2005)
Jhon de Abate Jiménez (1924)
Nelly Vargas Morales (1924)
Victoria Urbano Pérez (1925)
Zeneida Fernández de Gil (1926-2003)
Fernando Ortuño Sobrado (1927-2004)
Royé Muñoz Zamora: (1927)
Alfonso Quesada Hidalgo (1927-2001)
Víctor Manuel Quirós Zúñiga (1928-1992)
César Valverde Vega (1928-1998)
Carlos Luis Argüello Segura (1928)
Mario Picado Umaña (1928-1988)
Constantino Rodríguez Vargas (1928-2006)
José Manuel Salazar Navarrete (1928)
Pablo Cejudo Velázquez 1929)
Carmen Naranjo Coto (1928)
Mario Picado Umaña (1928-1988)
Constantino Rodríguez Vargas (1928-2006)
José Manuel Salazar Navarrete (1928)
Delfina Collado Aguilar (1929-002)
Virginia Grütter Jiménez (1929-2000)
José León Sánchez Alvarado (1929)
Daniel Gallegos Troyo (1930)
Vilma Loría Cortés (1930)
Jézer González Picado (1930-2005)
María Isabel Chavarría Salazar (1931)
Fabio Rosabal Conejo (1931)
Rima Gretel Rothe de Valbona (1931)
Álvaro Fonseca Bonilla (1931)
Julio Sánchez Rodríguez (1931)
Álvar Antillón Salazar (1931)
Julio Suñol Leal (1932)
Samuel Rovinski Grusko (1932)
Zoraida Ugarte Núñez (1932)
Miguel Zúñiga Díaz (Miguel Salguero) (1933)
Myriam Bustos Arratia (1933) (chilena)
José Alberto Ramírez Fletis (1933)
Jorge Blanco Campos (1934)
Sonia Caamaño Polini (1934)
Nery Castro Arce de López (1934)
Marilyn Echeverría Zürcher (Lara Ríos) (1934)
Eduardo Oconitrillo García (1934)